Pero en realidad no eran vacaciones como tal, no. Eran los momentos que necesitaba para evadirse y dejar atrás casi todo. Ya tenía el billete de tren y ya tenía el equipaje preparado, una mochila, simple y llanamente, una mochila. Era bonita, tenía por fuera unos bolsillos de diferente color, y luego colgaban asaderas hechas de macramé para colgar las cholas y un rosario de perlas negras. Su bisabuela se lo dejó olvidado cuando se fue y ella lo tomó, con mucho cariño. Desde entonces lo lleva a todas partes, pero lo curioso es que había de estar siempre mostrado al todo aquel que quisiera verlo. Es una reliquia antiquísima y preciada. Pero pendía todo el tiempo, ya fuera en la mochila, ya en la esquina de uno de los barrotes de la cama.
Esperó que el cigarrillo se terminara de esfumar y aspiraba con premura. Entre sus labios daba gusto de ver el tabaco con la capa de papel cada vez más húmeda.
Fiona era una de esas mujeres que, en la primera impresión parecía común, es decir, ella no daba muestra alguna de vanidad, siquiera de querer aparentar y ni mucho menos ansiaba menesterosa llamar la atención. Eso si, tenía algo de temperamento en todas la carreteras de sus venas, eso no estaba mal del todo. No había pasado por el encorsetamiento de una sociedad impune con sus gentes, y si en algún momento habría sufrido eso de guardar silencio y obedecer, seguro que ya estaba totalmente borrado de su cabeza y también de su diario. Cinco páginas arrancadas con rabia.
Lo primero que hizo esa mañana fue buscar el billete del tren y guardarlo en uno de los bolsillos y también el rosario que inmediatamente dejó pendido en una de las cogederas de macramé de la mochila. Atisbó a lo lejos un bus rojo, y dudó si sería el suyo. Dudó hasta que llegó a sus pies la delantera roja y el dibujo de una gran mariposa azul en uno de los lados. Sonrió porque si era el bus. Soportó dos horas de sol intenso, llevaba una gorra muy bonita que la protegía de los rayos de un sol justiciero, si, era un sol que castigaba a esas horas de la mañana, era un fustigador, era un sol que daba latigazos y dejaba las llagas en la piel, como cuando los marinos eran azotados con el torso desnudo, en el cabestrante.
Habían pasado casi dos horas y se sentía muy bien, a penas una cabezada había dado y el libro que tenía en sus manos se había caído a su pies, pero lo tomó rápido, bostezó y sonrió. Nadie podía imaginar donde se dirigía, eso era un secreto muy bien guardado por Fiona, como cuando se guardan las cartas de amor en un cofre de plata con un lazo púrpura en medio.
El viaje acabó sin consecuencias de importancia. Unas siete horas de camino, pero para Fiona eso era como un paseo, y es que le esperaba el mundo de las mariposas. Llegó, se descalzó y se quedó dormida entre ellas, como si en verdad se hubiera mimetizado. Ahora era una hermosa mariposa blanca y tornasolada...
Texto: +Maria Gladys Estevez
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