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21 diciembre, 2015

Felicidades, ¡que te mueras!


La Navidad ya planea sobre la ciudad como buitre a la espera de la carroña. Sobrevuela disfrazada envuelta en luces, estrellas y consumo en espera de los que flaquean para deshuesarlos. En la plaza juegan tres niños. Dos se tiran una pelota, el tercero es el “perrito” que va de un lado al otro en una silla de ruedas en su intento de dejar de ser el perro. Tiene un gorro de Papá Noel encastrado en la cabeza y se afana remando en su sillita en busca de la pelota, sin escuchar las risas de los otros dos, su esfuerzo lo impide. Risas victoriosas, risas consecuencia del mérito que se otorgan por hacer bailar al perrito en su silla de ruedas. -Corre perrito, corre perrito- El chico de la silla acepta el juego, estamos en Navidad y es una forma de que alguien que no sean sus padres, compartan con él este tiempo. Es sabedor que la vida le ha regalado un hueso y que por mucho que lo intente siempre se “lo quedará”, los perros comen huesos. Esa fue la primera estampa que me acuchilló camino del Corte Inglés a cumplir con la hipocresía del obligado regalo navideño a mi novia. La única mujer que aún trato de conservar. Es la única de las que he tenido que puedo pasear por la calle y presentarla sin avergonzarme. Las otras han sido gordas o cuando abrían la boca le faltaba algún diente, carecían de solvencia verbal y casi todas derrochan verborrea insustancial.

En la puerta del Corte Inglés una rumana gorda repite con letanía “Feliz Navidad, caridad para comer”. -¿Caridad para comer? ¡Si comes más revientas cabrona!- pensé. Mi único objetivo era

12 septiembre, 2014

Vicky

Cada vez me despierto más temprano, sobre todo los domingos, no sé si lo hago para mostrarle una alternativa a su conducta o por representar el papel de mudo dedo acusador. Como de costumbre no saluda, va derecha a la cocina a beber algo de zumo. Voy hacia la cocina, sin ganas de conflicto, simplemente a ver con mis propios ojos lo que he visto tantas veces.
-Hola Vicky.
-Hola papá.
Me da la espalda, bebe su zumo a pequeños sorbos. Me deja espacio para que yo pueda llenar un vaso de agua.
-Dame un beso al menos. ¿No es un poco tarde para volver a casa?
-Es que hemos ido a desayunar.
Se gira y me besa, ahora su pelo es azul, de espaldas es rojo, y veo sus ojos agrandados como dos focos y sus mandíbulas tensas y apretadas.
-Me voy a la habitación.
No falla, es como un reloj, cada sábado la misma historia. ¿Y cómo esconder ciertas cosas a una persona nacida en 1965…? Se podía engañar a los padres de posguerra, la siguiente generación tuvimos información de primera mano. Y si su madre estuviera aquí, ¿qué haría…? ¿Actuaría, o se lavaría las manos? Vaya pregunta más estúpida... desde la butaca escucho el ritmo machacón de su música preferida, ahora fumará y fumará hasta que le entre el sueño, y yo seguiré aquí, sentado, mirando la tele apagada… luchando para que este pacto de silencio no me sofoque y se desborde, ahogándonos a los dos.


Texto: +Alejandro Vargas Sánchez 
Narración: La Voz silenciosa

11 septiembre, 2014

Mala cartelera. Peor cobertura.


—¿Cómo dices que se llama la peli?
—Bajo la luna llena.
—¡Buah! ¡Vaya coñazo! —se cambia el móvil de mano— seguro que es de terror. ¡Odio el cine de terror!
—¿Y qué quieres? —replica ella sarcástica—. ¡En este pueblucho la cartelera no ofrece más en sesión nocturna! ¿Prefieres la matiné y que vean todos quién me hace estos chupetones? —grita palpándose el cuello.
—Porfa,... —vuelve a cambiarse el teléfono de lado, esbozando una sonrisita tímida y desentrenada como si no le cupieran bien los dientes en la boca—. No te mosquees...
Ella hace una pausa, vacía una mirada pasillo abajo por si aparecen sus padres y cambia de tema:
—¿Cómo llevas la conjuntivitis?
—Como siempre, chata.
—...
—¿Sigues ahí?
—Claro, amor.
—Bien, aquí la cobertura es fatal —él va a lo práctico—. Tú procura que no se enteren tus padres. Vigila.
—Entonces, ¿a las once?
—Vaaale, tú ganas... —concede él antes de colgar. Se pasa ansioso la lengua por los colmillos y cierra la tapa del ataúd, intentando descabezar un sueñecito.
Desde fuera se oye su queja:
—Pero, ¡cómo me jode el cine de terror!

