Decía
Umberto Eco que el patrón que rige las ficciones policiales es el
más metafísico y filosófico de los modelos de intriga, puesto que,
en el fondo, la pregunta fundamental de la filosofía coincide con la
de la novela policiaca, esto es, ¿quién es el culpable? Para
saberlo, o para creer que se sabe, hay que conjeturar que todos los
hcechos tienen una lógica, la lógica que les impone el culpable.
Por tanto, tanto la narración filosófica como el relato policial
buscan descubrir la coherencia interna de unos hechos aparentemente
inconexos, con la finalidad última de alcanzar, mediante
deducciones, una verdad que dé sentido definitivo al misterio.
Pero
el propio Eco apuntaba algo más. El género policiaco, quizás uno
de los más cerrados, puesto que se abre con un crimen y se cierra
con una solución, necesita la participación activa de los lectores.
Hablar aquí y ahora de novelas policiacas o novelas negras, es, por
tanto, hablar de la recepción de las mismas en los lectores, una de
las recepciones, seguramente, más placenteras del discurso
literario.
Además
del disfrute y del placer, una de las cuestiones más significativas
que se plantean con la lectura de El caso de la Pensión Padrón,
de Ana Joyanes y Francisco Concepción, publicada por La Esfera
Cultural, es el de la clasificación. El texto es un ejemplo sólido de lo que se conoce como novela negra,
propiamente dicha.
Posiblemente la etiqueta de lo negro o de lo noir
se aplique hoy a una diversidad de producciones literarias tan
acusada que hace difícil hablar con propiedad, o al menos establecer
unos límites, de género como el policial, el criminal o el negro.
Sin embargo, hay una serie de rasgos propios de la novela negra que
se manifiestan en este caso que nos ocupa y que lo cargan
absolutamente de sentido. Las novelas negras son relatos incómodos,
como sostiene Alexis Ravelo, dominados por la violencia, la moral
ambigua de los personajes, los ambientes grises y que, sobre todo,
son muy suspicaces con respecto al sistema social, muy pesimistas con
la condición humana, desveladoras del caos antes que maquilladoras
del desorden. El noir es, además, una nomenclatura que nace de un
cine muy concreto, americano para ser más precisos, cuyo objetivo
fundamental es el de evocar la ansiedad de los espectadores y
connotar la ambigüedad moral, de ahí el predomino de luces tenues,
calles mal alumbradas de noche, figuras escondidas en las sombras,
etc. Lo noir representa una reacción ante una forma de entender el
mundo, puesto que no es otra cosa que la respuesta crítica al
fracaso del sueño americano. La violación de los valores y de las
promesas, junto con un acusado desencanto, se encuentran en el centro
de la poética de la novela negra, en donde lo estético, lo
temático, incluso lo mítico, quedan fusionados con lo social y lo
histórico.
Por
tanto, la estética de lo negro propiamente dicha ofrece crónicas de
la desesperación y la alienación que resultan del fracaso de la
modernidad y que, si su origen se encuentra en EEUU, su desarrollo y
su plenitud abarcan la literatura de muchas otras regiones del
planeta.
El
caso de la Pensión Padrón
funciona como una vuelta al origen o reivindicación de lo noir,
puesto que el mundo del hampa y la crítica social atraviesan el
relato de cabo a rabo. Aunque Samuel Nava, periodista, y Elisa
Martos, relaciones públicas del Club de Tenis de Santa Cruz y
detective encubierta, lleven a cabo un investigación sobre los
hechos acaecidos, son el Juanmi, Toña, Agustín Garcés y Esteban
Cano los auténticos protagonistas, retratos todos de un mundo
deshecho por el alcohol, las drogas, el sexo y la violencia. Es a
partir de ellos, de los personajes, como se establece esa mirada
feroz a la sociedad tardocapitalista, la denuncia de un estado de
bienestar que es
imposible sin su correspondiente estado de
desesperación de miles de personas, de ahí que la oposición entre
el Club y la Pensión funcione tan bien. Una pensión oscura, sucia,
siniestra, maloliente frente a un aséptico club de tenis en el que
todo es luz, salud, belleza y optimismo. El relato, pues, se
construye a partir de dos líneas argumentales que se suceden en
tiempos distintos. Mientras Samuel y Elisa llevan a cabo la
investigación en 2010, el lector es testigo, mediante continuas
analepsis, de los acontecimientos sucedidos en 2008. Y hasta aquí
queremos leer, si se nos permite.
Francisco Concepción (D), autor de la novela,
junto al autor de la reseña José María García Linares (I)
en un acto del festival Negro "Tenerife Noir".
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Son
estos desheredados personajes que viven en una lengua, en el dolor de
sus expresiones, en la crueldad de los improperios y en la derrota
que rebosan los adjetivos. Personajes que, en mayor medida que los
que llamaremos luminosos, nos enseñan, a través de su vagar,
algunos de los lugares de la ciudad (bares, barrios, pensión, centro
de salud, oficina bancaria…) y que hacen que recordemos con una
triste sonrisa aquello que decía Donna Leon sobre el género negro,
esto es, que posee un componente de turismo cultural. Aunque en
nuestro caso el espacio no se articula como elemento de atracción,
la presencia de la ciudad sigue siendo considerable. De ahí que El
caso de la Pensión Padrón se acerque más a textos de Markaris, de
Mankell o de Camillieri en los que, a través críticas a la mafia, a
la crisis económica o a la llegada de inmigrantes, el autor
construye un retrato de la ciudad en el que se muestra la composición
social y los graves problemas de convivencia, aunque no se
visibilicen en el día a día.
Todos
estos elementos de los que hemos hablado tan rápido, como el argot,
la ciudad, los personajes, junto con otros en los que no podemos
detenernos por cuestiones de tiempo, como la descripciones directas,
los diálogos agramaticales y la cantidad de metáforas que captan la
experiencia diaria del hombre común, están en la línea de lo que
para LeRoy Panek define el género negro. Pero queremos cerrar
nuestra exposición con una reflexión final. La variedad de
elementos de una novela negra (los crímenes, los asesinos, los
lugares de la acción, etc.), todos ellos se unen con la finalidad de
crear en los lectores una gran confusión mientras va desarrollándose
la lectura. Sin embargo es un desorden que se manifiesta sólo en un
nivel superficial del texto, porque en el fondo lo que está haciendo
es disimular una problemática social irresoluta. La explicación de
un crimen no es garantía para modificar un conflicto social porque
la naturaleza del conflicto mostrado radica en una crisis
institucional.
Por eso el narrador contemporáneo, al igual que en la
novela de Joyanes y Concepción, no pretende elaborar un discurso
moralizador en el que el mundo se divida entre los buenos y los
malos, sino que pretende mostrar una situación general que se
enmascara bajo crímenes locales. Es decir, el delito tradicional se
resuelve con la identificación de un criminal que actúa según una
desviación respecto a la sociedad modelo, como defiende Vania
Barraza, mientras que en la novela negra contemporánea descubrir al
delincuente no implica una resolución del verdadero crimen, sino la
descripción de un estado deforme de un proyecto socio-institucional.
Reseña:
José
María García Linares
Melilla en 1977.
Es licenciado en Filología Hispánica y doctor en Didáctica de la Lengua
y la Literatura por la universidad de Granada.
Imparte clases en un centro de secundaria de la Comunidad Autónoma
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