Todo sea dicho, y todo el dicho sea hecho. Mente y cuerpo. Alma y existencia. Nada tiene sentido para una hoja de pétalo marchita, su mero tiempo llega a fin cuando cae al suelo y, seca, se hace polvo.
Polvo… Polvo como mis lágrimas. Polvo como mis sueños. Cenizas de un cielo azul y restos de un bienestar. Podrida la respiración. Podrido el aire que envenena mis pulmones y con ello, me condena a vivir.
Agua tibia y oxidada que pretendes saciar la sed de un esqueleto de cristal roto. Agua seca. Eso bebo. Un agua que no enjuga mis labios. Un agua sucia de charco poco profundo, donde se lavan los pecados. Un estanque donde los locos apuestan con razones y verdades a ver quién dice la mayor mentira.
Muero. Quiero morir. Una y otra vez quiero morir en este desierto. Solo. Quiero cesar mi existencia, pero mi cuerpo es demasiado fuerte como para apagarse. Apagar la luz de otros es tan fácil… Pero mi cuerpo no, mi cuerpo quiere vivir a costa de mi cordura.
No elegí vivir. No puedo elegir morir. Miedo, me impides mi destino. Tedio, te impones a mis elecciones. Conocer el final de una historia, triste verdad, empezar con una cuenta atrás. Fruta carnosa que das de beber, acabas como una rama en el suelo.
Nacer llorando, para morir seco.
Narración: La Voz Silenciosa
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