Ella camina con una gracia inigualable. Ellas y ellos giran sus cabezas
y la siguen con la mirada. Su falda baila al ritmo del viento y su pelo,
suelto, va dejando a su paso bocas entreabiertas y corazones apretados.
Llega hasta el borde de la avenida principal, en el momento de mayor
tránsito. Sabe que, cuando pise la cebra, ésta se transformará en una glamorosa
pasarela, donde su contoneo brillará como el sol y surgirán, por doquier,
silbidos y bocinazos de admiración.
Entonces, inicia el cruce, adelantando la barbilla y abanicando sus
largas pestañas. Piensa que va pisando las teclas de un piano, y el ruido de su
taconeo se entremezcla con la música que le regala su imaginación.
Como instrumentos que se agregan, uno a uno, a la orquesta, va
escuchando las consabidas bocinas, los silbidos, los elogios. La rutina que la
espera en la oficina parece, en ese momento, tan lejana, que su ser se inunda
de paz y alegría.
De pronto, un sonido distorsionante la distrae y la arranca bruscamente
de su ensueño. Sus párpados se alzan y sus ojos, inquisidores, van mirando
alrededor, pero no alcanzan a detectar cuál fue la causa de la interrupción.
Desdeñosa, se dispone a continuar. Pero ya no es lo mismo. Tan sólo
logra imaginar, por un instante, que los papeles que lleva bajo el brazo son
palomas blancas que llenan el aire de vida y movimiento. Pero la imagen es muy
breve. Se ha roto la magia que diariamente la transporta de un lado al otro de
la calle, apartándola del agobio y la monotonía.
Se siente fastidiada y apresura sus pasos. No suena la música del piano
y, en su enojo, ni siquiera escucha los silbidos y los bocinazos. Pero quiere
saber. Llega a la vereda de enfrente, y se da media vuelta. Sus ojos son dos
líneas flameantes, indignadas, y buscan con irritación al culpable.
Entonces, el estupor le abre los ojos, grandes y redondos.
A mitad de la calzada, sobre la cebra, la parte delantera de un
automóvil oculta, a medias, bajo sus ruedas, el cuerpo desmadejado de una mujer
que, minutos antes, caminaba con una gracia inigualable, haciendo bailar su
falda al ritmo del viento y despertando la admiración de todos.
Texto: Hugo Jesús Mion Rodríguez
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Poético relato de los instantes que separan el de explendor de una vida, como una pasarela por la que se camina triunfante, seccionada por la fatalidad del destino, siempre tan realista e inoportuno.
ResponderEliminarUn relato para la reflexión.
Me ha gustado mucho Hugo. Felicidades.
Muy buen relato, pero ya lo leí antes no recuerdo donde.
ResponderEliminarUn abrazo.
Estupendo relato, Hugo, la delgada línea que separa la realidad de la fantasía, la vida de la muerte, hay que estar atento.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy bueno ese tránsito inconsciente de la vida a la muerte. La imagen de los papeles como palomas blancas quedará en mi retina por mucho tiempo.
ResponderEliminarExcelente.
Hugo, cuando lo leí lo recordé, pero no se porque razón no lo asocié contigo.
ResponderEliminarEs una joyita, recién comentando con una amiga leí en letra pequeña tu nombre y debo reconocer mi estupidez.
Amigo un abrazo.
La mirada de la muerte, de la vida en el instante después del esplendor. Muy bueno.
ResponderEliminarMuy bueno tu relato. Me ha gustado mucho, muy bien engarzadado y adás con sus gotas de poesía.
ResponderEliminarBesos.
Quiero agradecer a todos la lectura de mi texto y los comentarios, y pedir disculpas por la demora en llegar aquí. Soy nuevo en La Esfera, y debo acostumbrarme a sus ritmos. Me emocionó escuchar mis palabras en el audio, realmente quedó muy bueno. Prometo ser asiduo a este lugar tan acogedor. Mis cariñosos saludos, desde Uruguay.
ResponderEliminarme gusto te atrapa y sentis al paso dela lectura lo que vive el protagonista .muy bueno
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