Se supone que la muerte llega sin avisar.
Así lo creí durante mucho tiempo. Es un axioma: a cada cual le llega su momento cuando menos lo espera. Claro, que toda regla tiene su excepción, y el azar me colocó en una situación privilegiada para observarla: fui funcionario de prisiones. Ejercí en el corredor de la muerte.
Al principio, supuse que cierto olor que percibía junto a los condenados era lo que mis compañeros más veteranos llamaban “el tufillo de la muerte”, un aroma peculiar, tenue pero persistente, que yo suponía estaba compuesto por la pestilencia de las tripas sueltas y el sudor ácido del miedo, por los efluvios uniformados de las últimas cenas, siempre faltas de imaginación y que casi nunca eran apuradas.
No podría definirlo, pero se apoderó de mis narices desde el primer día en que me correspondió flanquear a un preso en su paseo final.
Cada vez que caminaba por el pasillo que llevaba a la sala de ejecución junto al hombre que estaba a punto de morir, ese olor pegajoso se interponía entre el condenado y yo, regresaba
una y otra vez en cada ejecución, cansino y despiadado.
Se incrustaba en mí de forma obsesiva, desde que se aislaba al preso para su última jornada hasta que su corazón dejaba de latir.
A veces, sin embargo, el “tufillo” no aparecía por más que el reo vomitara, se cagara encima o pidiera comer un chuletón requemado, y pronto aprendí que a esos prisioneros les llegaba el indulto o el aplazamiento de la sentencia.
Con el tiempo comprendí que la muerte huele, deja una estela de hedor a su paso. Siempre.
Lo sé. Lo he comprobado.
Y hoy, años después de haber abandonado mi trabajo en la prisión, a solas en mi dormitorio, vuelvo a oler ese “tufillo”.
La muerte acaba de llegar. Estoy preparado.
Texto: Ana Joyanes
Narración: Susana Santamarina
Narración: Susana Santamarina
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Espléndido texto, Ana.
ResponderEliminarUn texto que huele muy bien, en el que la autora ha sabido explotar al máximo las posibilidades que da el tema propuesto.
ResponderEliminarOler la condena o la gracia, oler su propia condena...
ResponderEliminarEs una idea estupenda y un texto magnífico.
Un beso, Ana.
Excelente texto, Ana. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por dedicar vuestra atención a este texto y por vuestros comentarios, Amando, Marcos, Catherine y Sara.
ResponderEliminarUn abrazo grande
Un relato que lectura ágil que nos lleva por narices a un final no previsto por mi. Lo que aprecio en el tono narrativo es una cierta frialdad, con lo cuál se consigue que comprendamos cómo puede ser rutinario el acompañar a la muerte, el a todo se hace uno. Un abrazo.
ResponderEliminarQué bien escrito Ana. Lo que más me ha gustado es la descripción de las miserias de los condenados en su últimas horas, casi he podido olerlas. Me ha gustado mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Ximens, Mar por vuestros comentarios.
ResponderEliminarUn abrazo
Susana, no puedes imaginar la emoción que he sentido al escuchar el relato en tu voz.
ResponderEliminarMuchas gracias, muchas, muchas.
Muchas gracias a ti, Ana. Para mí es un placer ofrecerle mi voz a tus palabras y que sientas emoción me halaga muchísimo.
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