Texto: Mikel Aboitiz
Narración: La Voz Silenciosa

09 septiembre, 2014

La irreverencia



Salió a la calle con una lechuga en la cabeza recién sacada de la nevera y se adentró en un parque. Se sentó cerca de unos jubilados que resguardados del calor por la sombra de una acacia daban de comer a unas palomas.

Se descalzó y hundió sus pies en el barro.

Los ancianos no le quitaban ojo a la lechuga.

Uno de ellos le dijo: ¿Perdone, pero esa lechuga es de supermercado, no es así? Yo también hago lo mismo, entro, me pongo algo en la cabeza, y a continuación salgo; si alguien me pregunta me hago el despistado y respondo: perdón, confundí mi sombrero con una lata de sardinas.

El resto de acianos soltaron una carcajada.

Uno de ellos añadió: Corren tiempos difíciles, ¿no cree? Hay que rebelarse, sí señor, que vean que no nos vamos a quedar quietos, por mucho que nos aten. Si no nos movilizamos ahora, ¿cuándo lo vamos a hacer? ¿Qué opina usted?

El de la lechuga miró al resto con estupor.

No me quedaban aspirinas, contestó.

Los otros movieron la cabeza en señal de desagrado. Este no es de los nuestros, comentaron entre dientes.

Texto: Julio Fernández Peláez

Narración: La Voz Silenciosa

05 septiembre, 2014

Piénsalo, tú haces lo mismo


La alfombrilla del coche está como nueva. Quiero darle envidia a la gente que le cuesta buscar, rebuscar y acabar encontrando hobbies, para entretenerse.

Con paciencia, mucho tiempo y sin gastar un euro, he creado un felpudo de coche barato, cómodo, totalmente reciclable, degradable y todo lo eco que se quiera.

En realidad, ha sido inconscientemente, en cada semáforo o paso de cebra que me detengo, en cada momento aburrido al volante, con cuidado y con movimientos mecánicos involuntarios hago pinza con mi dedo índice y pulgar; arranco los dos o tres pelos que me cosquillean en las fosas nasales y con un movimiento rápido, como al chasquear los dedos, los dejo caer entre mis rodillas. No siento dolor, nada realmente, una ligera humedad algunas veces si estoy resfriado; en realidad es materia muerta que ha terminado su función biológica y le doy la oportunidad de reutilizarse.

Poco a poco, sin darme cuenta, bajo mis pies, se ha creado un ecosistema. Gracias a las pequeñas secreciones que arrastran algunos de estos folículos con ellos, se ha tejido una red tupida que aporta unas características de confort únicas. Aunque extintos, mantienen un subconsciente filtrante que continúa realizando su trabajo acumulando la suciedad externa y creando una vida microscópica propia.

Todo ello contribuye a mantener un descanso especialmente mullido para mis pies cansados y siempre en tensión en los momentos de conducción.

Texto: Ignacio Álvarez Ilzarbe

Narración: La Voz Silenciosa

27 agosto, 2014

El día en que las gaviotas dejaron el faro


Faro, gaviotas
El día en que las gaviotas dejaron el faro no llovió, pero pudo haberlo hecho. Tampoco era de noche, pero eso fue porque el sol olvidó ponerse aquella tarde, al igual que las olas se olvidaron de dejar de avanzar y arrasaron con la costa.

