Es realmente sorprendente la frecuencia con que algunos se topan con esta frase en su vida cotidiana. Si el escritor todavía no vive de sus textos, y tiene que trabajar por cuenta ajena en profesiones y vocaciones ajenas o tangenciales, lo oirá con frecuencia en boca de sus compañeros de trabajo. Si el escritor vive de lo que escribe, no le faltará tampoco ocasión de oírlo en entornos y lugares comunes al resto de gente, como la panadería que visita todos los días, o la cafetería donde se toma un respiro lejos de las teclas, o en el taller mecánico o en la peluquería sin ir más lejos.
En realidad, la frase la suelen pronunciar personas ajenas por completo al mundo de la
escritura y de la creación y, por lo tanto, no les es exigible que conozcan los rudimentos de la profesión. Tan solo buscan satisfacer algún deseo más o menos íntimo que, por lo visto, no desean que siga siendo tan íntimo. Aunque al final puede que tan solo se trate de un quejido general para que todo el mundo se entere de lo mal que lo están pasando o de lo extraordinaria que les parece su vida.
escritura y de la creación y, por lo tanto, no les es exigible que conozcan los rudimentos de la profesión. Tan solo buscan satisfacer algún deseo más o menos íntimo que, por lo visto, no desean que siga siendo tan íntimo. Aunque al final puede que tan solo se trate de un quejido general para que todo el mundo se entere de lo mal que lo están pasando o de lo extraordinaria que les parece su vida.
Los solicitantes de tal tarea ignoran que existen muy pocas personas y aún situaciones con varias personas que, por sí mismas, tengan tantos elementos interesantes como para merecer ser contados en una novela. Evidentemente sí que es posible y hasta probable que muchas de esas personas y situaciones acaben, de una u otra manera reflejadas en una narración; ya en un rasgo, ya en una frase típica o en una observación interesante, ya como física de un personaje, ya como química entre dos.
Algo que también ignoran los solicitantes es que, aunque se llevara al cine su vida, o el extraordinario caso en el que se ven envueltas, difícilmente iba a suscitar el interés de personas fuera de su círculo más íntimo de amistades y familiares, por más de cinco minutos, por muy bien contado que estuviera.
Por otra parte, si el escritor lo es realmente, el personaje o la situación propuesta para novelar, hace ya tiempo que figurará entre sus notas, pues una acentuada capacidad de observación es cualidad común a los escritores.
Una respuesta tan convincente como disuasoria suele ser la de animar a la persona solicitante a que lo haga por sí misma, a que ella misma escriba la novela, entonces, solo entonces tendrá una ligera idea de la tarea que tan inocentemente nos propone.
Pero la técnica definitiva para no verse en el compromiso de explicarle a alguien por qué su vida no va a interesar a nadie es pasar desapercibido, que la gente que te rodea no sepa que eres escritor. ¿Es que no os habéis fijado qué hace la gente con sus amigos informáticos o mecánicos?, ¿queréis pasaros la vida haciendo chapuzas por compromiso?
Nada, nada, discreción. Discreción y paz. Después de todo y, rizando el rizo, puede que lo que la gente se imagine que haga el escritor para ganarse la vida sea más novelable que ninguna otra cosa que nos propongan llevar a un texto.
Artículo: Victor J. Sanz
Artículo: Victor J. Sanz
Estoy de acuerdo con lo que planteas y desarrollas. A partir de ahí añado: por más que conozcamos de primera mano una vida o un episodio interesantísimo, incluso pongamos que histórico (yo qué sé los terroristas que pretenden atentar contra la vida de un alto mandatario estén organizando su ataque en el piso que les ha alquilado un vecino), para escribir una novela es necesario que haya una tecla del interior que se ponga en marcha. Dicho de otro modo el suceso, la vida, lo que sea no sólo tiene que ser señalado por otro, sino que tiene que arraigarse en el interior.
ResponderEliminarQuizá -no lo discuto- se podrán escribir novelas por encargo, pero me temo que esa escritura será sólo la parte más técnica del oficio, y aún así no sé si se podrá lograr algo interesante.
Quizá sí. Pero mejor no arriesgarnos, o acabaremos arreglando todos los enchufes de la comunidad de vecinos, y quién sabe si de la calle entera.
Victor, como me he reído con este artículo. Todos hemos oído esta frase alguna vez y todos hemos mirado al suelo pensando: "Y ahora que le digo yo a este hombre"
ResponderEliminarGracias por tus artículos de la mañana del sábado.
Hola Diego, otro abrazo fuerte para ti.
ResponderEliminarMuchas gracias por participar
Hola Amando, coincido contigo en que, generalmente, no es buena idea escribir novelas por encargo. A no ser que el encargo haya que "pagarlo" con algún tipo de reconocimiento a quien nos da la idea, y no con un asedio incansable sobre cómo desarrollar la historia y puede que hasta con la elección de los nombres de los personajes.
ResponderEliminarHay ocasiones en las que es mejor pasar desapercibido.
Saludos.
Hola Inma, muchas gracias.
ResponderEliminarEsa complicidad, ese saber del otro por lo que a uno le pasa, mantiene un poco más vivo (y acompañado) al escritor en su mundo solitario.
Saludos y gracias por participar y por la complicidad.
Pues a mí no me preocupa nada que me digan que por qué no escribir una historia de la vida de cada uno: con contestarles que algún día, ya vale. No hay ni por qué ser bruscos ni por qué agobiarse.
ResponderEliminarEs cierto que muchas personas opinan que su vida es digna de ser contada, y a veces no les falta razón. Otra cosa es que nos erijamos en cronistas de vidas ajenas.
No sé, será que ya he escuchado muchas veces eso mismo y tengo callo.
Por otra parte, debo reconocer que yo ya lo hice en una ocasión: tomé la historia de una amiga y la escribí. Con su permiso, por supuesto, y por propia iniciativa (¿la escribes tú o la escribo yo?, la reté). Y la escribí yo.
Claro, que el resultado no pudo estar más alejado de la realidad, porque una vez que un escritor hace suya una historia ya nada es igual, los hechos se distorsionan, los personajes se parecen solo a los que el autor crea y las situaciones renacen, nuevas y únicas.
Las "historias que merecen ser contadas" pueden ser una espoleta que al presionarla haga surgir otra historia, distinta, potente.
En realidad, ese ¿por qué no escribes esto? puede ser un estímulo más para el escritor, como el ver pasar a una pareja extraña por la calle o el escuchar una música disonante o sentir el frío en los pies: cualquier detalle puede valer. Al menos, en mi opinión.