No era el momento de enamorarme. Lo sé. Lo supe desde un principio.
Pero así son las cosas del corazón: no hay razonamiento que las meta en cintura.
Tantos años solo, sin nadie que me proporcionara un poco de calor o a quien dar todo el amor que me rebosaba, intacto, un tanto oxidado por falta de uso, pero sincero, abundante, y justo unos meses antes del gran momento, aparece ella.
Palabra que me quise hacer el loco, como que la cosa no iba conmigo, pero no fue posible. Allí estaba, la mujer ideal para mí, la que me comprendía sin apenas hablar, la que conseguía que todas las fibras de mi cuerpo se pusieran en revolución con solo pensar en ella.
Me enamoré. ¡Qué le voy a hacer!
Pero tenía un compromiso ineludible. Había dado mi palabra, no solo mi palabra: había firmado un contrato, la gran oportunidad que había esperado toda mi vida estaba rubricada y sellada. No había vuelta atrás. Nuestro amor se truncaba cuando estaba empezando, estaba condenado a ser vivido en la distancia.
Lloramos. Los dos. Las despedidas son siempre tristes, más en esta, tan definitiva.
No logramos sacudirnos la tristeza por más que intentáramos consolarnos jurando que nos llamaríamos cada semana y en los momentos importantes. Pero aun así, conseguimos que nuestra última noche juntos fuera especial.
Hoy ella me ha recordado esas maravillosas últimas horas y me ha asegurado que, a pesar de la distancia, este nuestro primer San Valentín ha sido el mejor de su vida.
Su sonrisa me llega algo desvaída, como todas las imágenes que entran hoy desde la Tierra. Tormenta eléctrica. Pero verla, aunque sea distorsionada, escucharla, con el leve retumbo metálico de los transmisores, me compensa y hace sentir que no me he equivocado al aceptar la misión.
Aún debo esperar casi cinco minutos hasta que su imagen y su voz recorran el largo camino que separa la Tierra de nuestra base, y conteste a mi pregunta. Tengo tiempo de pensar, de imaginar qué me va a responder, de hacer cábalas sobre lo que el futuro nos deparará, de escribir esta página de mi diario.
Celebraremos cada San Valentín, me dice, y su voz se entrecorta, quiero imaginar que por las interferencias y la emoción. Y me asegura se reunirá conmigo si dentro de unos años le permiten viajar a Marte cuando hayamos establecido la colonia.
En unos años.
Hoy es San Valentín, la Tierra, apenas un punto en el Universo y mi amor, una sucesión de líneas y puntos y sonidos discordantes.
Texto: +Ana J.
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