El día en que las gaviotas dejaron el faro, el coronel se colgó desde lo alto de este, con una cuerda desgastada, y se dejó caer al vacío, quedando suspendido en el aire, a merced del viento. Aquel día duró el tiempo que tarda un hijo en correr hasta la cima del monte y saltar la valla de metal que rodea el faro, porque no tenía llave para llegar hasta donde había visto los pies desnudos de su padre, golpeando las paredes pintadas de azul y blanco. Aquel día duró ese tiempo exacto, porque fue entonces cuando el sol desapareció detrás de las montañas; y es que nadie quiso ver cómo las lágrimas del hijo descolgaban a su padre y lo tumbaban boca arriba, hacia un cielo sin luna ni estrellas ni nubes ni viento.

Aquel día las gaviotas dejaron sus nidos del faro volando hacia el mar, alejándose de los llantos del niño y batiendo las alas con fuerza. No volvieron al faro porque tampoco volvió nunca el niño a ser niño, porque se perdió en su interior y seguía mirando hacia fuera, donde no encontraba el camino que su padre le dijo que algún día recorrerían juntos.

Texto: Carlos Cano.

Narración: La Voz Silenciosa.

23 agosto, 2014

Ojos de gato


Foto: Miguel A. Brito
Pero qué te estás poniendo, tú estás loco o qué, de dónde saliste con esa pinta, no ves el calor que hace, nunca había visto una cosa igual, si el negro se chupa el calor, es que te quieres recocer, al final acabarás guisado como viejas en caldero, sabes las que te digo, pues claro que sabes, que te vi perfectamente anoche con una enfrente que fue vista y no vista, te crees que no me di cuenta de cómo me mirabas de lado para tenerme vigilado por si me propasaba, ni que yo no supiera estar, tú es el que parece que no sabes, porque para andar así con este solajero de mediodía, se te van a derretir las ideas y te vas a quedar en blanco, que es como hay que venir aquí, en blanco y descargado para recargarse, el negro aquí canta mucho, es como la música chillona que a mí me estresa, y el negro también me estresa, me pone de los nervios, y a ti yo creo que también porque desde que te embutiste en semejante negritud la cara se te ha puesto de otro modo, como oscura, aunque no sé si será por eso que te has atado al cuello, que no es como mi collar que me da distinción entre esos poligoneros sinvergüenzas del puerto que ya se piensan marineros con husmear entre los restos del pescado, ni se me ocurre mancharme los bigotes en la basura, yo como limpito en mi plato, que para eso doña Juana madruga a por cabrillas, una para cada uno, como debe ser, pero claro, a ti con eso amarrado al cuello no te debe de pasar nada por la garganta, ni agua, y te podrías hasta deshidratar porque se te está saliendo el agua por la frente y eso deshidrata, que yo se lo he oído a la peña del puerto, que son sinvergüenzas pero informados, como se pasan el día atentos a todo lo que se mueve, en fin, tú verás, me voy a echar un rato al fresquito del patio, que estas no son horas para ir a ninguna parte, no sé qué se te habrá perdido a ti en ninguna parte justo a esta hora, con este calor…

Texto: +Ángeles Jiménez 
Narración: +José Francisco Díaz-Salado Suárez-Somonte 

19 agosto, 2014

Tempus fugit


La vida transcurre en momentos tristes, agrios, melancólicos, alegres, sentimentales, divertidos, tranquilos, nostálgicos, ebrios (y no tiene por qué ser de alcohol), duros, difíciles, terroríficos o felices. Sin saber qué fenómenos paranormales conspiran contra nosotros ni cómo; nuestro llanto, carcajada, temblor, corazonada, recuerdo, calma, diversión o melancolía se sincroniza con la de otra persona de entre las trescientas millones que viven actualmente dentro de la gravedad. Sorprendentemente, hablo de un instante.

Texto:
+Isa Topham
Narración: la Voz Silenciosa

18 agosto, 2014

Aula 5


La botella estaba fría, los cerillos se encontraban perpendicularmente a los cigarrillos, el volumen de la radio no es muy alto, la estación radial es la misma de siempre, y su sonrisa está justo donde la recuerdo. Así comenzó mi noche mientras todos se encaminaban a darle descanso a sus cuerpos –en lugar al alma-.

