Yo nunca tuve una abuela poeta que guardara cartas de un
amante secreto, atadas con cinta roja, en el compartimento oculto de un
secreter francés de madera de cerezo.
La abuela que me tocó en suerte parió un bebé tras otro hasta
nueve; cuentan que los cargaba a su espalda para amamantarlos mientras atendía
el campo y los animales. Tenía el don de anteponer el silencio a las demás
cosas de este mundo.
Tras el accidente y la muerte de mis padres, cuidó de mí. Con
ella descubrí lo magia de lo silencios compartidos.
Regresaba del campo al atardecer sonriente, con las mejillas
enrojecidas y los cabellos revueltos cubiertos de flores silvestres; yo era
entonces el niño más feliz del mundo. Conmigo colgado a su espalda, escalaba
senderos que solo ella conocía; descansábamos bajo los árboles, bebíamos en los
arroyos y merendábamos frutos silvestres. Habría recorrido el mundo entero
colgado a la espalda de mi abuela.
Mi abuelo, sin embargo, era un viajero incansable enamorado
del mar. Nunca tuvo una patria única a la que amar, ni un único sueño que
perseguir; pensaba que todas las patrias eran su patria y todos los sueños eran
su sueño. Él era un verso suelto.
Yo también quise ser uno de esos poetas, viajeros
impenitentes, ávidos de paisajes trascendentales con los que tejer poemas; pero
aunque mis libros hablen de viajes y detallen paisajes, confieso que nunca me
atreví a viajar; fue desde esta silla de ruedas que me convertí en viajero
imaginario.
Texto: María Isabel Machín García
Narración: La voz silenciosa
Narración: La voz silenciosa
Como Julio Verne y ya ven lo que inventó. Si es que en estos días de las postrimerías del verano los esféricos no paran de reinventarse, como no puede ser de otra manera.
ResponderEliminarQue belleza, triste y emotivo... he sentido añoranza de mis abuelos, me gusta mucho como te atrapa y obliga a pensar, excelente, saludos.
ResponderEliminarMuy buen texto, evocando la influencia que pueden tener los abuelos en nuestras vidas. El giro final es como la frutilla de la torta.
ResponderEliminarYo "hubiera" escrito: "hubiera" recorrido el mundo entero colgado a la espalda de mi abuela. Pero todo es opinable. Saludos.
Gracias Angeles por tu comentario. Julio Verne, ¡él si que era un viajero imaginario, un visionario!. Creo que el poder de la imaginación nos salva de todos nos males...Es un mundo que nos pertenece.
ResponderEliminarUn abrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHugo: gracias por tu opinión y gracias también por tu "hubiera", tienes toda la razón. Suele ocurrir cuando uno se pasa de las 250 palabras y empieza a restar. Esa frase era mas larga y había también un "hubiera" en ella.
ResponderEliminarGracias por tu aportación.
Un abrazo
En estos días (aunque esté pasando desapercibido en gran medida) estamos viendo a muchos como este protagonista de tu relato: personas capaces de saltar por encima de una dificultad física, para ser lo que quieren ser.
ResponderEliminarHa sido parte de mi inspiración Amando, son esos los deportistas que sigo atentamente.Esos chicos y chicas que con tantas dificultades han llegado a donde están y sus influencias familiares, padres, abuelos hermanos ¡que orgullo!
ResponderEliminarHistorias increíbles, heroicas, que cada uno trae consigo.
Gracias por tu comentario de mirada zurda, ya sabes la que mira con el corazón.
Relato intimista, delicado y con una gran fuerza, a la vez.
ResponderEliminarEn cierto modo, todos los lectores, todos los que escribimos somos un poco (o mucho) como ese niño: viajeros imaginarios.
Enhorabuena, Isabel
Gracias Ana por tu opinión siempre alentadora.
ResponderEliminarCreo que, afortunadamente, ese niño sigue ahí; con sus viajes imaginarios... Esos lugares a donde escapa cuando el ambiente que le rodea se le hace irrespirable. La imaginación es una joya que hay que pulir cada día y de eso saben mucho los que hacen que gire la Esfera Cultural.
Un abrazo
Un bello texto de grandes abuelas y de viajeros imaginarios.
ResponderEliminarGracias Dacíl por tu comentario. Hay veces en que las influencias de los abuelos son tan importantes como las de los propios padres.
ResponderEliminarUn saludo.
Un relato emotivo, sin amargura. El final, que no lo esperaba, entristece, pero se asimila con resignación, como reflejo o contagio de la dura vida de la abuela.
ResponderEliminarMe ha encantado, Isabel. Es verosímil. Está muy bien contado, sin sobresaltos, con sentimiento, acercándose, alejándose, describiendo, definiendo,...
Un relato redondo de una vida: yo, mi abuela, mi abuelo y yo.
Una suerte leerte.
Amparo Martínez Alonso
Querida Amparo... Y una suerte que me leas, que comentes mi texto con ese estilo tuyo tan exquisito, tan profundo y que me gusta tanto. Gracias.
ResponderEliminarAgradecer como siempre a la José Francisco que haya puesto voz al relato; oirlo, en su voz, me ha emocionado. Gracias.
ResponderEliminarLos abuelos, esos seres maravillosos casi mágicos,que nos dan el mimo y la dedicación que quizás no pudieron dar a sus hijos por falta de tiempo.
Es el privilegio de ser abuelo y ejercer con tres nietos. Un abrazo.
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