Oscuridad, millones de diminutos candiles titilan en las
sombras, soledad absoluta…….. o eso crees.
Abrumador silencio a tu alrededor, tus pisadas que
resquebrajan la quietud.
En medio de esa paz infinita crees escuchar un sonido
lejano. Podrían ser los pensamientos que susurran en tu cerebro.
Caminas un poco de puntillas para amortiguar el ruido de los
tacones y escuchar ese murmullo que parece seguirte.
Pero este continúa. Lo presientes más cercano, en el límite
del cerebro, como si tus pensamientos estuvieran a punto de abandonarlo. Te
detienes y aguzas el oído.
Silencio.
Sigues caminando y tus pisadas vuelven a ser lo único que
resquebraja la calma.
El soplo helado de la noche te recorre la espalda.
Giras la cabeza hacia atrás. No hay nadie, no se ve nada.
Estás sola… o eso crees.
Alargas el paso bien agarrada al bolso que pende del hombro.
El taconeo es nervioso.
Regresa a tus oídos el susurro y el aliento helado y el
sonido de los tacones al golpear con rapidez el asfalto. Miras hacia atrás.
Sigues sola, no hay nadie. Eso quieres creer.
El paso alargado y el taconeo nervioso se transforman en una
repentina carrera hacia… ¿hacia dónde?
Los pies no te responden, mueves las piernas pero no
avanzas.
Gritas.
Y cuando el susurro se convierte en grito, el aliento helado
te aprisiona el cuello y las lágrimas no te dejan ver el camino delante de ti,
te despiertas.
Texto: Elena Casero Viana
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
El sueño, que a veces cobra más realismo que la misma realidad. Muy bien retratado, Elena.
ResponderEliminarMuchas gracias Ana
ResponderEliminarYo creo, Elena, que nunca debió despertarse, el universo onírico admite infinitas alternativas.
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