Aunque no es un término recogido en el diccionario de la RAE, una distopía es, según la wikipedia, y en traducción literal del inglés, un “lugar malo”, un lugar indeseable, en contraposición a utopía. En principio, ni el mundo distópico ni el mundo utópico son mundos reales, en teoría, sino que son mundos idealizados por los escritores para dar vida en ellos a los aspectos sociales y humanos en cuyo contexto ser quieren destacar determinados objetivos o entornos deseables o indeseables.
Son numerosos los ejemplos de distopías que se han dado en la literatura, pero son todavía más numerosos los ejemplos de utopía, y esto es algo de lo que no solemos ser conscientes. Las utopías literarias quizás no son utopías con todos los ingredientes estereotípicos que cabría esperar, como por ejemplo un mundo idealizado y nítidamente delimitado, o dos bandos perfectamente definidos y sin la más mínima sospecha de intersección entre ellos, habitados por personajes netamente “buenos” o íntegramente “malos”, por ejemplo; sino que son utopías parciales en las que se nos muestra un mundo quasi-real, en el que evolucionan personajes más o menos creíbles, pero con un final dulce y acaramelado que nunca se daría en la realidad, ya que la realidad carece de esa capacidad de
preseleccionar entre lo que serían acciones “buenas” y acciones “malas” según el juicio humano y, lo que es más importante y lo hace aún más relativo y parcial, según el juicio del ser humano de la época en la que se describe o se narra cada utopía; pues según las circunstancias sociales de la época en la que se escriba, los componentes de la utopía pueden ser muy variados, no es lo mismo pensar en una utopía en tiempos de guerra o bajo el yugo de una dictadura que moldear ese concepto en un entorno donde las libertades son un hecho constatado. En ambos escenarios, el sueño del ser humano es muy distinto.
preseleccionar entre lo que serían acciones “buenas” y acciones “malas” según el juicio humano y, lo que es más importante y lo hace aún más relativo y parcial, según el juicio del ser humano de la época en la que se describe o se narra cada utopía; pues según las circunstancias sociales de la época en la que se escriba, los componentes de la utopía pueden ser muy variados, no es lo mismo pensar en una utopía en tiempos de guerra o bajo el yugo de una dictadura que moldear ese concepto en un entorno donde las libertades son un hecho constatado. En ambos escenarios, el sueño del ser humano es muy distinto.
Las utopías parciales son esas historias con final feliz que apestan a bondad, esa bondad de piel fina bajo la que, si pudiéramos rascar, encontraríamos yaciendo dormida a la fiera agresiva que es el ser humano de carne y hueso. Son esas historias en las que “siempre ganan los buenos”, y casi nunca nos cuestionamos si los “buenos” son de los nuestros o de los otros; como tampoco nos cuestionamos si los “buenos” son realmente buenos o bajo qué criterios se etiquetan como tales. Buenos, ¿para quién?, buenos, ¿según quién?
¿Por qué necesitamos las distopías?
Es cierto que las distopías nos dejan pensando sobre qué hemos hecho mal para vivir en la sociedad en que vivimos; y sobre todo, qué podemos hacer para evitar que nuestro futuro, pues de eso hablamos, no sea como el que nos muestra la distopía. Se puede decir, entonces, que una distopía podría interpretarse como un aviso, una advertencia, una llamada de atención sobre un riesgo más o menos real que puede amenazarnos a poco que se den las condiciones favorables. Desde este punto de vista, parece que las distopías son algo más que necesarias.
Pero quizás, en cierto modo, algunas distopías no son ya advertencias sobre el futuro, sino sobre el propio presente, sobre ese presente que se nos hace imposible discernir, cuánto menos comprender, pero que puesto en el trasluz de una novela se nos hace más nítido a la comprensión.
Distopías, ¿por qué las necesitamos?
Artículo: Victor J. Sanz
Artículo: Victor J. Sanz
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