Obra: "El Sueño de Gauguin" de José Luis Zorrilla Campos |
Limpié los restos de salsa que me manchaban la boca y devoré las migas de pan que quedaban sobre el mantel. Después de comprobar que mi prole continuaba enfrascada en una guerra interminable por la posesión del control remoto del televisor, supe que cuando se está harto, hay que hacer una pausa. Caminé hacia la puerta de casa y huí a la calle intentando dejar atrás el sainete familiar. Me senté en el cordón de la vereda, encendí el último cigarrillo que conservaba y lancé una mirada al cielo. Inclinado sobre mis piernas descubrí que ya era tiempo de cambiar las suelas de mis zapatos, pues el hilo de la costura del botín derecho amenazaba con rasgarse en el momento menos oportuno.
El constante ir y venir de la gente no fue suficiente obstáculo como para no verla. Se acercó tambaleándose sobre unas sandalias rojas, que por su calamitoso estado, competían con el desaliño de mi propio calzado. De inmediato reconocí su impronta caribeña: generosas curvas, abundante cabellera y aquella piel morena tan distintiva. Se sentó a mi lado y dibujó una enorme sonrisa. Impresionado por la ampulosa expresión, no supe anticipar su gesto que me sorprendió con la guardia baja. Sin mediar palabra alguna, apoyó la mano sobre el cierre de mi pantalón y sus dedos expertos empezaron a acariciarme y a colarse dentro de la bragueta. Confieso que no soy del tipo que se enciende rápido y quizás por esa razón su exclamación me causó mucha gracia:
-¡Estás muerto, chico!
Fastidiada porque sus palabras no hirieron mi masculinidad, se levantó a los tumbos y partió insultando a Dios y a la Virgen Santísima. Al soltar una carcajada, que resonó a lo largo de toda la cuadra, provoqué la intriga de mi mujer que asomándose al balcón cuestionó a viva voz:
-¿Qué estás haciendo ahí afuera? ¡Te vas a resfriar!
La miré magnánimo, intenté aventurar una reflexión, pero capitulé y me fui a dormir.
Narración: La Voz Silenciosa
Por algo dicen que conviene dejar de fumar y ponen los avisos que ponen en las cajetillas de tabaco...
ResponderEliminarMe ha gustado.
Quizás fue eso, sólo una pausa...
ResponderEliminarHe disfrutado leyendo ésta preciosa historia.
Un abrazo
En algunas pausas suceden cosas que no las puedes contar por riesgo a que te llamen "mentiroso"
ResponderEliminarMuchas gracias por sus generosas opiniones y un agradecimiento al staff de la Esfera por tener la deferencia de publicar este relato.
ResponderEliminarUn saludo para todos!
SOS UNA GENIA BEE!!!
ResponderEliminarEsta noche lo leo en La Voz Silenciosa. Alguien se escandalizará, pero me da igual. Si se escandaliza es porque... está muerto, chico.
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo. Cierto, a veces no vale la pena contar la verdad! Querida Voz, me encantará escucharlo.
ResponderEliminarUn beso, Bee!
1)Muchas gracias ESCARCHA!!!
ResponderEliminar2)Va a ser un honor que mi cuento sea leído en LA VOZ SILENCIOSA.
Y que no se muera nadie, vale? ;-)
ISOLDA:
Te agradezco las generosas palabras, ISOLDA. Otro beso para tí!
¿Cuántas pausas como esta soportará la relación?
ResponderEliminarQuerida Bee, siento un orgullo de hermana al encontrar aquí tu cuento. Muy merecida publicación, amiga de los aires buenos!
Un cariñoso saludo, gente de La Esfera
Tu generosidad es fenomenal! Te admiro, pero lo más importante: Te quiero mucho, Patri!!!
ResponderEliminar¿cómo que gracias, Parri, Beebie? ¿no se llama Jose Luis?
ResponderEliminarMe perdí, Romeck! ¿? ;-)
ResponderEliminarBuen texto Bee, enhorabuena.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por leer y por tus palabras, INMA. Saludos para tí!
ResponderEliminarSi es que los hombres ya no son lo que eran... pobre caribeña, qué chasco! Ya ni trabajar puede una...
ResponderEliminarMe ha encantado este relato.
Jajaja!!! Muchas gracias por tu buen humor, ANA! Un saludo para tí!
ResponderEliminarA veces tira la carreta. Me ha gustado el relato.
ResponderEliminar