La entrada a los aposentos de Jaemuaset (sumo sacerdote) era una honda penumbra, apenas dos lámparas de aceite suavizaban la oscuridad total.
Las dilatadas pupilas de Ramses III y su concubina preferida, Tiyi, se cruzaban intermitentemente observando los alrededores y escondidos tras dos columnas enfrentadas; ambos guardaban un silencio pétreo, ambos portaban en sus manos afiladas y pulidas espadas de bronce, sostenidas de forma pulsante, a ritmo de los latidos de sus corazones. Espadas que cortaban el pálido haz de luz en cada pulsación.
De pronto la silueta y los pasos deslizantes de Jaemuaset aparecieron, pero se frenaron a la entrada del pasillo, una anormal penumbra le extrañó. Él conocía la aversión del faraón Ramses ante su negativa de endiosar al hijo de Tiyi y elevarlo a la élite faraónica. Él conocía el poco valor ya de su vida.
Unos segundos bastaron para que Jaemuaset tomara confianza y se adentrara, casi corriendo en el pasillo, dejando tras de sí gotas de sudor frío, gotas desconfiadas que huían hacia atrás. El sudor se frenó, torno a rojo, a gotas ahora grávidas que manaban de su cuello y de su abdomen tras sufrir el delirante y febril ataque de las dos espadas de bronce.
Autor: Jesus Abreu Luis
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por contribuir con tus comentarios y tu punto de vista.
Los componentes de La Esfera te saludan y esperan verte a menudo por aquí.
Ésta es tu casa.