Fue una muerte pequeña.
Sucedió una mañana en que los días son cortos y acuosos, cuando el aire se torna líquido y las nubes grises son laberintos tormentosos.
Sin amigos, sin testigos, solo, en silencio, apartado de todo, rodeado de frío, cerró por última vez los ojos.
Se convirtió en muerto igual que se había convertido en vivo, por azar, con hambre, sin propósito, con frío, sin nombre, sin mayor sentido.
Nunca fue más que el cadáver de un perro apaleado en un páramo apartado.
Texto: Marta Pantiga
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Es una belleza, Marta. Así cortito, como si nada, como esa vida de perro...
ResponderEliminarBesos
Pobre perro...
ResponderEliminarEscalofriante, como la vida y la muerte de tantos abandonados, perros o no.
ResponderEliminarEstupendo texto.
Hay lugares que son sala de espera de la muerte. Lamentablemente los que habitan , ignoran que hay que largarse, o peor, no pueden.
ResponderEliminarPues sí, sencillo y claro. Como si nada, con la misma nada de conciencia con la que se apalean y se abandonan a los perros en cualquier páramo para morir.
ResponderEliminarComo debe de ser un relato corto que es eso lo que quiere transmitir.
Creía que este perro iba a llamarse Pedro. Pues nada. Un microrrelato muy bueno.
ResponderEliminarCatherine, me ha quitado el comentario. Menos mal que suelo leerlos...
ResponderEliminarEnhorabuena.