Yo me encontraba revisando algunas pruebas y releyendo un poemario. Juro –y no soy de los que les gusta jurar- haber realizado esto anteriormente, una especie de deja vú académico, en buscar algo de vino y trasnocharme con la excusa de trabajar hasta tarde. Quizás intentaba distraer todo lo visto el día de hoy en la Universidad, el fantasma de ella en el aula 5.

Qué triste me siento, no puedo negar la hermosa tristeza, si usted viera que bello se ven los fantasmas cuando dan clases.



Texto: Fito Baptista
Narración: La Voz Silenciosa

16 agosto, 2014

Amores para siempre


A Diego le gustaba recordar su boda con María, qué locura, sin haber terminado la universidad, aunque las cosas no les fueron mal, mejor que a la mayoría de sus amistades con mejor pronóstico y peor acierto. La verdad es que Diego le había cogido el gusto a recordar, en general, nunca lo hizo con tanto esmero, una cuestión de tiempo del que antes no disponía. Visto el porvenir, prefería mirar hacia lo ya venido, y no era pesimismo, quizá la paz de los vencidos que acababa de leer en un libro de Benavides.

Él y María cegados por el arroz que parecía arrojado con saña por sus amigos, por desertor, y por sus amigas, por envidia; la luna de miel en la playa, que no eran tiempos de grandes viajes, como dos adolescentes tratando de dejar de serlo; el nacimiento de los hijos, que solo podía traer felicidad a la casa, les dijeron, aunque a él lo inundaron de responsabilidad y trabajo y hubiera preferido seguir a solas con María; las dificultades económicas cuando tuvieron que comprarse una casa más grande... En fin, tantas cosas que podrían haberlos separado y que sin embargo los mantuvieron unidos, en la riqueza y en la pobreza, había dicho el cura.

Ahora lo veía, el amor entretejido en el tiempo, casi sin darse cuenta, las complicidades

13 agosto, 2014

Psicosis, claro


—¿El recepcionista, te has fijado?

Laura no le presta atención, agobiada por la avería del coche, por pasar la noche en ese hotel de carretera, en esa habitación con restos de uñas y pelos en el rosa chillón de la alfombra, bajo la luz insuficiente de una lámpara amenazante como una araña hambrienta colgando de su hilo.

—Clavadito a Anthony Perkins. ¡Qué bombón! —continúa Juana soñadora—. Le pega mucho a este sitio horrible. Imagínate aquí sola...

Una nueva ráfaga de lluvia apedrea la ventanas mientras la luz pierde potencia, como si la araña del techo agotara sus fuerzas.

—Es tétrico. ¡Ji, ji! —Juana no calla ni retocándose el rímel—. Primero inspeccionaremos la ducha antes de quedarnos a oscuras y tener que avisar a... ¡Anthony! ¡Anthony, cariño! ¡Ja, ja, ja!

Derrotada, Laura se sienta palpándose las sienes, cabizbaja. Descubre un reguero de manchas surcando la moqueta. Son goterones secos. Avanzan hasta el baño y mueren a los pies de Juana que descorre la cortina de la ducha y grita. Un trueno sofoca su alarido. Se ha ido la luz. En la oscuridad su rostro huyendo del baño es una luna pálida y asustada que murmura trémula:

—Anthony.

Texto: Mikel Aboitiz

Narración: La Voz Silenciosa

11 agosto, 2014

El hombre que había pisado las calles



Jamás había imaginado que alguien pudiera decirle nada semejante.

A él, que había mamado del mayo francés, que había pasado toda la vida agitando el sistema, indignado antes de que otros supieran que era el participio de un verbo transitivo. Experto en el arte de la estrategia, había extendido su idílica cruzada hacia puestos de poder y, cuanto más arriba, más molesto había sido para las fuerzas del orden. El derecho de vivir en paz era lo único a lo que aspiraba, ahora que sentía el dolor de los huesos con cada hoja que el otoño depositaba sobre sus hombros.

