17 noviembre, 2012
La facultad de Manuela
Manuela volvió a poner en práctica su invisibilidad, como tantas veces hizo de niña. Con ella lograba permanecer en lugares indeseables y peligrosos sin que notaran su presencia. Más tarde siguió perfeccionando esta habilidad suya en los días tormentosos de su matrimonio, cuando su marido se empeñaba en destapar la caja de los truenos.
Al enviudar dejó esta práctica, comprendió que había llegado el momento de hacerse visible. Lo hizo de forma sobria, con prudencia, evitando deslumbrar a pesar de sus muchas luces, la notoriedad le horrorizaba.
Hoy Manuela se había sentido de nuevo amenazada por el griterío selvático de sus hijos y sus nueras. Discutían acaloradamente sobre herencias, notarías y la conveniencia de ingresarla en cierta “cabaña del atardecer”…
-¡Vaya!, –pensó- al menos por el nombre el lugar parece apacible.
Al recuperar esta vieja habilidad suya, le sorprendió descubrir que a pesar de no haber practicado en años, esta se había potenciado de tal manera que ahora hasta podía ver desde arriba como su cuerpo inerte se balanceaba al movimiento cada vez más lento de la mecedora, ella simplemente había dejado de estar en él.
Asumiendo esta verdad sin amargura, Manuela observó que su familia continuaba enzarzada en aquella inútil discusión. En un último intento de sentir su calor, pasó a través de cada uno de ellos, con su habitual prudencia, no deseaba perturbarlos. Fue entonces cuando se hizo el silencio, un silencio amargo, triste, vacío… y empezaron los sollozos.
Texto: María Isabel Machín García
Narración: La Voz Silenciosa
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Vaya personaje. Vaya historia. Destaco ese paseo con letras como si fuera una mano, hasta llegar a ese desenlace tan discreto de Manuela, como su vida. Muy bien llevada, Isabel. Enhorabuena.
ResponderEliminarEste texto da para una novela.
ResponderEliminarMuy bueno, emocionante pero sin llegar jamás a la sensiblería.
Me ha gustado mucho.
Gracias Miguel Angel, gracias Ana; vuestra opinión siempre es muy importante para mí y el hacer girar la esfera, sigue siendo un privilegio.
ResponderEliminarUn cordial y afectuoso saludo
Estupendo relato, Isabel, suave, discreta y volátil Manuela, se marchó como vivió, sin molestar, sin sobresaltos, sin tragedias. Al desaparecer es cuando notaron su presencia, por su ausencia. Bello y triste.
ResponderEliminarGracias Angeles por tu opinión y por esa delicadeza con que transmites tus comentario.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Precioso relato de una vida que tiene que morir para estar presente. Lo has escrito de una manera dulce, cómo lo hubiese hecho la misma protagonista.
ResponderEliminarEnhorabuena Isabel.
Querida Inma ¡que alegría volver a verte!
ResponderEliminarGracias, sabes que tu opinión me importa mucho.
Espero que pronto nos regales de nuevo tus letras.
Un abrazo.
Estimado José Francisco: Puedo parecer pretenciosa, pero siempre que se publica uno de mis relatos en la Esfera Cultural, espero con impaciencia escucharlo a través de "la voz silenciosa"
ResponderEliminarHoy ha vuelto a emocionarme, como me sucede siempre al oirlo; en este caso además, he sentido una enorme ternura por Manuela.
Gracias una vez más José Francisco.
Querida Isabel: Me emociono siempre que me decís cosas como esta, pero no sabéis el grado de admiración que yo siento por todos vosotros, capaces de juntar letras,dándoles belleza. Eso yo no sé hacerlo y me recreo con lo que vosotros creáis. Mi agradecimiento por dejarme.
ResponderEliminarAbocada al precipicio. ¡Pobre Manuela! Es tan importante ser aceptada en el grupo desde el principio, en caso contrario, como bien dibujas, no hay vuelta atrás.
ResponderEliminarTriste, si. Un beso.
Me recuerda a una historia, salvando las distancias:
http://www.youtube.com/watch?v=TmrerJoIh2o
Querida Isolda: gracias por tu aportación y tu mirada sobre mi relato de de Manuela.
ResponderEliminarHe ido a la dirección que expones y he disfrutado del video; me ha parecido muy divertido; como bien dices también habla de alguien invisible para los suyos (salvando las diferencias).
Un abrazo.