09 septiembre, 2014

La irreverencia



Salió a la calle con una lechuga en la cabeza recién sacada de la nevera y se adentró en un parque. Se sentó cerca de unos jubilados que resguardados del calor por la sombra de una acacia daban de comer a unas palomas.

Se descalzó y hundió sus pies en el barro.

Los ancianos no le quitaban ojo a la lechuga.

Uno de ellos le dijo: ¿Perdone, pero esa lechuga es de supermercado, no es así? Yo también hago lo mismo, entro, me pongo algo en la cabeza, y a continuación salgo; si alguien me pregunta me hago el despistado y respondo: perdón, confundí mi sombrero con una lata de sardinas.

El resto de acianos soltaron una carcajada.

Uno de ellos añadió: Corren tiempos difíciles, ¿no cree? Hay que rebelarse, sí señor, que vean que no nos vamos a quedar quietos, por mucho que nos aten. Si no nos movilizamos ahora, ¿cuándo lo vamos a hacer? ¿Qué opina usted?

El de la lechuga miró al resto con estupor.

No me quedaban aspirinas, contestó.

Los otros movieron la cabeza en señal de desagrado. Este no es de los nuestros, comentaron entre dientes.

Texto: Julio Fernández Peláez

Narración: La Voz Silenciosa

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