Ciertamente cabe hacerle muchas preguntas a una novela al igual que caben muchos y variados enfoques. Pero acotemos la situación: tenemos una pequeña sala pintada de color gris, gris anodino para no irnos por las ramas, una mesita cuadrada en el centro sobre la que hay una lámpara, un par de pequeñas sillas en sendas caras opuestas de la mesa: una la ocupamos nosotros, la otra la novela.
Preguntas a una novela. Hay preguntas a una novela que conviene formular y otras, por limitativas no resulta siempre conveniente ni clarificador. Queremos saberlo todo de la novela que estamos escribiendo o que acabamos de terminar. Le damos la vuelta a la silla y nos sentamos de cara al respaldo, apoyados sobre él, para tomar distancias y, por qué no, para aparentar ser tipos duros. Ya tenemos a la novela donde queríamos, tenemos que sacarle hasta la última verdad que se nos ha escapado desde que apenas era una idea informe, gomosa y pegajosa hasta hoy que ya está crecidita y puede que hasta lleve la palabra FIN tatuada en la frente (o al menos eso cree ella).
¿De qué vas? es la primera pregunta que podemos hacerle o, si jugamos a aquello de poli-bueno / poli-malo, podemos entrar con un ¿qué te cuentas?, que también es informal pero
más educado y puede romper mejor el hielo.
Si tarda en contestar, desconfiad. Si la respuesta es una sucesión de frases subordinadas, de hasta varias líneas de largo, que se van entrelazando hasta perder el equilibrio y caer, desconfiad. Si balbuce, desconfiad. Si la novela no es capaz de responder con claridad y brevedad a partes iguales, desconfiad. Insistid pues, la novela se la está jugando y nuestra paciencia no debe ser infinita. Insistid: ¿De qué vas?, terminará contestando, ya lo veréis. Si no lo hiciere, pocas preguntas más cabe hacerle antes de someterle a una buena sesión de edición y corrección. La respuesta a esta pregunta debe ser fácil de obtener y fácil de trasmitir a los posibles lectores, que querrán conocer el tema principal de la novela para empezar a juzgarla y a sopesar si le dedicarán algunos euros de su patrimonio además de unas cuántas horas de su vida o no.
Bien, la novela ya nos ha contestado la primera pregunta, pero queremos saber más, queremos más detalles que nos den un poco de luz. ¿Cuál era el plan?, le preguntamos con gesto duro. Si todo va bien, la novela cantará y nos revelará los puntos más importantes de su plan, nos descubrirá la trama principal sobre la que gira la historia que cuenta; esa trama principal que debe tener una fuerza de atracción tan grande que haga que todas las tramas secundarias orbiten a su alrededor contribuyendo a su grandeza. Por cierto, si alguna de las tramas secundarias no guarda la armonía del conjunto es posible que se esté ofreciendo una visión distorsionada de la historia. En otras palabras, si uno de esos satélites que son las tramas secundarias y que orbitan alrededor de la trama principal se sale de su órbita, se puede convertir en un meteorito, en un objeto arrojadizo sobre cuya trayectoria solo tendremos vagas teorías y ciertas dudas, pero dudas ciertas, y que puede acabar estrellado en el planeta de la trama principal y poner en riesgo la armonía en la que debe desarrollarse el sistema planetario que constituye la novela.
Pero entremos en los detalles de ese plan, repasemos con la novela cada paso del plan, repasemos todos los puntos, desde el primero hasta el último. Busquemos cada punto débil que amenace la integridad del conjunto. Busquemos esa armonía planetaria a que deben contribuir todos y cada uno de sus elementos. Busquemos (¡y encontremos!) esos necesarios puntos de giro en la historia que son las elipses que describen las tramas que orbitan, que van y que vienen, manteniendo una aparente, pero solo aparente, linealidad en la acción.
Ya hemos abierto la caja de todas las respuestas, el camino se allana. ¿Quién está al mando?, A estas alturas ya no es necesario un gesto de "poli duro", pero si queréis, tampoco está de más, no es bueno que la novela se relaje antes de soltar toda la información. Si la novela sabe lo que le conviene y está bien preparada, nos dará toda la información que necesitamos conocer sobre los personajes protagonistas para que el lector se haga una buena composición de lugar sobre qué puede esperar de la historia que cuenta, pero también sobre qué sentimientos buscará remover en el lector. Si al mando no se encuentra alguien fuerte, con personalidad, con carácter y con influencia palpable sobre el resto de personajes, probablemente se den una de estas dos circunstancias: o bien la novela miente, porque nos esconde una verdad necesaria; o bien los protagonistas no están bien definidos. En cualquiera de los dos casos, aún tenemos trabajo por delante.
