31 agosto, 2012
La residencia
–Ten más cuidado, pueden oírte –le susurró su elegante esposa mientras levantaba la mirada y dejaba escapar una leve sonrisa a modo de saludo, siendo correspondida por sus vecinos con un ladeo de cabeza al pasar junto a ellos.
– ¡Me importa un carajo que me oigan! –contestó airado el General Conrand.
–¡Estoy harto de esos imbéciles! ¡¿Qué se creen esos políticos corruptos?! Por no hablar del ese insolente Fiscal General que nos tenemos que topar todas las mañanas.
–Ya lo sé cariño, yo también me arrepiento de haber venido a vivir a este lugar donde se respira tanta hipocresía – le contestó su esposa mientras avanzaba hacia el Hall del edificio, bajando lentamente por las grandes escaleras de mármol y acariciando el pasamanos dorado, a la vez que recibían una lluvia de destellos que se precipitaban de las lámparas de araña colgadas de los altos techos.
Al llegar se vieron sorprendidos por un numeroso grupo de vecinos entorno a Herman, el portero del edificio que vestía su impecable uniforme.
– ¿Cómo que no podemos salir hoy? –protestaban indignados algunos de los distinguidos vecinos.
–Lo siento es por cuestión de seguridad ¬– respondió con firmeza Herman intentando tranquilizarlos.
–Sí, sí, seguridad, el mismo rollo de siempre – protestó uno de los allí presentes mientras otros se encogían de hombros, hasta que poco a poco se fue disolviendo el tumulto y la mayoría volvieron a subir los viejos y sucios escalones de madera que crujían como si protestaran al igual que los demás.
Atrás quedaron varios de los vecinos más histéricos que terminaron siendo reducidos ante su actitud más violenta, incluso al Fiscal General al que tuvieron que ponerle una camisa de fuerza, pero a medida que se les administraba el tratamiento volvió la armonía al edificio, retornando la luz brillante que envolvió las suntuosas estancias de la Residencia.
Texto: Marcos Alonso
Narración: La Voz Silenciosa
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Muy irónico texto. Imagino una aplicación real a la actualidad y me hace sonreír. Me gusta el final.
ResponderEliminarFelicidades!
Da mucho miedo. La alienación que puede llegarnos a todos (o nos ha llegado?)
ResponderEliminarMuy bueno, Marcos
Qué duro resulta al toparte con la realidad del relato. Siempre dan respeto ese tipo de residencias mentales, pero esta, además, da pena y miedo.
ResponderEliminarMe ha encantado el contraste de los dos puntos de vista, de las dos realidades: pacientes y narrador.
Felicidades, Marcos.
...Ah! y que este relato sea ciencia ficción por mucho tiempo, Aunque quién sabe dónde llegará el hombre!!!!
ResponderEliminarMuy inteligente este relato donde todo transita por los recuerdos, por los ojos de quienes aún creen que están en el mundo, para de golpe el lector (por el titulo y el cancerbero) saber que están en la antesala del mausoleo. Me gustó ese cambio radical del mármol a la madera crujiente. Bien, Marcos.
ResponderEliminarMarcos, la rutina que instalamos en nuestra vida; parece que nos acompañará siempre.
ResponderEliminarEstupenda ironía de la vejez, la postrera alienación química, no tan diferente de las previas. Estupendo, Marcos
ResponderEliminarUna metáfora tremenda de este mundo tan extraño, duro y temible como el que nos ha tocado vivir.
ResponderEliminarTexto made in Marcos...
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias amigos por sus comentarios mil disculpas por no responderles con prontitud.
ResponderEliminarSin pretenderlos. Contintavioleta, descubrí al final del relato esa complicidad entre los pacientes y el narrador. Espero que eso no quiera decir nada respecto a mi estado mental.
Ciertamente, Ana, eso mismo me lo pregunto con frecuencia.
ResponderEliminarSí, Petra, pena y miedo. Creo que es un sentimiento ancestral como ocurre con las almas penitentes. Algunos pueblos era capaces de construir grandes totems "porque me da mucha pena que estés ahí enterrado ¡pero no se te ocurra moverte!!
ResponderEliminarGracia, Ximens. Claro que ya no solo es locura o cordura, sino madera o mármol. Con esto de la crisis hasta los sueños se deprecian. Un abrazo y felicidades nuevamente.
ResponderEliminarSí, Calamanda. Aunque si rutina es equivalente a cordura y una vida más emocionante a locura ¿con que nos quedamos?
ResponderEliminarGracias, Ängeles. La vejez, no sé por qué me da la impresión de que es más divertida de lo que parece, e incluso me da por pensr que nuestro humor se hace más grande para aceptar reírnos de nosotros mismos y romper los estrictos protocolos sociales.
ResponderEliminarAmando, seamos más optimistas. Todo eso es verdad pero piensa que... si el Madrid gana la Liga??
ResponderEliminarGracias, Flamenco, y no hagas caso al comentario anterior. Entre los dos sabemos que es el Betis el que va a arrasar (¿está en Primera aún no?)
ResponderEliminarMarcos, me acabas de disparar un torpedo en to la línea de flotación con lo del Betis...soy sevillista desde chiquetito!!!
ResponderEliminarMarcos, chapó. Me ha encantado, así que ya puedes ir sacando a la luz lo último que estés escribiendo porque esto se está poniendo fuerte.
ResponderEliminarDisculpa, Flamenco, por ponerte "verde". Tengo momentos daltónicos y no me he dado cuenta de tu morado color. y que Sevilla tiene un color especial.
ResponderEliminarGracias, Dácil. La verdad es que lo último que he escrito creo que fue una lista de cosas para comprar en la ferretería. Y es que en este veranito me he especializado en chapuzas a domicilio, aunque espero ponerme pronto las botas. Un abrazo.
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