06 agosto, 2011

Tarde de julio

“Y desde ese momento, una gasa gris veló todo cuanto tenía ante sus ojos, como una niebla densa y fría…”


Basado en hechos reales


‘Mira que irme a tocar este capítulo, mira que irme a tocar precisamente éste…’.
No es fácil adentrarse en los pensamientos de la mujer de mirada oscura, hoy perdida en ideas que parecen acantilados hondos, peligrosos como dientes de caimán hambriento.
Cualquier observador detallista quizá reparase en la profundidad excesiva de unas ojeras grandes, acostumbradas a pervivir en el rostro anguloso, alargado y expresivo, demasiado tenso para una tarde de verano, en el momento previo al ocaso, cuando todo invita a la relajación, casi a la modorra. Pero la mayoría de personas no es observadora, la mayoría, como quien hoy se sienta frente a ella, sólo se percata de lo que rompe la quietud, de algún gesto o movimiento como el de ahora, cuando el libro que sujetaba la mujer hace un instante caía entre los muslos y el regazo.
Sin fijarse en la página, la mujer ha cerrado el volumen con
un mohín de fastidio. ‘Precisamente éste’, piensa de nuevo, ‘Mira que irme a tocar este capítulo…, mira que irme a tocar este capítulo’ repite con machaconería.
Si se pudiera entrar en sus pensamientos, cualquiera se percataría de que en realidad no lo son, pues carecen de voluntad; son ideas reflejas de una idea, como cuando un grifo cierra mal a pesar de estar cerrado y la gota, incesante y monótona, incansable y desesperante, golpea una y otra vez contra el fregadero.
Al otro lado de la ventanilla del tren, el paisaje corre veloz y polvoriento. La climatización de los modernos vagones del AVE impide que allí dentro, ella o cualquier otro pasajero, sientan el calor del verano, esta tarde sí, por fin ese calor tan denso, tan corpóreo, que parece querer acostarse sobre la tierra, como amante febril y ansioso. Sus ojos se distraen en las carreras de los árboles y de los surcos, o eso cree el pasajero aposentado frente a ella y cuyo deseo es adivinar el título del libro, ahora escondido entre los muslos y el regazo y que está a punto de caer al suelo.
El mes de julio no ha sido especialmente caluroso, al menos en esta parte del país, pero ella tampoco es muy consciente de este detalle, a pesar de ser el comentario generalizado tanto en su ciudad, como en esta ciudad de la que regresa, cosida al nuevo dolor, mejor dicho, a la desazón que le ha producido la noticia nueva. Ella en estas jornadas ha sido ajena a la conversación principal de un verano tan triste, de unas vacaciones tan extrañas e inútiles. No le interesa el tiempo, ni el verano, ni las vacaciones… A ella no le interesa ningún asunto. Su corazón es el nido de un malestar que la tiene paralizada para algo distinto a sufrir, como si ese dolor se hubiera hecho carne y hubiera ido a parar a los latidos de su pecho. Ni el libro ayudará en esta tarde que se desploma lentamente sobre un cielo con pujos de aguamarina, ni siquiera este libro que tiene la rara fascinación de envolverle en otra vida agitada, ese relato que ha sido capaz de sumergirla en una aventura de la que no puede salir. Pero hoy es imposible su lectura… ‘Mira que irme a tocar este capítulo’.
Cuando casi en susurros una enfermera les ha dicho a la familia que podían llamar al capellán, ha sentido un desgarro real, físico, a pesar de que, increíblemente, no vio su sangre vertida por el suelo. ‘No puede ser, no puede ser, no puede ser’ pensaba que pensó en el pasillo amplio del hospital.
El viajero de enfrente sólo está pendiente de la portada de la novela, aunque a veces le distrae el gesto crispado de aquellos dedos largos y estrechos, que le impiden leer el título.
Después de aquel susurro que sonó a antesala de cementerio, les llegó otra noticia. El médico miró con desdén a la enfermera, hizo un gesto cortante, como si espantase las palabras innecesarias y matizó la información. Mientras seguía el ademán de la mano del doctor, se fijó en el brillo del sol, y recordó que estaba de vacaciones y se dijo, ‘Menudas vacaciones, menudas vacaciones… Ojalá, si él se salva, pierda para siempre mis vacaciones’. Pasar estas semanas de asueto en un hospital, pendiente de una agonía, sólo distraída algunos ratos por la novela, no eran las mejores vacaciones de su historia.
Por suerte su hermano estaba consciente y pudo decidir entre las opciones que el médico propuso. O morir en la cama, no muy lentamente, mientras el monstruo engullía su organismo, o quizá morir en la mesa de un quirófano, mientras un experto cazador de monstruos intentaba extirparle el suyo. ‘Un cincuenta por ciento de probabilidades de morir durante la operación’ les dijo el cirujano en frase directa y clara. Su hermano siempre fue valiente; ninguna decisión de su vida había sido tomada por cobardía, al contrario, siempre había ido un poco más allá, como cuando aprendió a volar en parapente, a pesar de la oposición de la familia. Tampoco tuvo dudas en aquel momento, a pesar de volar entre riscos y ser zarandeado por vendavales de huracán o de tornado. Atisbó de inmediato la lectura positiva de su decisión: el cincuenta por ciento de probabilidades de seguir viendo crecer los seis años de su hijo, de contemplar los ojos de su mujer que se acurrucaba cada noche entre la desesperación y el dolor, o de seguir hablando con su hermana sobre cualquier cosa, qué más da, hablar por el mero afán de hablar, de mirar, de sentir… de seguir vivo…
El paisaje corría veloz, y le hubiera gustado distraerse con esa novela comprada en la feria del libro de su ciudad, distraerse como otras tardes de ese mes de julio, pero le tocaba aquel capítulo… Aquella tarde era inútil abrir el libro en cuya portada negra restallaban dos piernas de mujer, cruzadas y desnudas ante una ventana. Aquella tarde el libro no podría cumplir con su misión veraniega.
Hay cosas que a veces resultan imposibles, hasta para una novela…


