17 abril, 2012
El vecino de abajo
Sus pasos acariciaban una alfombra de mentiras, rompiendo las hojas secas del otoño cuando el aire se manchaba de frío. Esa mañana, cerca de Gloucester Road, donde se levantaba su imponente casa victoriana, sus labios perfilaron esa sonrisa que acoge a los seres que parecen flotar en la autosuficiencia: una vida confortable sin sobresaltos, como una zona ajardinada que aseguraba su tranquilidad; una familia perfecta y ordenada en torno a una moral recta y a unos principios sólidos. Su bienestar descansaba en el bien común, en la ayuda al prójimo, y todo aquello que te permite dormir sin quebrantar tu conciencia. Ya en su casa, tras acariciar a su viejo West Highland White Terrier, que corría a recibirlo, dejaba el abrigo en el perchero de la entrada y se ponía cómodo. En el salón encontraba a su mujer tomando el té y sus hijos bajaban a saludarlo para luego seguir con sus quehaceres. Tras excusarse, iba a la cocina donde preparaba rápidamente una especie de sopa muy líquida, casi sin color en la que
flotaba, de forma anecdótica, algunos fideos. Al llegar a la puerta camuflada bajo la escalera, la abría y descendía a un sótano oscuro con paredes de ladrillos mugrientos y húmedos. En ese espacio en el que se respiraba un aire fétido y denso se vislumbraba una cama en la que yacía alguien. Era un ser grande y fuerte, un hombre negro con el cuerpo cubierto por una sábana sucia y ensangrentada hasta el pecho. Al presentir su llegada, habría sus grandes ojos enrojecidos y sombreados por grandes ojeras y trataba de mostrar su gratitud con una forzada sonrisa. Su benefactor lo ayudaba a incorporarse un poco y le daba de comer. Tras terminar, el hombre grande y negro suspiraba, como si temiese algo. Entonces, el hombre blanco, al retirarle la sábana, podía ver como el cuerpo medio podrido tenía parte de sus órganos al descubierto, lo miraba a los ojos percatándose de su respiración agitada antes de agacharse, y, agarrándolo con fuerza, mordisqueaba sus intestino, el hígado, los riñones… mientras el hombre negro intentaba contenerse sin poder evitar retorcerse de dolor. Como si estuviera fuera de sí, el hombre blanco, insaciable, revolvía sus tripas y con las manos ensangrentadas extraía jirones de carne de su pecho, algunas costillas, petróleo, cacao, caucho, diamantes, marfil, esclavos, piedras preciosas…
Texto: Marcos Alonso
Narración: La Voz Silenciosa
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Me estrememece aunque al principio pensara en asuntos similares a lo que pasó en Austria. Es muy fuerte: pasar del bienestar, bienpensar de la Inglaterra del siglo XIX o XX a la esclavitud en África, a costas de márfil y carne de caucho, petroleo y diamantes. Muy fuerte, enhorabuena, Marcos.
ResponderEliminarEste texto debería ser el editorial de toda la prensa europea durante una buena temporada.
ResponderEliminarMarcos, gracias por esta valentía y este modo tan 'pedagógico' de mostrar en qué hemos convertido nuestro mundo, y cual es el secreto cimiento de nuestra querida y maravillosa civilización occidental.
Se me ocurre otra cosa. Además de editorial de prensa, prólogo de los libros de historia. Supongo que no encarecerá mucho una página más. Ya sé que la crisis y eso, pero quizá se pueda resumir alguna otra página.
ResponderEliminarYo lo pondría como obligatorio. Y si no prólogo, al menos colofón, una especie de resumen de la historia de la humanidad de los últimos siglos. ¿O siempre ha sido así?
Me ha sobrecogido. Por la forma en que lo relatas, como una historia costumbrista con toques de misterio, y por la terrible realidad que subyace.
ResponderEliminarUna buena historia a la que le falta un final. ¿Será capaz el hombre blanco de escribir un final feliz?
Enhorabuena, Marcos.
Marcos siempre nos reserva tu sorpresa final, tu sello característico. Impresionante.
ResponderEliminarUn relato estremecedor, toda una metáfora de nuestro mundo : el bienestar que reina en la superficie y el horror que permite ese bienestar habitando en el sótano.
ResponderEliminarMis felicitaciones al autor.
Permítame anotarle lo que creo que es un error al transcibir el relato; en la frase "...una especie de sopa muy líquida, casi sin color en la que flotaba, de forma anecdótica, algunos fideos." supongo que el tiempo verbal es en plural, o sea "flotaban".
Mis felicitaciones de nuevo.