Crecí creyendo que papá, durante una tormenta de verano, había quedado atrapado en la fina línea que une el cielo y el mar. "Algún día encontrará la manera de volver", aseguraba mamá. Y yo le imaginaba arribando triunfante a la costa a bordo de un enorme barco pesquero... Contagiado del sueño materno, esperé días, semanas, meses y años un regreso que jamás se produjo.
Una tarde de domingo, me sorprendí a mí mismo ataviado con el traje que con aroma a naftalina languidecía en el fondo de un baúl. Recorrí las calles del pueblo. Cuando tuve la absoluta certeza de haber sido visto por todos aquellos que me creían víctima de la voracidad de las aguas marítimas, volví a casa. "Ya estás aquí, Ismael", musitó mamá. Y sus febriles párpados entreabiertos me permitieron contemplar por última vez el iris de sus ojos. Había mudado de color: de tenue azul celeste a intenso azul marino.
Texto: Nuria Rubio González
Narración: La Voz Silenciosa
Qué hermosa manera de devolver el brillo a los ojos. Me ha gustado mucho Nuria. Bien escrito y llevado con intención. Enhorabuena.
ResponderEliminarBella estampa de amorosa despedida, estupendo texto, Nuria.
ResponderEliminarAgridulce y bello relato que despierta emociones y azules varios...
ResponderEliminar¡Qué bonito! me encanta la transmutación del hijo en padre. Precioso ese cambio de azules.
ResponderEliminarFelicidades y besos marinos.
Melancolía en azul. Intenso.
ResponderEliminarMuchas gracias a La Esfera por la publicación y un mar de olas de agradecimiento a tod@s (Miguel Ángel, Ángeles, Isabel, Ana J., Isolda y Amando) por vuestras palabras.
ResponderEliminarSaludos afectuosos.
José Francisco, acabo de escuchar el audio. Me encanta. Muchas, muchísimas gracias por haber dado vida al texto con tu "Voz Silenciosa".
ResponderEliminarSaludos afectuosos.
A ti y un abrazo inmenso e intenso.
ResponderEliminar