Recostada bajo la sombrilla, tras una mañana de baño, repleta de abrazos y caricias, la luz del mediodía va entornando mis ojos, consiguiendo que el horizonte se reduzca a sus pechos. Del rosado de su pubis, al tostado de sus pezones, mi mirada se desliza por su cuerpo, mecida por una gama de colores. Mi lengua saborea, en la distancia, el salitre de su piel, y mi dedo zigzaguea por la sombra de sus curvas, que el sol dibuja en la arena. En cada uno de mis poros voy sintiendo su deseo imaginado, hasta que mi corazón se concentra en un único e intenso latido en el eje diminuto de mi cuerpo.
Su voz en sordina, junto al murmullo humedecido de las olas, me compaña al regreso de mi ensoñación, al amparo de la gema del sol, el rubí del atardecer. Dejo que la mar refresque la temperatura de mi sueño mientras la observo en su inocente ignorancia del dulce placer de mi fantasía, y sonrío insatisfecha por el recuerdo del amor infructuoso, que, un día más, sufro por ella.
Texto: Ana Crespo Tudela
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Me encantan los relatos tan románticos y llenos de sensibilidad. Un placer leerte
ResponderEliminar¿Amor que se junta con atracción a primera vista? ¿coincidencia en la playa?
ResponderEliminar¿Tras ese deseo existe de verdad un amor, o solo un deseo lésbico no correspondido?
Un texto que describe muy bien una escena y un deseo y que te deja muchos campos abierto para interpretar.
Texto abierto a la interpretación, como abierto al horizonte una playa. Quizá por eso me atrajera
ResponderEliminarAh! El deseo!!!
ResponderEliminarMe ha encantado.
Lo mío no tiene nombre. Este comentario también lo he hecho yo, Ana J. Cabezaloca.
ResponderEliminarMe voy a la cama, se acabó