07 septiembre, 2018

Septiembre


Me siento feliz y libre mientras la brisa del mar acaricia mi cara y suaves ráfagas de arena se posan entre mis muslos y en mi vientre. El viaje en coche desde la ciudad ha sido como un viaje en el tiempo, a los veranos con mi familia, a mis primeros amores con besos de arena y sal. No me ha tomado más que unos segundos en despojarme de mi vestido de calle, tirar a un lado la tablet y el teléfono y coger la banqueta de terciopelo morado que usaba mi madre. Bajo desnuda los peldaños de madera que dan a la playa y hundo los tacones en la arena, con el único accesorio que un sombrero de fieltro en la cabeza. No necesito más. Todo me sobra. Observo que otras nobles casas con porches de madera pintados en elegantes tonos pastel se suceden dispersas a lo largo de la costa ancha y arenosa, moteando el litoral, y me invade un vago recuerdo a un cuadro de Hopper que no llego de definir con claridad. Miro el horizonte sereno y limpio mientras las gaviotas con su graznido átono comentan elocuentes mis pensamientos. Es hora de darle un vuelco a mi vida, conciliar mis horarios, poner prosa a mis ideas, celebrarme a mí misma, prescindir de lo superfluo, reinventar mi pareja,…. Mientras, muy arriba, las gaviotas blancas asienten con su monótono graznido.


Texto e ilustración:
Carlos de Castro, Sept. 2018.

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