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17 comentarios:

  1. Aparte de lo excelente de la escritura refleja muy bien esa sensación de soledad ajena de los viajes. Ves a la persona que tienes delante en ese momento, y puedes conjeturar mil cosas, sin saber realmente quién es ni qué le sucede.
    Ambientada en una tarde de julio, la historia es más triste aún, si cabe. Un saludo.

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  2. Anónimo6/8/11, 8:57

    He sido él y ella, el que estaba ansioso por saber qué libro tenía su compañera de viaje entre las piernas y la que se torturaba recordando el triste motivo de su marcha y tuvo que dejar la lectura: demasiado intenso y trágico ese capítulo, “Oscurece en Edimburgo” no es precisamente una novela de humor.
    Me llegó, como casi todos tus textos, hice ese viaje entre los dos personajes.
    Por cierto, él debió de preguntarle a ella el título de la novela, así de simple. Hasta es posible que se lo hubiera agradecido.
    Estupendo relato.

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  3. Sencillamente exquisito. Tienes esa habilidad manifiesta de pelar cebollas al revés: nos vas envolviendo de capas y más capas hasta que al final, sin saber cómo, quedas atrapado. Deliciosamente atrapado, diría yo. Enhorabuena por el relato. Excelente. Y enhorabuena por la parte que te toca de lo que llevo leído de Oscurece en Edimburgo.

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  4. Amando, ¡Qué maravilla!, ese tren que representa la vida, esa vías que se bifurcan constantemente hacia ninguna parte.
    Esa vida, tan apesadumbrada para unos, una verbena permanente para otros. La relatividad de nuestra existencia, dos seres frente a frente, dos realidades, dos sentimientos, dos estados de ánimo, la tribiliadad de esa portada, de esas piernas, la pena, la congoja de la inmensidad de la muerte. Todo y nada frente a frente.
    Faena envidiable, sales por la puerta grande, vitoreado por el respetable.

    Un abrazo

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  5. Vaya historia, querido. ¡Qué habilidad para mezclar tantos sentimientos encontrados, situaciones y lugares. A veces amanecen días tan oscuros, no importa dónde, que deberíamos deshacernos de ellos. Ni siquiera las piernas atractivas de una portada, ni el paisaje más hermoso que pasa ante nuestros ojos en un tren, sirven para alejar el dolor que nos oprime el pecho con desmesura.
    Poético y conmovedor a partes iguales, escribidor.
    Besos tristes, pero siempre besos.

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  6. Un buen relato veraniego. Bien llevado como se tren que nos ha trasladado por toda la historia.

