Salió a la calle, empujó a su miedo y lo estampó contra la pared, al tiempo que le increpaba.
—¡Déjame en paz!
—¡Jamás! —respondió éste— ¿Dónde vas, de qué huyes?
Con estas últimas palabras zumbando en sus oídos salió corriendo, llegó justo a tiempo de atrapar un rabo de nube que vagaba a la deriva en un tiempo de mucha incertidumbre. Se acomodó y acurrucó en la esponjosa nube de algodón, y ya a punto de dormirse, cayó en un profundo abismo. Su miedo —¿y quién si no?— vino a rescatarlo, tendiéndole una mano.
—¿No te das cuenta que de nada sirve huir? —le decía— ¡Escúchame!
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