Anochecía despacio.
Jaime siempre constataba lo mismo a mediados de agosto. Aunque el crepúsculo empezaba mucho antes, seguía siendo una ceremonia lenta, cadenciosa, como una oda al matiz. Incluso cuando estaba tan despejado que una nube era un recuerdo, los colores encontraban la manera de graduarse en decenas de tonalidades; a poco que se prestase algo de atención, cualquiera podría gozarlo. Pero durante aquella atardecida, las nubes, espoleadas por el capricho de ángeles aburridos, se extendían como filamentos de oro, cobre, nácar…; estelas de movimiento sinuoso, apenas perceptible, como respiración de pétalos. Apenas encontraba fuerzas, pero sonrió. Amasar con la mirada esa lentitud crepuscular era constatar que el verano aún gozaba de plenitud.
Durante menos de un minuto, estos pensamientos consiguieron que el dolor agudísimo del brazo pasara a un segundo plano. No era mucho, porque la punzada era intensa y ardía, pero fue suficiente para que en esos instantes se olvidara del último gesto en el adorado rostro de Ser. Pero ni siquiera aquel ocaso podría paliar más tiempo la imagen monstruosa de su cara, cuando apareció en casa, desencajado, blandiendo un papel en la mano izquierda y una navaja en la derecha, como quien ondea una condena y un cadalso irrefutables. Y el grito, ese grito que desgarró la tarde:
—¡¡¡Maldito cabrón…!!!
De inmediato, sin tiempo para que el último acento llegase al cerebro, sintió su poderoso cuerpo sobre él, no para fundirse con el suyo, sino dispuesto a ser verdugo infalible. En el mismo instante la cara de Philip, aún prendida en la piel, junto
al intenso aroma de su colonia, tan varonil. No quería entornar la mirada hacia la derecha. Allí estaba el cuerpo 'deshalitado' de Ser.
Tras el fallo del ataque —a pesar del profundo tajo en el brazo—, tuvo tiempo de revolverse y empujarle. Pretendía alejarle, defenderse, intentar explicarse, huir… cualquier cosa salvo morir. Sintió algo salvaje e imparable creciendo en su interior, junto al dolor intenso. Aprovechó que Ser se trastabillaba para patearle en el brazo y que la navaja cayese al suelo. Sentía calor de fuego y sangre, como lava de volcán, brotando en su brazo, pero aún disponía del otro brazo y de dos piernas. Otra nueva patada en los testículos inmovilizó al hombre que más quería en la tierra. Phil era un capricho, un capricho pasajero, un divertimento que pensaba compartir con Ser ¿No eran una pareja abierta? El filo de la navaja, teñido por su sangre aún tibia, atravesó el cuello de Ser. Sus dos sangres se mezclaron, como en un rito atávico.
Mientras aún sentía el barbotar de la sangre en su brazo, decidió auscultar con sus retinas el final líquido del ocaso. Amasar con la mirada esa lentitud crepuscular era constatar que el verano aún gozaba de plenitud, un momento especialmente hermoso para una lenta caída de telón, muy lenta.
Jaime aún empuñaba la navaja de Ser. Pensó que Phil no lo entendería; pero era joven, y gozaría de muchos atardeceres, tan lentos como aquél.
Jaime siempre constataba lo mismo a mediados de agosto. Aunque el crepúsculo empezaba mucho antes, seguía siendo una ceremonia lenta, cadenciosa, como una oda al matiz. Incluso cuando estaba tan despejado que una nube era un recuerdo, los colores encontraban la manera de graduarse en decenas de tonalidades; a poco que se prestase algo de atención, cualquiera podría gozarlo. Pero durante aquella atardecida, las nubes, espoleadas por el capricho de ángeles aburridos, se extendían como filamentos de oro, cobre, nácar…; estelas de movimiento sinuoso, apenas perceptible, como respiración de pétalos. Apenas encontraba fuerzas, pero sonrió. Amasar con la mirada esa lentitud crepuscular era constatar que el verano aún gozaba de plenitud.
Durante menos de un minuto, estos pensamientos consiguieron que el dolor agudísimo del brazo pasara a un segundo plano. No era mucho, porque la punzada era intensa y ardía, pero fue suficiente para que en esos instantes se olvidara del último gesto en el adorado rostro de Ser. Pero ni siquiera aquel ocaso podría paliar más tiempo la imagen monstruosa de su cara, cuando apareció en casa, desencajado, blandiendo un papel en la mano izquierda y una navaja en la derecha, como quien ondea una condena y un cadalso irrefutables. Y el grito, ese grito que desgarró la tarde:
—¡¡¡Maldito cabrón…!!!
