21 agosto, 2012
Mi finca
Lo confieso: me gusta mi trabajo; ser portera de un bloque de pisos llena todas mis aspiraciones y me ofrece un buen puñado de posibilidades.
Disfruto limpiando los espacios comunes, dejándolos impecables; he recogido aplicando la oreja en las puertas adecuadas murmullos y silencios, discusiones y algún que otro gemido; y todo eso, no, no lo he tirado, lo he reciclado y he sacado más de un pellizco a fuerza de propinas, extras y chantajes. Vigilo con celo la entrada e impido la entrada a terceros, a no ser que me expliquen a dónde van o para qué; hay que tener mucho cuidado con los extraños y lo seguiré teniendo aunque alguno de ellos no haya vuelto o algún vecino haya dejado de hablarme. Me encargo de repartir la correspondencia; sólo en ocasiones me he extralimitado leyendo alguna que otra carta, pero mis intenciones siempre han sido buenas, tanto si he dejado que la dolorosa misiva llegase al destinatario, como cuando ha aparecido accidentalmente en un buzón equivocado o se ha extraviado en uno de mis armarios. Me ocupo de recoger la basura y de sacar los cubos a la calle, eso sí, como hacen algunos detectives en algunas películas, he podido descubrir no pocas cosas inspeccionándola; pero a veces, como soy algo mayor y también un poco despistada, he de confesar que la bolsa de basura ha vuelto lamentablemente rota a la puerta del que la ha generado; no acabo de saber por qué pasa, para mí es inexplicable pero no creo que hay que darle mayor importancia. Como es lógico guardo copia de las llaves de todos los pisos de la finca; a veces, y sólo por prevenir, entro en ellas cuando no hay nadie y aunque no pase absolutamente nada; soy muy profesional, he tomado notas y fotos durante años. E intento, como buenamente puedo, solucionar cualquier problema que afecte a la comunidad de vecinos para la que trabajo; por ejemplo, en estos días de invierno, sin ir más lejos, les he cortado el agua y la calefacción, he colgado del ascensor un cartel en el que pone “estropeado” y les he dejado a oscuras, hasta que mi hijo que está en el paro pueda vivir en el quinto derecha, sin crear problemas y sin hacer mucho gasto, para esperar tranquilamente a que el viejito que vive en él definitivamente haga testamento y la palme.
¿En qué otro trabajo podría obtener más? Si conocen alguno, me encantaría que me lo dijesen, nunca está de más cambiar e intentar mejorar en lo que haga falta.
Texto: Luisa Hurtado González
Audio: La Voz Silenciosa
Más Historias de portería aquí.
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Vaya con la portera, el colmo de la eficiencia, la doña. No sé los demás esféricos, pero yo ya tengo portero y no tenemos pensado cambiarlo, ¿a alguien se le ofrece?
ResponderEliminarSabía que esta convocatoria daría para mucho; es más supera cualquier expectativa. Me temo que existían porteras parecidas a esta. Muy bien narrado.
ResponderEliminarBesos, Luisa.
Esta portera es un crack, el diablo nos libre de ella. Me gusta ese de reciclar murmullos, silencios y gemidos. Lo de rebuscar en la basura me recuerda a mi alcaldesa madrileña, también el diablo nos libre de ella. En fin, un relato entretenido que nos hará mirar de reojo a nuestros porteros.
ResponderEliminarVaya con la portera, reúne todas las características propias de su oficio, seguro que en su época no había realytis (como se diga) alguna cadena la contrata y sube la audiencia...
ResponderEliminarMuy bien contado Luisa, rápido, agil de leer. Me ha gustado ese toque ecológico,je,je...
Suerte!!!
Al final yo también ando por aquí. Nos leemos, amiga.
Besicos salados.
El paradigma de la portera. Habrá que tener cuidado con lo que se tira a la basura...
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna portera de "miedo". Que justifica perfectamente sus acciones, y que realiza casi todas por el bien vecinal. Habrá que premiarla y todo...
ResponderEliminarUn besoooo grande, querida Luisa.
Terrorífica portera. Menos mal que vivo en una casa...
ResponderEliminarBesos desde el aire