    Enhorabuena

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  7. catherine6/8/11, 23:31

    ¡jaja! el famoso libro con las dos piernas en portada escondido entre los muslos y el regazo de la pasajera triste, es la única nota de humor en este texto que describe a la perfección lo que ocurre en un compartimento, este espacio cerrado donde cada uno se queda en su propio pensamiento.
    Enhorabuena, Amando, sabes entrar en el cerebro de cada uno de los personajes.

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  8. Muchas gracias a todos (montse,mercedespinto,Miguel Ángel Xavier, Isolda, Elena Casero y Catherine), por vuestros comentarios tan amables.
    En realidad este relato tiene poco mérito, pues se trata de la transcripción de un hecho real que me contó la protagonista hace unos días. Lo único de ficción (y eso nunca se puede saber) es la presencia curiosa y tímida del ocupante del asiento de enfrente (Mercecedes, nunca hubiera preguntado el título del libro aunque me hubiera muerto de la curiosidad. No soy capaz de hacerlo). Lo demás me lo contó así, y desde entonces estoy emocionadísimo con que nuestra novela "Oscurece en Edimburgo" le sirva para distraerse del duro trance por el que está pasando.

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  9. Lo que no puesé no puesé y además es imposible...hasta para una novela.

    Me resultó entretenido el relato, pero un poco corto.

    Un abrazo.

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  10. Aparte de lo bello del texto, decirte Amando que realmente nuestro libro está dando más satisfacciones de lo que podía imaginar. Este fin de semana me han dicho tres personas lo mucho que le han gustado su lectura. Entretener seguro que lo consigue, hasta hay propuestas de que sería perfecta para un guión de cine.
    Aparte de todo lo dicho el texto me ha embaucado y como dice MA tienes esa habilidad de ir acercándonos a la historia poco a poco y envolvernos.

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  11. Bueno, Flamenco, lo mismo daba para más, pero no ya resulta un pelín largo para este blog. Se le podría dar una vuelta, no digo que no, pero ante este dolor tan concreto de una persona conocida, se me hace difícil ir más allá.
    Es verdad, Inma Oscurece en Edimburgo" nos sigue proporcionando alegrías... ¿Recordáis que en más de una ocasión, mientras escribíamos la novela, hicimos hasta algún casting para elegir a los actores?

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  12. He disfrutado mucho leyendo este magnífico relato. También como el pasajero del tren curioso por saber el título de la novela, estaba al tanto, y resulta que se trataba, nada más y nada menos, de nuestra novela. Qué cosas estas, una novela metida en un cuento que a su vez descubres que has particpado en su escritura. ¿Qué capítulo será?
    Un abrazo grande

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  13. Amando, del principio y hasta el final he viajado en ese vagón. He visto esos muslos y ese regazo. He estado atento todo el viaje. He intentado mirar los ojos de la pasajera en el reflejo del cristal haciendo que miraba el paisaje por donde pasaba ese tren. He buscado el título del libro. He...

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  14. Dácil, Francisco gracias por vuestras palabras. No sé a vosotros, pero mis ojos tienen un imán infalible para buscar con curiosidad, a veces malsana, el título de la obra que leen aquellas personas con las que me cruzo y que llevan un libro en la mano.

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  15. Casi todo te lo han dicho ya pero quiero insistir en dos cosas:
    -La estructura magnífica del relato que nos envuelve desde la curiosidad de un observador al azar( aunque en esta ocasión el escribidor en realidad esté viviéndo de dentro a fuera y no es como otras veces -ej el vecino de la pitonisa- el mirador que indaga. Utilizar este recurso así, tiene para mí doble mérito), y..
    -Las palabras que emplea para hacernos sentir las emociones de la lectora, pensamientos que no son tales, sino frases reflejas, automáticas, que delatan un ¡ay!, un dolor que ocupa todo el cerebro sin dejar espacio para más.

    Chapeau ante tamaña destreza y arte, querido Amando, y gracias por el gusto que nos ha dado con el guiño de "La novela del verano".

    Un abrazo a todos. Á.

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  16. Ángeles Gracias por tus palabras y gracias por el análisis que haces del texto. Pero sobre todo gracias por considerar "Oscurece en Edimburgo" la novela del verano

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  17. Magnífico y doloroso relato. Me ha removido las entrañas.

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