Sería natural que se preparara para el invierno. Pero el instinto aún le permitía navegar, con los vaqueros y la camiseta del Che Guevara debajo del traje, arrastrado por la inercia del tiempo. Ésa que le había hecho naufragar, después de cuarenta años de saltar trincheras, en el mar del tacto sereno de una piel cálida.

Y ahí estaba, delante del espejo, aguantando que la sorna de su propio reflejo le echara en cara que, después de todo, sólo era un romántico.

Texto: Patricia Richmond
Narración: La Voz Silenciosa

09 agosto, 2014

Libertad



Cuando el aire te azota con todas sus fuerzas en la cara, siente que algo va bien. Aunque ese algo sea el vacío que se consume en tu interior, pero todo va bien. Sonríes con una delgadísima ilusión en forma de línea dibujada en tus labios, y se resbala una lágrima por una de tus mejillas… esta vez, de felicidad. Puede que no haya nada que celebrar, puede que tan solo seas libre, libre por un instante del dolor impreso en tu piel desde hace meses, y no está dispuesto a evaporarse como gotas de agua en la lluvia. Pero, por un minuto, saboreas la libertad.

Texto: Isa Topham
Narración: La Voz Silenciosa

23 julio, 2014

Dos orejas


 
—Ya de joven apostaba fuerte —el anciano hizo una pausa para rascarse el muñón— y no siempre ganaba —sonrió acercándome la baraja mientras a su espalda el esbirro bizco jugueteaba con una navaja.
El manco abrió con mano hábil el maletín rebosante de billetes añadiendo: — Tú eres joven, como lo fui yo un día – se miró con cariño el muñón—. ¿Que qué gano? Pervivir en tu recuerdo: nunca me olvidarás.
Aquella noche decidió la carta más alta. El viejo tenía razón. Desde entonces, cada mañana al ponerme las lentillas, añoro mis gafas pensando en él.


Texto: Mikel Aboitiz
Narración: La Voz Silenciosa

22 julio, 2014

Preferiblemente la Luna


Dicen que por unos días la luna brillará intensa allá arriba en el profundo y difuso firmamento, dijo la mujer con un faldón púrpura y un pequeño sombrero semejante a un nido de gorriones en el lecho de un elegante recogido, con mechones en tirabuzones a los lados de su rostro..., quizá eso era trascendental, quizás si; sin embargo la otra mujer y un señor que se encontraba también en el mismo café, asintieron con la cabeza con una cierta convicción, era evidente que una luna brillara intensa allá arriba, si eso era; de modo que asintieron, y, la primera mujer quedó satisfecha porque semejante discurrir no había sido en vano...,
Fuera, en la avenida, los kioscos desplegaban sus alas y en ellas pendían las noticias de la guerra o de las guerras, o de aquella famosa actriz que acababa de fallecer; o los altibajos de la economía del país. Todo eso no era más que un Réquiem que acaparaba toda la triste música dentro de las hojas impresas, pendían, pendían, si, en sus alas desplegadas...,
Los coches y los autobuses rodaban incesantes arriba y abajo; las tiendas con sus carteles de ofertas, insinuantes, y con ánimos de aprehender los primeros ojos que mirasen detrás de la vidriera, parecían parterres adornados de los más bellos geranios, o lirios..., Cada cual entonces con su ejército de ideas dentro de sus cabezas, ejércitos de pensamientos; como por ejemplo el de la señora que anduvo varios días en el borde del malecón algo dubitativa, algo distante de aquella maroma de imágenes, de aquel inmenso carrusel, si, dubitativa, escogiendo una cosa u otra, decidiendo qué sería lo mejor para ella, ahora dejarse caer desde lo alto y cerrar los ojos y no ver otra cosa que un bosque hermoso con un colchón de plumas delicadas, olorosas, eso probablemente sería una buena decisión; por otra parte los convencionalismos frenaban el querer dormir en ese colchón de plumas..., de modo que sin pensarlo dejó que la marea que fluía desde su interior la arrastrar! a...,
En el viejo café crecía aquella luna, crecía , crecía...la señora la hacía crecer cada vez que hablaba de ella; de modo que el Olimpo giraba y giraba en torno a ellos, en torno a esa mesa donde lo trascendental era que la luna brillaría más y más en los próximos días...,


