El padre desafío el objetivo e hizo un pacto con la muerte que acariciaba su rostro, al tiempo que la madre sonreía. Los hermanos se crecían y esperaban el momento, aquel breve lapso del tiempo que se sucedería en la perenne constancia de un recuerdo.
Fue un cruel reflejo de la unión de los elementos opuestos, algo así como el animal descompuesto que nada sabe ya de la transformación de la materia. Y en medio del olor a féretro las mejores galas visten un buen entierro.
Así fue como el ojo indiscreto fotografiaba un bello y desagradable encuentro: el de la muerte con su recuerdo.
Texto: Raúl Muñoz González
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