En diciembre llegó un párroco nuevo al pueblo. Mi madre lo invitó a la cena de Nochebuena, porque le hacía ilusión sentar un cura en la mesa. Lavó la vajilla de La Cartuja y la cristalería heredada de la abuela. Planchó la mantelería de hilo. Sacó brillo a la cubertería de alpaca con una gamuza. Pasó la tarde asando un cochinillo. Todo estaba dispuesto para las diez. Mi madre esperó sentada ante el reloj de pared golpeando con la puntera del zapato cada segundo de retraso. A las diez y media apareció mi padre y detrás “El Guerra“, el borracho oficial del pueblo. “¿Pero a dónde vas con este tarambana?”, preguntó con un temblor de barbilla. “Tomaba un vino con el cura en el bar, cuando entró “El Guerra” dando tumbos y le dio tanta lástima que decidió enviarlo en su lugar“, le explicó mi padre. Mi madre era azogue en la mesa. Pendiente del invitado, al quite de sus torpezas, tiró ella misma una copa que se estrelló en el asado dejando cristalitos como confetis en la fuente y un rastro de vino tinto y salpicaduras de grasa sobre el mantel. Al final todos lloramos. Incluso “El Guerra“.
Texto: Lola Sanabria García
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Conciso y auténtico, me has rememorado algunos momentos pasados, llenos de ternura. Lo encuentro redondo y completo.
ResponderEliminarUn beso
Un relato navideño de lo más costumbrista(en el mejor sentido de la palabra)
ResponderEliminarMe ha recordado a Plácido de Berlanga
Muy bueno me gusta, me gusta mucho.
Alguna vez te he leído y otras te he escuchado, Lola.
Besicos.
Lo encuentro entrañable. Felicidades.
ResponderEliminarHay un elemento fantástico (no cotidiano): Un cura que cede el puesto. Vale. Interpreto que al final los cristales rotos impidieron cenar. Para llorar, claro. Muy bien escrito.Sí Berlanga.
ResponderEliminarEl azar trastoca todo un trabajo primoroso.
ResponderEliminarMás valía llorar por los cristales que hacían incomestible el asado y por la presencia del invitado no esperado.
Las ilusiones de su madre fueron contrariadas, los nervios campearon y el azar jugó el resto.
Estupendo micro, Lola.
Saludos afectuosos.
No entiendo bien la causa de llanto, y ¿ Por que el cura no acompañó al Guerra? Donde cimen cinco comen seis.
ResponderEliminarMe gusta el texto sencillo y cotidiano con la vajilla de la Cartuja y el mantel de hilo. Un abrazo. Á.
Anecdótico, divertido aunque con trasfondo, atmósfera costumbrista bien construida. Me gusta mucho este micro. Saludos.
ResponderEliminarPor un momento creí que el Guerra era el cura. Antes de leer este relato leí el de Amando, ahora entiendo por qué el padre de Agus prohibió el alcohol en el bar hasta enero. Muy bueno y divertido, casi sin darme cuenta se me cuela en la mente esa la imagen de esa escena tragicómica.
ResponderEliminarEl nombre de la autora es garantía firme de buena literatura.
ResponderEliminarMe adhiero al punto de vista de Ximens, en lo que de "berlanguiano" tiene el texto.
Excelente, Lola. Un placer leerte.
Supongo que esa es la auténtica esencia de la Navidad: compartir.
ResponderEliminarPero siempre me quedan dudas cuando se invita a cenar a "un pobre" o a pasar las vacaciones a un niño saharahui... ¿después, qué?
Muchísimas gracias a todos por pasaros por aquí y dejar vuestros comentarios.
ResponderEliminar¿Berlanga? ¡Qué más quisiera yo!
Puñado de besos a repartir.
Me ha hecho reír, no me lo esperaba. Un texto corto y contundente. En una breve escena se puede apreciar a una madre perfecionista y coleccionista de curas; a parroco listo que supo dar una lección; y el Guerra, cuyo apodo lo dice todo. Me ha encantado.
ResponderEliminarGracias, mil, Dácil.
ResponderEliminarAbrazos pacíficos.
Un ejemplo de solidaridad, aunque haya sido impuesta. Me ha divertido leerte Lola
ResponderEliminarMe ha encantado Lola. Lo que me he divertido. Le ha estado bien empleado a la madre, por querer sentar al cura en su mesa, por querer aparentar. Me ha encantado la caridad del cura con el borracho, que estaba solo, en Nochebuena. Y el remate, la escena de toda la familia aceptando a ese invitado incómodo. A ver como quita ahora la mancha de vino del mantel, que te digo yo que no sale. En tu línea Lola, magnífico.
ResponderEliminarTu genio de siempre lo ha logrado otra vez: sorprenderme.
ResponderEliminarContundente y redondo como un anillo.
Bravo, Lola!!!!
Inma, Mar, Patricia, muchísimas gracias por vuestros comentarios.
ResponderEliminarMil abrazos sin aparentar.
Como no sentar a un pobre en tu mesa si te viene impuesto por tu autentico invitado? Muy bueno, Lola, esas escena se ven y se palpa el ambiente.
ResponderEliminarBesitos
Gracias, Elysa.
ResponderEliminarAbrazos no navideños.
La verdad es que me gustó todo en este relato. La presentación del conflicto directa. Vaya con el cura. ¿Fue un acto de bondad o no quería cenar en esta casa?
ResponderEliminarPues no sé, Fernando, pero yo me inclino por la opción de no quiero cenar en esa casa.
ResponderEliminarAbrazos agradecidos.