Texto: +Maria Estevez
Narración: La Voz Silenciosa

17 julio, 2014

Antítesis


Todo sea dicho, y todo el dicho sea hecho. Mente y cuerpo. Alma y existencia. Nada tiene sentido para una hoja de pétalo marchita, su mero tiempo llega a fin cuando cae al suelo y, seca, se hace polvo.
Polvo… Polvo como mis lágrimas. Polvo como mis sueños. Cenizas de un cielo azul y restos de un bienestar. Podrida la respiración. Podrido el aire que envenena mis pulmones y con ello, me condena a vivir.
Agua tibia y oxidada que pretendes saciar la sed de un esqueleto de cristal roto. Agua seca. Eso bebo. Un agua que no enjuga mis labios. Un agua sucia de charco poco profundo, donde se lavan los pecados. Un estanque donde los locos apuestan con razones y verdades a ver quién dice la mayor mentira.
Muero. Quiero morir. Una y otra vez quiero morir en este desierto. Solo. Quiero cesar mi existencia, pero mi cuerpo es demasiado fuerte como para apagarse. Apagar la luz de otros es tan fácil… Pero mi cuerpo no, mi cuerpo quiere vivir a costa de mi cordura.
No elegí vivir. No puedo elegir morir. Miedo, me impides mi destino. Tedio, te impones a mis elecciones. Conocer el final de una historia, triste verdad, empezar con una cuenta atrás. Fruta carnosa que das de beber, acabas como una rama en el suelo.
Nacer llorando, para morir seco.


Autor: David Nortes Baeza
Narración: La Voz Silenciosa

01 julio, 2014

Fusiones


Aparentemente la tarjeta se va fundiendo conforme pasa a través del lector. La dependienta la empuja con todas sus fuerzas arrastrándola en la abertura y no puede acabar la operación. Al lado del aparato, que según le entiendo es de la marca “onlain”, hay suciedad amontonada, pequeñas virutas coloreadas con un aspecto similar a las virutas de chocolate pero brillante, casi como plastificado. Le miro poniendo cara de “no entiendo nada” y siento un ligero hormigueo en cada uno, los puedo contar, de los finales capilares que salpican mis mejillas con la dudas acerca de la microeconomía de mi cuenta. No pasa nada, esto nos sucede todos los días, lo probamos de nuevo, dice y empieza a frotar la tarjeta, la vuelve a meter, sólo la punta, mientras me mira y sonríe. Los vasos sanguíneos están a punto de explotar y agacho mi mirada para evitar un estallido rojo dálmata. Veo sus piernas con sus tobillos doblados, su! s talones empujando sobre la mesa para contrarrestar la fuerza que ejerce sobre el conjunto ahora soldado de tarjeta-lector. Las limaduras se van amontonando. Otra mirada, no tan sensual, corta el flujo circulatorio, hace que me sienta incomodo y me corra un ligero sudor frío cuando empieza a jurar contra la fusión de las cajas. Le pregunto si tiene algún crédito, en plan gracioso, y se me hiela la secreción cuando un par de ojos infiltrados de esteroides me aplastan. Cojo la tarjeta de la manera más delicada posible para retirarme y me agarra con un ansía que me trastorna, mientras me encojo testicularmente con este morbo que voy experimentando desde la firma del hipotecario. Me la arrebata y sus pensamientos exterminan mis tímpanos “no me jodas la comisión”. Empieza a rasparla mientras comenta, con su transpiración hipnotizándome, cada fusión es una capa más de serigrafiado, con cuatro todavía entra pero a la quinta hay que tener cuidado con la banda magnética ya que con la lija del 2 se raya.