De inmediato, sin tiempo para que el último acento llegase al cerebro, sintió su poderoso cuerpo sobre él, no para fundirse con el suyo, sino dispuesto a ser verdugo infalible. En el mismo instante la cara de Philip, aún prendida en la piel, junto
al intenso aroma de su colonia, tan varonil. No quería entornar la mirada hacia la derecha. Allí estaba el cuerpo 'deshalitado' de Ser.
Tras el fallo del ataque —a pesar del profundo tajo en el brazo—, tuvo tiempo de revolverse y empujarle. Pretendía alejarle, defenderse, intentar explicarse, huir… cualquier cosa salvo morir. Sintió algo salvaje e imparable creciendo en su interior, junto al dolor intenso. Aprovechó que Ser se trastabillaba para patearle en el brazo y que la navaja cayese al suelo. Sentía calor de fuego y sangre, como lava de volcán, brotando en su brazo, pero aún disponía del otro brazo y de dos piernas. Otra nueva patada en los testículos inmovilizó al hombre que más quería en la tierra. Phil era un capricho, un capricho pasajero, un divertimento que pensaba compartir con Ser ¿No eran una pareja abierta? El filo de la navaja, teñido por su sangre aún tibia, atravesó el cuello de Ser. Sus dos sangres se mezclaron, como en un rito atávico.
Mientras aún sentía el barbotar de la sangre en su brazo, decidió auscultar con sus retinas el final líquido del ocaso. Amasar con la mirada esa lentitud crepuscular era constatar que el verano aún gozaba de plenitud, un momento especialmente hermoso para una lenta caída de telón, muy lenta.
Jaime aún empuñaba la navaja de Ser. Pensó que Phil no lo entendería; pero era joven, y gozaría de muchos atardeceres, tan lentos como aquél.
Texto: Amando Carabias
Muy bueno ese correlato del atardecer y la muerte.
ResponderEliminarSe siente cómo se escurre la vida a medida que cae ese telón de luz.
Una historia negrísima bajo la luz crepuscular.
Me ha gustado mucho.
Exquisito recorrido por tu letras.
ResponderEliminarMe gusta mucho la forma de redactar, las metáforas poéticas. Casi pude ver el rostro de los protagonistas., sin tener que describirlos. Felicidades, escritor!
Un abrazo
Disfruto del placer de recorrer este ocaso-muerte en tus metáforas, como dice Ana. El texto se me hace muy duro, a pesar de tus letras magníficas.
ResponderEliminarBesos siempre, querido.
Una macedonia exquista. Combinar un atardecer de ese tipo con la violencia sangrienta es complejo. Todo un ejercicio de malabarismo literario.
ResponderEliminarQuerido Amando, no estarás pensando pasarte a la novela negra. O a un nuevo género, metáfora-negra-poética.
Bueno, que esta plataforma estaba huérfana de tus letras. Un placer volver a leerte, fuera de la poesía, que te tiene prisionero.
Un acto cruento envuelto en poesía, ¡que extraño maridaje!...un hombre que muere despacio en sincronía con la tarde, sin poder explicar cuanto ama aunque sus actos le condenen.
ResponderEliminarFelicidades Amando y gracias por compartir tus bellas letras.
Gracias a todos por vuestras palabras.
ResponderEliminarNo es la primera vez que exploro la posibilidad de unir cierto lirismo con violencia. Lo que tampoco es nuevo. De hecho y si releeis las novelas del grandísimo Vázquez Montalbán, allí, donde su Carvalho ponía el ojo, además de muy buena gastronomía, mucho de desencanto por la sociedad que vivía, mucha habilidad para resolver casos, mucha ironía, también había mucho lirismo. Algunas descripciones, por ejemplo, en "Los pájaros de Bankog" son espléndidas en ese sentido. No podemos olvidar que su faceta como autor de novelas negras eclipsó su lado de poeta... uno de los grandes.
Como siempre Amando, tengo que felicitarte amigo. Tu relato es hermoso y tremendo, lírico y pleno de realidad, crepuscular y luminoso. Me gusta. Un abrazo
ResponderEliminarEs difícil relatar momentos tan duros mezclado con tanta poesía.
ResponderEliminarEs lo que tiene la vida, los contrastes enormes que nos llevan de un extremo al otro.
Me gustó mucho