05 julio, 2012
El ventanuco
La luz del amanecer comenzaba a desvelar los contornos de la habitación cuando sonó el golpe. La portería era estrecha, un tabuco, pero ella se encontraba feliz en aquel espacio. Había sido su único hogar desde hacía más de veinte años; los vecinos del inmueble y los otros porteros del Ensanche eran la única familia que le quedaba desde que a su Paco lo atropelló el camión tres calles más abajo. Había ido reduciendo su vida a aquel entorno como una tortuga a su concha, y el mundo exterior le resultaba indiferente. La pequeña ventana que daba a la escalera era como un cinematógrafo por el que desfilaban los acontecimientos de la vida, y la función se repetía todos los días con una regularidad sin altibajos: la despertaba la luz del amanecer, que se iba tornando más viva a medida que avanzaba la mañana y mientras preparaba su café, comenzaban a desfilar los actores de aquella película muda: la criadita del segundo que iba a buscar los croissants recién hechos para la actriz retirada, el mecánico del primero que bajaba a grandes y ruidosos trancos la escalera mientras se ajustaba la cazadora, la profesora de francés cuyo rastro de perfume perduraba hasta el medio día, el chico de los Bermúdez, con la boca llena de un plátano que comía a tragaloperro… Todos echaban una breve mirada hacia el tragaluz y esbozaban un gesto de saludo. Eran su familia, una familia con la que raramente cruzaba una palabra, excepto con el chico de la buhardilla. Él había sido la excepción desde que se instaló allá arriba hacía un par de años. Y no fue casual que escogiera las alturas. Cuando escuchó el golpe supo que, por fin, el día había llegado. Pobre muchacho. Durante los últimos tiempos había confiado en que la aprensiones y temores que le confiaba en sus tardes de “terapia”, como ella decía, le hicieran desistir, pero ya ves. Al principio se lo tomó a broma; aquellas monsergas le sonaban a existencialismo de chalina y pelos largos, trajes oscuros llenos de lamparones y angustia vital trasnochada. Luego lo fue tomando más en serio, cuando le contó lo del hospicio y la desgarrada historia de su amor imposible. Fumaba unos cigarrillos delgados que liaba con avaricia, escatimando el tabaco, único lujo que se podía permitir con el sueldo de mandadero en la linotipia. Ella le servía un café de achicoria con un par de magdalenas, posiblemente su única comida del día. Después lo escuchaba como una abuela comprensiva y paciente, a veces disimulando cabezadas, sin entender del todo las extrañas razones de su melancolía destructiva. Cuando sonó el golpe, supo que ya no habría más charlas, ni cigarrillos misérrimos, ni café con magdalenas. El primer rayo de sol entraba por el ventanuco.
Texto: Mariano Sanz Navarro
Narración: La Voz Silenciosa
Más relatos de portería, aquí.
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He visto todas las imágenes desde ese ventanuco...
ResponderEliminarUna historia de portería, narrada con mucho estilo y precisión.
Besicos salados.
Coincido con Cabopá, ese ventanuco te ha permitido crear una historia muy visual.
ResponderEliminarah! y he aprendido una palabra que desconocía:tragaloperro.
Un abrazo.
Me ha gustado mucho como está narrado este relato, es cierto que se ve uno metido en el cuchitril i atisbando la vida por ese ventanuco. Muy bonito, si señor.
ResponderEliminarTerrón de tierra
Qué duro!
ResponderEliminarMuy buen texto
Pues muchas gracias, chicos. La vida, a veces, se percibe a través del ventanuco. Otras se la come uno a tragaloperro...
ResponderEliminarUna dramática historia expresada con trazos casi cinematográficos; el ventanuco de la portería, así narrado, me recuera la pequeña ventana por donde el proyector de cine lanza la magia de las películas, solo que en este caso la realidad se impone. Me ha gustado.
ResponderEliminarMe gusta mucho esta forma que tiene de contar tan cálida,que aunque lo que cuente sea una historia terriblemente dura, la forma de narrarla hace que uno se arrellane en el sillón para degustarla con tranquilidad.Sabía que era de D. Mariano Sanz desde el principio, es su estilo. Felicidades y buena suerte.
ResponderEliminarMariano qué triste final para ese muchacho, aunque ya se le veía venir, a través de ese ventanuco las imágenes iban pasando y la más desoladora la del chico de la buhardilla. Muy buena tu aportación de portería.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias de nuevo a todos. Vuestros generosos comentarios me animan a seguir dando la murga. Un abrazo para todos y cada uno.
ResponderEliminarEl mundo a través de un ojo de buey. Parecen fotogramas.
ResponderEliminarUn abrazo
Se queda uno con ganas de más!
ResponderEliminarUn abrazo
Efectivamente, todo el relato es como estar viendo una película a través del ventanuco, salvo cuando se convierte en confesionario. Está muy bien escrito. Es triste, sobre todo por la parte de extrañeza que sea precisamente el más necesitado de charla el que perezca, junto a su Paco. Un placer de lectura.
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