Texto: Ignacio Alvarez Ilzarbe
Narración: la Voz Silenciosa

24 junio, 2014

Evasión

 

Salió a la calle, empujó a su miedo y lo estampó contra la pared, al tiempo que le increpaba.
—¡Déjame en paz!
—¡Jamás! —respondió éste— ¿Dónde vas, de qué huyes?
Con estas últimas palabras zumbando en sus oídos salió corriendo, llegó justo a tiempo de atrapar un rabo de nube que vagaba a la deriva en un tiempo de mucha incertidumbre. Se acomodó y acurrucó en la esponjosa nube de algodón, y ya a punto de dormirse, cayó en un profundo abismo. Su miedo —¿y quién si no?— vino a rescatarlo, tendiéndole una mano.
—¿No te das cuenta que de nada sirve huir? —le decía— ¡Escúchame!


Texto: +Raul Muñoz 
Narración: La Voz Silenciosa

19 junio, 2014

Prueba de muerte

A lo lejos, como un espejismo flotante, acompañado de un zumbido se acercaba una mancha roja. En pocos segundos tomaba nitidez de coche, bramaba a ruido de buen motor, lo reconocí: ¡un Mustang Mach1 del 69! De eso yo entiendo. Entró en la gasolinera a gran velocidad, culeando y generando una brumosa capa de polvo, que envolvió el coche haciéndolo desaparecer, y reapareciendo de nuevo como si saliera del mismo infierno.
Lo situó con maestría junto al surtidor. Salió lentamente. Primero sus botas de piel de caimán, seguidas de unos guantes de cabritilla y un guardapolvo de napa, gafas de sol y sombrero de cowboy. Estiró su cuerpo entumecido y me tiró las llaves; pidiéndome que por favor le llenara el tanque.
—Es una joya—le dije.
—Sí. Si quiere dar una vuelta con él, no me importaría —me repondió con indiferencia.
—En otro momento —Mucha máquina para mí, pensé.
Se acercó hacia mí y me enseñó una foto.
—¿Ha visto a este tipo por aquí?
Le señalé con la cabeza al restaurante. Entró y lo vio sentado en la última mesa. Sacó una pistola y le incrustó una bala en la frente. Pasó dentro de la barra, hacia la cocina, cogió un machete y le cortó las dos manos. Los clientes se quedaron como el mármol. Pidió disculpas. Se dirigió al coche, abrió una nevera y las guardó.
Me dejó quinientos dólares y dijo que no llamara a la policía hasta que pasara una hora. Arrancó y volvió al infierno, desapareciendo en el polvo.


Texto: +JESUS ABREU
Narración: La Voz Silenciosa

14 junio, 2014

Luna llena igual que una perla en el Cielo


Aparentemente la luna se encuentra ahí; aparentemente brilla en todo su esplendor la luna llena, redonda, igual que un perla perfecta en el cielo; pero la niebla la oculta por completo, entonces yo no tengo esa certeza, puedo decir que supuestamente brilla la luna llena. Podría decir entonces que el amor es lógicamente infundado; porque no se ve, bien sea por la misma niebla que cubre esa luna, o realmente el amor no tiene porque aparecer y presentarse en la salita de la casa, o en la avenida mientras pasean los transeúntes cada cual con sus cosas, cada cual con sus miradas hacia un lado o al otro..., El amor sencillamente es también esa perla que brilla y, que se confabula con los astros..., debe entonces aparecer y desaparecer igual que la luna, cuando la bruma o la niebla la cubre.
Si realmente tuviera que pasar toda la noche mirándola con grandes lentes, observaría sus cambios propiciados por las horas de la madrugada, ahora se alzaría más alto, quizás hubiera suerte y podría verla tan redonda, tan inmensamente bella; ahora sería cubierta por unos minutos por esa capa gris, maliciosa, acaparadora y, tristemente desaparecería ante mis ojos, se evaporaría igual que las caricias y los besos de esa pareja en el jardín; esa pareja que momentos antes escaparon juntos de la fiesta para poder prodigarse todos los besos y demás deseos... Realmente ésta noche se me escapa la luna, realmente es así, igual que el amor, tan bello y brillante, o tan huidizo, con la capa gris envuelto...,

Texto: +Maria Estevez 
Narración: La Voz Silenciosa