A mis primas les gustaba ser escuchadas, agasajadas. También un toque de pipermín en la cerveza y fumar con boquilla plateada. Al hablar me apuntaban con la barbilla en plena cara y, entre risitas ahogadas, pedían constantes favores —primito— para evitar quebrarse las uñas. Vestían a la última moda y siempre se dejaban invitar por mucho que uno no insistiera.
Una noche oscura las encontré en la cuneta desesperadas, bañadas en la grasa de su motor averiado. Me limité a acelerar, ofreciendo la más educada de mis sonrisas, la propia de todo un caballero. La que ellas se merecían.
Texto: Mikel Aboitiz
Y es que no se puede abusar de los primos.
ResponderEliminarRazonable respuesta y buen relato.
La sonrisa de un caballero, no sustituye a sus manos casi nunca.
ResponderEliminarEsas personas que se creen por encima de todos ¡me revientan!. Yo hubiese reaccionado igual pero sin sonrisa y con el dedo corazón apuntando al cielo.
ResponderEliminarBesos de gente normal.
La mala leche, servida en plato frío, como la venganza.
ResponderEliminarLa venganza de quienes no saben decir que no, pero se sienten usados y aprovechan la oscuridad para resarcirse en solitario.
Me ha gustado el texto (lo que significa, no).
Fdo: Una que sabe cambiar las ruedas de su coche