Ayer, mientras llovía, encontré un papel doblado dentro de un libro que no recordaba haber leído. Al abrir sus tapas, me detuve –sorprendida– en la dedicatoria y entonces todo cobró sentido: aquel trozo de ayer, resumido en una hoja de papel de un amarillo viejo, había sobrevivido entre las páginas de aquel poemario de autor desconocido que descubrimos juntos la tarde en que dejamos constancia en la piel de que estábamos enamorados para siempre y que, poco después, me regalaste. Sí, aquel hermoso poemario que había dado por perdido. De tal forma estuvo extraviado en el pasado, que se me habían olvidado por completo: tarde, libro, poemas y dedicatoria. Tuve trazas de miedo, expectación y alivio, mezcladas con esa amalgama de deseo contenido que hacía tiempo no me visitaba. Alargué el tiempo cuanto pude, atrasé lo que aquella combinación extraña de sentimientos me permitió. Retuve el momento de desdoblar aquel pretérito papel para colocarlo, en toda su extensión, sobre el presente. Busqué el momento propicio; tú ya habías marchado a la oficina, con prisas, como siempre. Los niños ya no lo son y
estaban instalados en las horas de su propia vida. Acomodé mi interés sobre el sillón, ese territorio tuyo donde yo no tengo cabida cuando, todos los días, nadas en el periódico. Al leer, sin premura, lo que el tiempo y tú habían dejado escrito en él, un amago de lágrima se avino a mi mirada. Es por eso que te he escrito esta carta. Pienso dejarla doblada entre las páginas del periódico del día, que colocaré sobre el territorio del que, sólo tú, eres dueño; ya sabes, el sillón orejero. Lo hago con la ilusión de que me encuentres y de que, al hacerlo, te haga tan feliz como a mí, recordar de donde venimos.
estaban instalados en las horas de su propia vida. Acomodé mi interés sobre el sillón, ese territorio tuyo donde yo no tengo cabida cuando, todos los días, nadas en el periódico. Al leer, sin premura, lo que el tiempo y tú habían dejado escrito en él, un amago de lágrima se avino a mi mirada. Es por eso que te he escrito esta carta. Pienso dejarla doblada entre las páginas del periódico del día, que colocaré sobre el territorio del que, sólo tú, eres dueño; ya sabes, el sillón orejero. Lo hago con la ilusión de que me encuentres y de que, al hacerlo, te haga tan feliz como a mí, recordar de donde venimos.
Texto: Isabel Expósito Morales
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Qué bueno Isabel, me encanta el mensaje y sobremanera la forma en que lo expresas. A veces un objeto, un poema, un libro... cualquier detalle olvidado o perdido, desencadena mundos de sentimientos dormidos u olvidados. Enhorabuena.
ResponderEliminar¡Qué hermoso cuando un objeto nos rescata el pasado en donde fuimos tan felices!
ResponderEliminarRevivir sentimientos pasados y rescatarlos para el presente, creo que es la base de la extensión de la felicidad. Las imágenes, a las que has echado mano para traernos esta historia, son muy clarificadoras. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarAgradezco sus amables comentarios sobre un relato sin más aspiración que la de rescatar del olvido lo que a veces perdemos en medio de la rutina y de la prisa. Un abrazo a todos,Yolanda, Amando y Miguel Ángel.
ResponderEliminar(No tiene mayor importancia, pero mi segundo apellido es Morales).
Hay que ver que buena tarde me está dando La Esfera. Isabel, has narrado con una sutileza y delicadeza el reconocimiento que se produce, tarde o temprano, en los matrimonios. No hay culpables más que ellos mismos. Me gusta como lo cuentas y como actúa la protagonista. Me han encantado muchas frases, por ejemplo: " Acomodé mi interés sobre el sillón". Mucha poesía destila el texto. No voy a ser menos que con el autor de "Los hombrecillos" y te debo otra cerveza.
ResponderEliminarCreo que nos olvidamos de donde venimos y es la clave para que perduren algunas relaciones. Sin duda la monotonía se come el recuerdo y esos momentos entrañables, esos que un día llenaron el alma no se pueden olvidar. Me ha gustado Isabel
ResponderEliminarMuy bonito. Esos detalles olvidados son un interruptor de la memoria y tú lo has sabido encender.
ResponderEliminar¿Cómo no va a tener importancia, Isabel? Solucionado.
ResponderEliminarUn texto exquisito, donde vemos como el tiempo a su paso marchitan las flores y hace caer las hojas amarilleandolo todo, pero siempre hay una esperanza y es caundo aparecen, otra vez, los brotes verdes.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Un precioso texto para un sentimiento precioso. El amor que no se acaba, aunque a veces se olviden los detalles, las pequeñas cosas que lo conformaban, el amor que es tan generoso como para dar otra oportunidad.
ResponderEliminarMuy bueno, Isabel.
Reitero las gracias a Marcos, a Ana, a la Esfera toda, por la cariñosa acogida que ha dado siempre a mis locos mundos narrativos y poéticos. Un intenso abrazo a cada uno.
ResponderEliminarEstá narrada de tal forma que pude sentir la pérdida con tanta intensidad como esa luz de esperanza del final. Un beso para Isabel.
ResponderEliminarHermoso. Nos remueve tantas cosas. Esa rutina diaria que nos hace pasar por encima las cosas que llegan, que queda, que importan. Ay Isabel¡¡ Genial... No perdamos esa ilusión de buscar.
ResponderEliminarUn cruce entre las líneas paralelas del amor dilatado en el tiempo. Muy cierto.Perfecto.
ResponderEliminarMe siento totalmente identificada con la protagonista de este relato, parece que soy yo misma, rescatando del olvido algo que hace tiempo he dado por perdido. Gracias, Isabel, por haberlo encontrado.
ResponderEliminarOtra vez me detengo en este pequeño espacio para agradecer a los amigos anónimos, a Lenita, a Bri y a esa Voz Silenciosa que, como siempre, reconstruye con sus matices, la historia.
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