—¡Ya está bien con la pelotita de los cojones!
Levantó el puño, cejijunto y congestionado, los pelos del sobaco, ralos y sudorosos, las carnes del brazo, temblonas.
La niña de las braguitas estampadas con estrellas de mar se apresuró a recoger la pelota multicolor, que abrazó con fuerza, deformándola contra su pecho. Se acercó a la orilla riendo y, alzándola sobre su cabeza, la hizo oscilar antes de lanzársela de nuevo a una de sus amiguitas, que la recogió entre chapoteos y risas.
—Pero, hombre, Manolo, que no son más que crías y están en edad de divertirse…
—Y yo estoy de vacaciones, y tengo derecho a
disfrutar de la playa sin que unas mocosas me llenen la toalla y la boca de arena con la pelotita…
disfrutar de la playa sin que unas mocosas me llenen la toalla y la boca de arena con la pelotita…
—Sí, sí, ya… ya… ya…
La mujer cortó en seco lo que prometía ser una nueva retahíla de quejas.
El hombre se retrepó en la tumbona, recolocó el sombrero de tela y respiró hondo, gruñendo entre dientes. Solo pedía un poco de tranquilidad, tomar el sol y no pensar en nada. ¿Acaso era tan difícil?
—Puto mes de agosto —masculló, lo suficientemente bajo como para que su mujer no lo escuchara, bastante tenía ya con soportar a los veraneantes vocingleros que se hacinaban en la playa como para aguantar un nuevo discurso de Doña Perfecta—, tenía que haberme quedado en casita, con el aire acondicionado.
El sol sobre la cara, el calor que le arrancaba goterones de sudor, el ruido del mar, los chillidos de los chavales al sentir el agua romper contra sus piernas, el olor a coco del aceite bronceador de Matilde.
—¡Perdone, señor!
La voz infantil, recortada por los jadeos, llegó a sus oídos segundos después que el golpe del plástico fofo de la pelota sobre su pie desnudo.
—¡Me ca…!
—¡Manolo!
El hombre se irguió en la tumbona y encaró a su mujer.
—¿Es que no tienen padres que los vigilen?
La serpiente se coló de nuevo en su corazón, retorciéndose, aprisionándolo en su abrazo de ofidio. La misma serpiente que estranguló su vida esa tarde de verano…
—No te hace ningún bien, Manolo —Matilde leía con nitidez en los surcos de su rostro avejentado, contraído por el recuerdo que se asomaba a él, recurrente.
De buena gana habría añadido que los niños no tenían culpa de ser niños ni de estar vivos pero, ¿qué ganaría con remover un poco más su dolor mal digerido? También se le fue a ella. “Pero las mujeres estamos hechas de otra pasta—se dijo, cerrando los ojos, dejando que el calor del sol la reviviera—, sabemos cómo sufrir. Pero él… pobre…”.
—Esos padres tendrían que estar pendientes de sus hijos… —insistió, en voz baja, incapaz de darse por vencido, dejando que drenase un poco de la amargura que se le acumulaba en el pecho como un veneno.
Matilde hizo como que no lo oía. El verano siempre le traía malos recuerdos. Ya habían pasado demasiados años como para suponer que algún día dejaría de sentir el desgarro que partió su vida esa tarde de agosto, cuando el accidente, cuando él se encontraba en otra parte.
Un relato sobrecogedor tras la aparente cotidianidad del verano que viven o se resignan a vivir los personajes. Besos, Dácil
ResponderEliminar¡Qué necesarios son los relatos de las vidas para entender sus acciones!
ResponderEliminarMe ha venido a la cabeza, de inmediato -me imagino que a la mayoría- la canción del grandísimo Serrat: Niño, deja ya de joder con la pelota, y de pronto, gracias a esta historia, cómo ha cambiado el cuento.
Es muy fácil juzgar, pero una vez más se demuestra que es necesario escuchar. Al final, aunque Manolo no tenga razón, a uno no le queda más remedio que pensar como su santa, Matilde: pobre hombre.
Enhorabuena, como siempre.
Un micro duro por el contraste con la imagen que nos trae una playa y... porque está bien contado, muy bien contado.
ResponderEliminarLos dolores tambien son para el verano (desgraciadamente)
Un beso
Buen relato en el que nos ilustras en la frescura de la infancia y la playa cálida, el dolor por la pérdida de eso mismo que hoy molesta tanto. El dolor y la culpa que llevan el recuerdo a límites insoportables .
ResponderEliminarQue no nos toque . Un abrazo. Á.
Un buen relato, donde el dolor y la rabia contra un destino que ha azotado los corazones queda patente.
ResponderEliminarEse tipo de dolores no conoce cura.
Un abrazo.
Qué te digo, Ana! la tristeza que derrama este texto te deja el corazón encogido y la mente vagando por las injusticias de la vida.
ResponderEliminarPues yo entiendo al pobre Manolo. El cejijunto y congestionado, con los pelos del sobaco ralos y sudorosos no pide mucho. Solo que le dejen en paz. Él no hace ruido, no incordia, no se mueve, no se exhibe como muchos, no molesta con el humo... Joder nadie le comprende.
ResponderEliminarAna J, buen relato, escena cotidiana con trasfondo. Impecable y dinámina narración.
FranCo
Cómo nos llevas hacia la amargura de este pobre hombre! Las heridas mal curadas, se reabren siempre y no sólo duelen a uno mismo si no a los que le rodean. Me ha gustado mucho a pesar de la tristeza.
ResponderEliminarBesos y enhorabuena, joyita.
Vidas partidas. Qué difícil es atravesar situaciones, volver a lugares o personas que nos remontan irremediablemente a ese día.
ResponderEliminarHermoso relato, me encantó.
Un abrazo!!
Lo terrible del dolor de cada cual es que debe soportarlo mientras la vida pasa a su lado.
ResponderEliminarMuchísimas gracias a todos, Dácil, Amando, Luisa, Ángeles, Isabel, Inma, FranCo, Isolda y Ana (tocaya!!!!) por leer este relato y por vuestros comentarios.
Un abrazo grande
Estupendo relato, Ana. Como siempre, me has sorprendido en la última frase, la que retuerce como la serpiente que habita el pecho de Manolo todo el texto. Y cuánto amor el de su mujer, por encima del dolor. Cómo trasmites todas esas sensaciones con sencillez. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesos
Qué retrato más realista de una playa de agosto y qué pena al descubrir lo que es esta serpiente en el corazón de Manolo... La serpiente de agosto...
ResponderEliminarEnhorabuena y un beso, Ana.
Eres capaz de hacerme pasar en escasas palabras del sentimiento de antipatía hacia Manolo a querer invitarle a una cerveza y hablar con él. Hábil. Muy hábil, Ana J.. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Ángeles, Catherine y Miguel Ángel. Es fantástico escribir para ustedes.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.