El turno comienza con Amando Carabias María.
Corría el mes de abril —aún la primavera era retoño en el piedemonte castellano—, a vuelta de correo electrónico, sin dudarlo, el escribidor dijo sí a la propuesta del amigo: sería jurado del I Concurso Internacional de Novela Corta de La Esfera Cultural. Apenas aceptó, percibió el abrazo de la sombra o del eco de cuanto se venía encima. Unas semanas después sintió con nitidez de bronce el alcance de su decisión. Hubo días en que se recriminó en silencio no haber pensado, haber actuado sin reflexionar; pero algo en su interior le decía que el primer impulso era bueno, debía seguir la corazonada. Decidió esperar a llegar a la meta, al horizonte ubicado seis meses después, tan lejos que ni se columbraba, cegado por una montaña de altas dimensiones.
El escritor y poeta Amando Carabias María Miembro del Jurado del I Premio Internacional de Novela Corta La Esfera |
Tenía la sospecha extraña de que, a
pesar de su animadversión a los concursos, cada vez era llamado con
más frecuencia para estos menesteres. ¿Cómo negarse a la amistad?
¿Cómo no asumir las consecuencias de formar parte de la sala
máquinas del blog que cada día consideraba más su casa, más
incluso que los suyos propios? ¿Cómo oponerse a la tentación de
conocer buena parte del mundo, de visitar lugares y situaciones a los
que nunca tendría acceso, aunque su vida entera se dedicara a
viajar?
Pronto empezó el escribidor, que sobre
todo era lector, a recordar sensaciones tan viejas como sus latidos.
Alguna vez fue joven y sintió el impulso irrefrenable de vomitar un
relato (apenas un disfraz de sus vivencias, una trama que escondía
amores frustrados) y pensar que la narración era la mejor que se
había escrito en español, acaso sólo superada por tres o cuatro
novelas de las que le mandaban leer los profesores. Y mientras leía
un buen número de historias que eran la primera incursión en
esto
de novelar, sonreía y pugnaba por arribar al final, aunque supiera
que aquel texto no alcanzaría la meta. Pero el esfuerzo, la ilusión
y la pasión puestos por la escritora o el escritor en su tarea,
merecían todo su respeto, y la única manera de demostrarlo era
llegar hasta el último punto a pesar de precipitaciones, errores de
sintaxis, erratas, lo endeble o manido de la historia… Y pensaba,
que muchos alcanzarían lo que soñaban, pero que deberían leer y
leer, no parar de leer, porque la lectura reflexiva es el mejor
taller de escritura, es al escritor lo que el aceite de oliva a la
dieta mediterránea.
La vida del jurado, desde hacía
tiempo, era itinerario de sobresaltos que quizá algún día
merecieran convertirse en algo más que veladuras de recuerdos, y por
suerte la lectura casi compulsiva de novelas de acá y de allá, era
un bálsamo, una bombona de oxígeno para su ánimo. Otro premio
ganado por el jurado, salud sin gasto de botica.
Imagen corporativa de la convocatoria |
Pasaban las semanas, aumentaban las
entregas, y buena parte del ocio del escribidor se tornaba buceo en
historias tan distintas como diversos son los rostros: aventuras
futuras, soledad, regresos a la infancia de recuerdo feliz o dolorosa
memoria, viaje al pasado de la historia, amores, sexo glorioso,
amistad, sexo infernal, odio, traiciones, crímenes, miserias y
grandezas de los humanos, tantos horizontes, como horizontes tienen
las pupilas de quienes escriben. Pasaban las semanas, y aumentaba la
responsabilidad. El escribidor supo que lo peor no era errar en las
elegidas, sino desterrar alguna que debiera haber llegado la fase
definitiva. Por suerte la tarea no era labor solitaria, junto a él,
codo con codo, sentía la presencia de los colegas. Era afortunado
pues la visión de otros fue luz cuando él no acertaba a desvelar.
Pasó la primavera, concluyó el
verano, casi cuatrocientas novelas acudieron a la llamada. Al inicio
del otoño, afrontaban el tramo postrero. Se rozaba con los dedos la
línea del horizonte. El camino parecía expedito, llano y ancho, lo
peor había pasado… El escribidor se dio cuenta del espejismo,
llegaba lo peor. ¿Cómo desterrar esta historia o esta otra o
aquella o la de más allá? La responsabilidad se hizo pesada roca
que algunas noches se adentraba en los túneles del sueño. Fueron
semanas en que el escribidor no eligió, descartó, a veces
dolorosamente.
El día en que emitió su voto, vio por
la tele las imágenes glamorosas de la entrada de los miembros del
jurado del premio mejor dotado económicamente en español. Lo más
probable es que juzgase mal, pero en la particular alfombra roja de
un hotel de lujo barcelonés, no descubrió ningún rostro con la
tensión de tener que decidir el futuro de un autor o una obra, no
supo ver la melancolía de haber eliminado la tarea e ilusiones de la
inmensa mayoría de los concursantes. Meneó la cabeza y siguió
pegado al ordenador. Sentía la necesidad de saber si su voto era
errático, acaso equivocado, si su sensibilidad como lector era
similar a la de los tarugos de madera, o, por el contrario, había
conectado con el sentir general de los otros diez compañeros…
Pero no fue aquel día, aún pasaron un
par de jornadas hasta que todos los jurados conocieron el desenlace.
Respiró aliviado. Más allá de algún detalle, caminaba cómodamente
dentro de aquel calzado, salvo que todos hubieran sufrido una
alucinación colectiva…
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