Trabaja de día, trabaja de noche, el ideal de la efectividad, no descansa, no se cansa, siempre visita; no le importa donde sea, ni siquiera la estación, no conoce, ni falta le hace, las manijas del reloj. No es relativa, no necesita cálculos ni adivinos, es la cierta, con la que te la juegas desde que estás.
Llega, cumple y se va, su tiempo es oro. Es la más democrática acción.
Corre por las autopistas en ambos sentidos, a la vez, por los aeropuertos, por las olas, por las montañas.
El suicida, en su cerrado círculo, cuenta con ella y ella con él, sin memoria. Se cuela en clínicas y hospitales, atraída por el hedor cavernoso del enfermo terminal, se introduce en la herida que ya no tiene remedio. Camina por las venas galopando, pisoteando las neuronas del yonqui. Se hace dueña del latir de corazones cansados, demasiado excitados, o de arterias taponadas.
Es cómplice del frío, del calor, de la locura en sus extremos. No olvida su lista, es como la balanza en la vida. Es parte de lo más grande y de lo más pequeño. Ni dios ni patria ni reino, miles de explicaciones relativas, intentos de frenar su llegada, todos fallidos.
Cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo, hasta el infinito, si te busca, te encuentra, y se quiere creer que es sólo un paso, a otra realidad mejor. Pero en realidad, o supuesta realidad, sólo es un final que empezó al ser o estar.
Texto: Jesús Abreu Luis
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