Lo consumía saber que su destino era no tener destino, que su existencia pendía de un hilo.
Inmóvil, transcurría las horas en su lugar de encierro pendiente de ese rescate esporádico que lo conducía a la luz, a ese éxito que él tanto disfrutaba. Allí sí era él, quien bailaba e interactuaba con sus pares en forma magnífica. Ese que ya había adquirido relevancia artística.
No podía imaginar el rencor y la envidia de no sentir las sensaciones de frío o calor. No podía reclamar, no tenía gremio que lo representara. Solo le quedaba esperar resignado a que se hiciera la luz, esa que le habría la puerta al exterior, la que le anunciaba la fiesta de compartir con sus pares.
La falta de aire no lograba asfixiarlo, él permanecía allí a la espera, sabía que lo precisaban y que, con mayor o menor frecuencia, irían en busca de su ayuda. Lograba mantener, incólume, aquella sonrisa que le habían impuesto como primer y único gesto permanente.
Jamás llegaría a comprender porque su sustancia podría ser el reflejo de esa pisada que él nunca podría ser…
Por suerte cuando esos hilos se movían él cobraba vida y mediante la voz de su conductor lograba el festejo de todos los concurrentes, mayormente niños; aquellos que todavía sabían divertirse con una marioneta cuya existencia continuaría pendiendo de un hilo…
Texto: José Osvaldo Ferrari
Inmóvil, transcurría las horas en su lugar de encierro pendiente de ese rescate esporádico que lo conducía a la luz, a ese éxito que él tanto disfrutaba. Allí sí era él, quien bailaba e interactuaba con sus pares en forma magnífica. Ese que ya había adquirido relevancia artística.
No podía imaginar el rencor y la envidia de no sentir las sensaciones de frío o calor. No podía reclamar, no tenía gremio que lo representara. Solo le quedaba esperar resignado a que se hiciera la luz, esa que le habría la puerta al exterior, la que le anunciaba la fiesta de compartir con sus pares.
La falta de aire no lograba asfixiarlo, él permanecía allí a la espera, sabía que lo precisaban y que, con mayor o menor frecuencia, irían en busca de su ayuda. Lograba mantener, incólume, aquella sonrisa que le habían impuesto como primer y único gesto permanente.
Jamás llegaría a comprender porque su sustancia podría ser el reflejo de esa pisada que él nunca podría ser…
Por suerte cuando esos hilos se movían él cobraba vida y mediante la voz de su conductor lograba el festejo de todos los concurrentes, mayormente niños; aquellos que todavía sabían divertirse con una marioneta cuya existencia continuaría pendiendo de un hilo…
Texto: José Osvaldo Ferrari
La resignación al sentirse marioneta, qué triste destino.
ResponderEliminarUn texto extraordinario.
ResponderEliminarTe felicito por la publicación mi querido amigo
Enhorabuena, Osvaldo! Excelente texto. Un abrazo de puro orgullo!
ResponderEliminarLos niños miran la Luna y los mayores la cara del que la apunta.
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