Antonio tuvo una infancia terrible. Eran los años cuarenta en un pueblo del sur y casi todos los días de su corta vida el hambre no se había separado de él.
Pasaba las mañanas junto a su hermano menor en la plaza del pueblo. Agachados esperaban a que algún carretero pelara una naranja y tirara la corteza. Tenían que cogerla "al vuelo" para evitar que cayera al suelo y pudiera mezclarse con los excrementos de las bestias. Esa cáscara sería la única fruta que podrían comer.
Esperaban los domingos con ansiedad pues su madre, que servía en casa del terrateniente del pueblo, cocinaba esos días una paella para los señores e invitados. Si sobraba arroz, Antonio y su hermano podrían burlar el hambre comiéndose un bocadillo de paella que a escondidas le daba su madre. Antonio sufría al ver que su madre tenía que esconder en el delantal aquel bocadillo como si de una ladrona se tratara.
Por la noche, al acostarse, Antonio sacaba una pequeña caja de debajo de la cama. El tesoro que guardaba en ella era una barrita de color marrón. Untaba con la barrita la nariz de su hermano, luego la suya y la volvía a guardar en su caja.
Esa barrita era de chocolate. El olor del chocolate untado en ese par de narices engañaba a sus desocupados estómagos y les permitía dormir. El drama durante el día era no caer en la tentación de comerse el preciado tesoro y quedarse sin anestésico.
Ahora, pasados los años, Antonio acaba de jugar una partida de golf y en el restaurante del club, tras una suculenta comida, se dispone a pedirle el postre al camarero. Antonio frota su nariz y sonríe. Sus amigos sabemos lo que pedirá.
Texto: Manrique Cos Tejada
Narración. La Voz Silenciosa
Narración. La Voz Silenciosa
Muy bueno, Prsi, bien llevado y, afortunadamente, con final feliz. Se espera alboroque.
ResponderEliminarFelicidades Manrique,
ResponderEliminarEstá tan bien narrado que he visto "al vuelo" ese bocadillo de paella y al niño Antonio untar las narices de su hermano con la barrita de chocolate.
Sigue escribiendo así, tu prosa es esmerada y sencilla. LLega a quien la lee no nos deja indiferentes.
Lo dicho "escritor" eres bueno en el oficio.
Muy buen texto, muy bien narrado. Emotivo sin llegar a la sensiblería, duro, sin llegar a hacer sangre. Evocador como el aroma de esa barrita de chocolate.
ResponderEliminarEnhorabuena!
Buenísimo.Un abrazo
ResponderEliminarMe encanta como está narrado este texto; la tensión de los primeros años, la tensión de controlar ese cuentagotas que confunde la sed. Y el final es magistral, más allá de lo que vivamos de adultos siempre ahí algún niño que nos acompaña por dentro.
ResponderEliminarFelicitaciones a su autor.
Un abrazo desde Argentina.
En los relatos cortos el final es determinante y este tuyo lo es. Enhorabuena.
ResponderEliminarLo milagroso de este relato es la ausencia de rencor al cabo de los años. No he podido dejar de leerlo y de sorprenderme al final. Felicidades al autor.
ResponderEliminarGracias Mariano. Pues sí, acabó jugando al golf y ganándonos a todos. Un superviviente.
ResponderEliminarCabopá cómo era aquello que escribió Machado...ya recuerdo: "A las palabras de amor les sienta bien su poquito de exageración".
ResponderEliminarBesicos
Ana J. no te imaginas lo que te agradezco tus palabras. Gracias y un afectuoso saludo.
ResponderEliminarGracias Farallón.
ResponderEliminarJuan Ojeda esto de saberte leído desde Argentina me produce cierto vértigo y mucho rubor. Todo un lujo para mí. Gracias.
ResponderEliminarGloria ese final lo he presenciado muchas veces. Me lo sé de memoria.
ResponderEliminarManuel ese es el milagro, la ausencia de rencor. Gracias.
ResponderEliminarEs difícil hacer las cosas bien. Es difícil escribir bien y tambien lo es describir de forma breve y con tanta maestría, una dura situación de postguerra, con tantos matices sociales, infantiles, tiernos y llenos de amor. Por suerte para nuestro amigo, ni el rencor ni el resentimiento anidan en él y ha sabido "imponerse" a la vida y disfrutar situaciones que jamás imaginó. Nosotros lo celebramos, lo mismo que tus éxitos. Un abrazo.
ResponderEliminarUn texto que te envuelve como el aroma de esa barrita de chocolate, me ha gustado mucho la forma y el fondo, muy bien llevados.
ResponderEliminarMariano y encima juega al golf como si fuese tataranieto de golfista. Un caso único.
ResponderEliminarUn abrazo.
Inma Vinuesa gracias por tu comentario, por tu amable comentario.
ResponderEliminarUn saludo.
Manrique, es un relato excelente.
ResponderEliminarPluma fácil y letra precisa. Expresión correcta y trasfondo... ¡Huy! ¡Qué magnífico trasfondo!
Saber aguantar el hambre y aprovechar lo que se tiene es digno pero lo es más contener con una voluntad férrea la desaparición del tesoro.
Ahora, Antonio puede jugar al golf porque su voluntad prevaleció sobre la miseria que soportó durante su inocente niñez.
Mi enhorabuena por esa pluma, Manrique.
Un abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias Antonio. El hambre en aquellos años era el pan suyo de cada día. Tenían auténtico terror a robar ni siquiera una naranja. Contaban entre otras muchas barbaridades que una pobre mujer quedó ciega de la paliza que le dio la guardia civil por robar unas piezas de fruta. Y lo más sorprendente de toda esta historia es que el protagonista luce en su carnet de la federación de golf un hándicap 4...el mío es 23.
ResponderEliminarMagnífica historia Manri.Un abrazo
ResponderEliminarPepe
Gracias Pepe, Otro para ti.
ResponderEliminar¡Qué bueno, Profe! Lo he saboreado tal cual, como si fuera parte de la historia. Eres un hacha, te lo tengo más que dicho.
ResponderEliminarUn abrazo bien grande.
Gracias Virgi, siempre tan atenta.
ResponderEliminarUn abrazo.
Uy una lágrima se me ha escapado..
ResponderEliminarUn maravilloso y tierno relato, narrado con precisión y maestría
Felicidades y mucha suerte!!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAniagua gracias por leerlo y por comentar.
ResponderEliminarUn saludo.