Cambiemos de tono, preguntemos a la novela por detalles aparentemente sin importancia. Si sus respuestas son monótonas y con una cadencia soporífera, probablemente el resto del contenido no será mejor. Revisemos sus respuestas e intentemos detectar si la novela no es simplemente un gran y doloroso engaño. Si la novela no refleja la vida tal y como es, con sus altos y sus bajos, con, por ejemplo, sus pasajes cómicos y sus pasajes macabros, sus pasajes románticos y sus pasajes crueles; si la novela no refleja cierta variedad de tonos, probablemente no nos estará diciendo lo que esperamos oír y, lo más importante, lo que el lector espera oír.
Preguntemos a la novela por otros detalles, cuantos queramos; cuantas más preguntas hagamos mejor conoceremos la novela, sus intenciones y sus posibilidades de ser reconocida y deseada como tal.
Preguntas que no
A menos que el objetivo de nuestra novela sea puramente comercial, existen algunas preguntas que no siempre procede formularle a una novela porque resultan, en su mayoría, limitativas.
Por ejemplo, hay quien defiende la pregunta ¿para quién?, o como sería en este juego propuesto de interrogatorio policial, ¿para quien trabajas? Esta pregunta pretende averiguar el tipo de lector para el cuál fue pensada (¡¡¡y escrita!!!) la novela y, si bien es cierto que existen determinadas características que no estaría de más acotar y perfilar, por lo general, pensar en un tipo determinado de lector para nuestra novela no haría sino limitar sus posibilidades de expansión por un mundo imaginario que no debe tener fronteras ni límites conocidos y, mucho menos, si nos vienen impuestos por la edad, la forma de pensar o la formación académica de dicho lector. A medida que nos acercamos a una concreción, nos alejamos del arte y de la creatividad. Es cierto, como decía antes, que no debemos olvidar por completo al lector, pues al fin y al cabo para alguien se escribe; pero salvo que nuestro tema, nuestro argumento o la exposición de nuestra novela sean características limitativas en sí, o exclusivo de un determinado grupo social; salvo que así sea insisto, no deberemos limitar nuestra creatividad enfocando cada esfuerzo que lleva la creación de una novela hacia un determinado público, pues ese será y no otro el máximo de público al que podrá aspirar nuestra obra.
Otro ejemplo de pregunta que no procede formular por limitativa o, mejor dicho, que la novela no debería poder contestar, porque cuanto más concreta pueda ser la contestación más limitadas pueden verse sus probabilidades de éxito, es la de la raza o la clase. Si la novela puede contestar sin dudas, de qué clase o de qué raza es, es tanto como poder etiquetarla en un determinado subconjunto de novelas de las que probablemente el lector ya tenga una opinión y, ya sea ésta buena o mala, no tendrá inconveniente ninguno en trasladar esa opinión hasta nuestra novela. Esto es un arma de doble filo, ya que si la opinión es buena o muy buena, nuestra novela tiene más probabilidades de defraudar al lector que de seducirle; y si es mala o muy mala, las probabilidades de que el lector lea nuestra novela se reducen drásticamente. En ninguno de los dos casos habremos ofrecido al lector la ocasión de que juzgue nuestra novela por sus propios méritos o deméritos.
En fin, sea como fuere, preguntad a vuestra novela, y sed duros, pues si no lo sois, la realidad terminará siéndolo con vosotros.
Preguntas a una novela
Artículo: Victor J. Sanz
Artículo: Victor J. Sanz
¡Genial!
ResponderEliminarMe ha encantado el artículo.
ResponderEliminarVega y Amando, sois muy amables.
ResponderEliminarGracias por participar.
Saludos.
No has podido hacer un símil mejor que el que has hecho. Enfrentarte a una novela es precisamente eso, un interrogatorio del que saldrán muchas conclusiones que harán crecer esa novela o harán que la tires a la papelera de reciclaje.
ResponderEliminarQué lucidez la tuya, Víctor!
ResponderEliminarNo podría haber imaginado un escenario mejor para plantear esa tarea tan ingrata y necesaria como es cuestionarte si lo que has escrito tiene pies y cabeza, sentido, orientación, peso, enjundia suficiente como para sobrevivir al lector.
Siempre tendré en cuenta este tercer grado que nos has enseñado.
Gracias!!!