—Viviana, espabila… —le aconsejaba, como tantas veces hizo para sacarla de su ofuscamiento y su testarudez.
Se despertó sintiendo la humedad salobre de su pelo en la almohada. Tendida boca arriba recordó la vez que siendo niña se escapó de noche para ver el camino que marcaba la luna en el mar, había oído decir que llegaba a los confines del mundo. Cargó su manta sobre el hombro y anduvo a tientas por el sendero que la llevó a la bahía. Allí estaba, grande,
redonda, y la estela de su luz dividiendo el mar entre sombras y plata.
No podía, no quería compartir su dolor con ellos. La forma de recriminarla hoyaba aún más su corazón y ya le resultaba insoportable. Tenía que agarrarse a la certeza de que tal vez un día viviría tranquila y sin que nadie marcara el ritmo de sus pasos.
Tía Tere subió a la habitación con el fin de convencerla, a sabiendas de que con Viviana nada era fácil.
Tocó una sola vez antes de abrir la puerta y entrar en el dormitorio sin pedir permiso.
—¿Qué haces ahí tumbada todavía? Vístete, que te estamos esperando.
Se sentó en el borde de la cama y acarició su cara, apartando los mechones que se le pegaban a la frente. Con esos ojos tan abiertos, que parecían estar vislumbrando algo que se encontraba más allá de la pared, el pelo oscuro y difícil de domar y el gesto obstinado, no podría ser más distinta de su madre, tan dulce, tan discreta incluso para morirse.
Tía Tere apretó los labios para no llorar pensando en su hermana.
—Viviana, tienes que comportarte como es debido, que ya eres toda una mujer. La gente está hablando… no hay que darle tres cuartos al pregonero…
La muchacha se incorporó, la mirada centelleante.
—Y a mí, ¿qué?
Tía Tere sintió que la bilis le subía a la boca. “Esta niña…”. Los músculos se le tensaron en un amago de darle un bofetón, pero se contuvo.
—Es tu madre —le espetó, con los dientes apretados—, ya puedes tener un poco de consideración —vio cómo su sobrina abría la boca para replicar, y la cortó en seco—. ¡Y ya basta, que contigo no se puede andar con chiquitas! En cinco minutos te quiero abajo. Y como Dios manda, que en esta familia respetamos las formas. Y es tu madre —redundó— la que está de cuerpo presente, tenlo en cuenta y déjate de zarandajas de niña mimada de ciudad.
Viviana empalideció, la rabia y el dolor anudándose en la garganta. ¿Qué sabría ella?
Vio como su tía se apartaba, como picada por una culebra, tiesa, envarada, seca, agria, autoritaria, no quedaba nada del roce de sus manos sobre su frente. Creyó que saldría dando un portazo, pero no, estaban de luto, nadie en la familia se permitiría hacer un ruido inapropiado.
Se sentó en el borde de la cama y acarició su cara, apartando los mechones que se le pegaban a la frente. Con esos ojos tan abiertos, que parecían estar vislumbrando algo que se encontraba más allá de la pared, el pelo oscuro y difícil de domar y el gesto obstinado, no podría ser más distinta de su madre, tan dulce, tan discreta incluso para morirse.
Tía Tere apretó los labios para no llorar pensando en su hermana.
—Viviana, tienes que comportarte como es debido, que ya eres toda una mujer. La gente está hablando… no hay que darle tres cuartos al pregonero…
La muchacha se incorporó, la mirada centelleante.
—Y a mí, ¿qué?
Tía Tere sintió que la bilis le subía a la boca. “Esta niña…”. Los músculos se le tensaron en un amago de darle un bofetón, pero se contuvo.
—Es tu madre —le espetó, con los dientes apretados—, ya puedes tener un poco de consideración —vio cómo su sobrina abría la boca para replicar, y la cortó en seco—. ¡Y ya basta, que contigo no se puede andar con chiquitas! En cinco minutos te quiero abajo. Y como Dios manda, que en esta familia respetamos las formas. Y es tu madre —redundó— la que está de cuerpo presente, tenlo en cuenta y déjate de zarandajas de niña mimada de ciudad.
Viviana empalideció, la rabia y el dolor anudándose en la garganta. ¿Qué sabría ella?
Vio como su tía se apartaba, como picada por una culebra, tiesa, envarada, seca, agria, autoritaria, no quedaba nada del roce de sus manos sobre su frente. Creyó que saldría dando un portazo, pero no, estaban de luto, nadie en la familia se permitiría hacer un ruido inapropiado.
¡Qué duro, chicas! Ahí se refleja lo que advertimos tantas veces, aunque nos parezca increíble. Pobre Viviana, la vida continúa igual para ella. Un relato estupendo, guapas.
ResponderEliminarBesos y Besos.
¿Y por qué será que no me sorprende esta escena? ¿Por qué será que se considera más dolor guardar las formas, que el puñal atravesando el corazón?
ResponderEliminarY cuando el patriarca y " las mujeres" la tratan como una niña cómo podría portarse como una adulta que respeta las formas?
ResponderEliminarMe intriga el "qué sabría ella".
Estupendo diálogo, o mejor dicho el monólogo de la tía intratable.
Isora, Amando y Catherine, qué ilusión me hace leer sus comentarios. Viviana es lo comentan, una adolescente que se rebela contra los prejuicios y su vez una persona sensible. Lejos están los tiempos aquellos de mujeres enlutadas y el qué dirán. Tristemente quedan aún muchos lugares donde las almas no son libres.
ResponderEliminarBesos
Me sumo a las palabras de Dácil.
ResponderEliminarQué bueno es saber que nos leéis!!!
Mil besos
Esa interpretación, Jose... suena como sonaba en mi interior al escribirla, al leerla por primera vez. Gracias!
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