El viento bramó furioso alimentando una voraz tormenta. |
Una mañana de primavera el Helena zarpó. Calma chicha. Suave viento de popa. Jornadas que no hacían presagiar que, súbitamente, el cielo enlutara voceando truenos sin clemencia. El viento bramó furioso alimentando una voraz tormenta. Plegaron velas. El agua anegó la cubierta quebrando el mástil. Un desafortunado bandazo a babor precipitó el barco de proa, sumergiéndolo en un furioso océano…
Llueve. Una mujer entra en una cafetería. Viste de negro. Llama su atención un anciano distraído con palillos y servilletas. Le resulta familiar el modo de coger la taza, su olor a maderas o esa forma de colocarse las gafas. Piensa en otra persona y sonríe. Ha cesado de llover; se marcha. Al salir, roza con su abrigo el brazo del hombre que percibe una brisa como de sal. Eleva los ojos. Apenas avista una figura oscura alejándose. Nota una punzada en el pecho. Aplasta su canoa de palillos. Se cubre el rostro y rompe a llorar…
Jamás han abandonado su memoria, pero la culpa, la pena y la imagen de Helena, engullida por lenguas de espuma, le asfixian con más saña, los días de tormenta.
Llueve. Una mujer entra en una cafetería. Viste de negro. Llama su atención un anciano distraído con palillos y servilletas. Le resulta familiar el modo de coger la taza, su olor a maderas o esa forma de colocarse las gafas. Piensa en otra persona y sonríe. Ha cesado de llover; se marcha. Al salir, roza con su abrigo el brazo del hombre que percibe una brisa como de sal. Eleva los ojos. Apenas avista una figura oscura alejándose. Nota una punzada en el pecho. Aplasta su canoa de palillos. Se cubre el rostro y rompe a llorar…
Jamás han abandonado su memoria, pero la culpa, la pena y la imagen de Helena, engullida por lenguas de espuma, le asfixian con más saña, los días de tormenta.
Texto: María Sergia Martín (Towanda)
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
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