La cuesta parecía empinada, hasta parecía empinarse más a medida que Eloy ascendía. Cuesta arriba, desde luego. Había fantaseado tanto con ese momento, encontrarse a Lucía nuevamente, después de tantos años, de tantos avatares, de tantas otras subidas y de otras tantas bajadas. Hacía calor, el verano estaba apretando con ganas, pero él tenía más, más ganas de subir, otra vez.
Habían quedado en el mirador, el mismo lugar en que se despidieran hacía ya más de veinte años. Prometieron volver a verse y eran personas de palabra.
Eloy llegó primero, la plataforma estaba casi vacía, tan solo algunos personajes solitarios que subían a alimentar sus melancolías y dos o tres parejas inundándose con sus primeros versos. Contempló el paisaje, familiar a pesar de que no había vuelto en esos años, también a él le tentó la nostalgia de la poesía de aquellos tiempos que parecía emanar de las impresionantes vistas de la ciudad rodeando la bahía, tan silenciosa desde allí, tan lejanamente cercana. Por un momento deseó que Lucía no acudiera, que continuara siendo
un recuerdo idealizado y maquillado a través del tiempo, temió que la realidad le destruyera la fantasía a la que se había aferrado muchas veces para no caerse del todo. Pero no, quería volver a verla.
La tarde se apagó casi sin que se diera cuenta, perdido en sus pesares, diluidas sus ganas. Lucía no acudió y él dudaba cómo reconstruir el hechizo, el sortilegio llevaba hasta allí, ahora no sabía qué quedaba: la cuesta abajo.
No se fijó bien, con la mirada neblinosa de pasado se perdió el presente. Lucía estuvo toda la tarde apoyada en la baranda respirando añoranzas imposibles de renovar. Esperaba que la reconociera, aunque lo dudaba mucho con todos los quilos que se había puesto en el cuerpo como para apartarse de tentaciones mundanas; el pelo recogido de cualquier manera y sin maquillar, porque a última hora había salido corriendo de sus múltiples obligaciones domésticas; con aquel batilongo floreado que parecía haber heredado de su abuela porque la economía familiar no estaba para dispendios. Sin embargo él, se le veía tan apuesto… el tiempo había sido más benévolo.
No, no se reencontraron porque no quisieron verse y se quedó cada uno con sus ganas.
Texto: Ángeles Jiménez
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Es así, los jovenes amantes olvidan al pasar el tiempo, que el verdadero amor se alimenta del alma y no de la vista de sus cuerpos ya viejos. Me da pena ella, se lo perdió.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Esa "mirada neblinosa de pasado" que se perdió el presente... La ceguera inducida, aquella que nos dice "mejor dejémoslo estar", ¡de cuántos momentos nos priva! ¡Tanto esperar para dejar esfumar un encuentro sin tan siquiera darle una oportunidad! Esta condición humana, tan frágil. Como siempre un placer leerte Ángeles.
ResponderEliminarEs una historia con regusto clásico, íntima, dolorosa.
ResponderEliminarRenunciar a lo que deseas por miedo es el peor de los fracasos.
Me ha removido por dentro.
Gracias, Ángeles
Gracias, esféricos por rodar con mis letras.
ResponderEliminarEl tiempo, a veces, no es el culpable del olvido, más bien el paréntesis del tiempo.
ResponderEliminarMicro lleno de melancolía.