Dudó en el color de la bata, al final se decidió por el azul con florecillas blancas.
Era la primera vez que entraba en un quirófano y su cuerpo temblaba de miedo, además de no poder soportar ese olor tan característico.
Sintió lástima al verla ahí en la camilla, inerte, son sus manitas atadas, su panza esperando el bisturí.
Unos minutos antes la había visto llena de vida, su piel brillaba y sus ojos saltones giraban los trescientos sesenta grados en su pequeña jaula.
Un tajo certero y pudo ver cómo su pequeño corazoncito seguía latiendo. Ese mismo año abandonó veterinaria.
Texto: María Estévez
Contra! Me ha recordado a mí misma y por qué no me decidí a ser veterinaria.
ResponderEliminarSobrecogedor, María, pero escrito con esa sensibilidad que siempre imprimes a tus textos.
ResponderEliminarUn saludo.
Nuria R.
Ana, Nuria: Gracias por sus comentarios
ResponderEliminarSaludos
Ver latir un corazón es lo más espectacular que puede verse, dan ganas de salir corriendo, lo entiendo, María.
ResponderEliminarCorto, claro y conciso.
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