Todo tiene un límite y yo ya he superado el mío. Postrado en la cama,
espero que llegue el final. Me acompañan mis seres queridos y el médico que va
a administrarme el medicamento con el que, por fin, terminará el dolor y la
tortura a la que me somete esta enfermedad. Todos lloran a mi alrededor,
sufriendo, por anticipado, mi ausencia. Y mientras sus ojos se llenan de
lágrimas, los míos miran más allá. No son escenas de mi vida lo que ven. No son
los momentos felices, pasados con mi mujer, mis hijos o mis amigos, lo que
revivo: es la visión más bonita y sensual, que se ha cruzado delante de ellos,
la que ha recuperado mi memoria.
Han transcurrido doce años de aquel día de 1999, en el que viajé solo a
París. Año en el que los hoteles y sus gimnasios fueron el escenario de mi
vida. Y en el que hombres y mujeres desconocidos, que encontré en estos lugares
y de los que apenas guardo recuerdos, fueron mi única compañía.
Aquella vez no fue distinta. Tras horas de aburridas reuniones, de
insatisfactorias negociaciones, decidí que un poco de deporte desentumecería
mis neuronas. Así que me dirigí a la sala de aparatos
y pasé hora y media machacando mis músculos y sudando la decepción acumulada.
Agotado, pensé que el mejor final para tanto sacrificio serían unos minutos de
baño turco. Me desvestí y dejé que el vapor me envolviera y, recostado sobre la
tarima, di tiempo libre a mis pensamientos. Diez minutos después, cuando ya
estaba listo para irme, apareció ella entre la bruma. Desde el primer segundo
no pude apartar mi mirada de su cara infantil, de sus ojos almendrados. Recorrí
la distancia desde su pelo, bajando por su nariz, paseando por sus labios,
descendiendo por su cuello, hasta perderme por el contorno de sus pechos,
ocultos bajo la toalla, que deseé se deslizara y dejara al descubierto el resto
de su cuerpo. No cruzamos una palabra, solo nos sonreímos cuando ella se fue y
dejó en mi retina una imagen sugerente que no volví a disfrutar, a pesar de que
no falté, durante mi estancia en aquella ciudad del amor, a mi cita diaria con
el ejercicio. Un recuerdo que ahora regresa para darme consuelo y colorear el
gris de mi presente y de mis cinco minutos de futuro.
Con un gesto les señalo que ya es la hora. Mis hijos me besan y se
alejan, incapaces de verme morir; el médico introduce en el gotero el elixir de
mi muerte y mi mujer me besa, me abraza, pero aparta su mirada. Un error. Si
prestara atención vería cómo en mis labios se dibuja una sonrisa, mientras me
despido de la vida imaginando qué se escondía bajo aquel tejido blanco. Una
muerte dulce, que no podré contarle a nadie.
Texto: Ana Crespo Tudela
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Tremendo ese instante, es como una vida entera..
ResponderEliminarFelicidades!
Un abrazo
Viendo la luz ( que él quería ver) al final del túnel...esa despedida me ha encendido todos los mecanismos de defensa, me gusta mucho que elijas ese camino.
ResponderEliminarUn abrazo
Este texto podría abrir otro largo debate. Pero me quedaré con su acierto y con que me gustaría ser tan valiente algún día... a ser posible muy lejano.
ResponderEliminarFuerte, el momento. Estoy contigo, Amando, este texto podría abrir un interesante debate, pero me quedo con lo humano, con la libertad de elegir hasta el final. La vida depende de cómo se miré, y hasta la muerte.
ResponderEliminarQué preciosa historia de amor!
ResponderEliminarEl último pensamiento ligado al primer momento de ese amor.
Lástima que ella no llegue ni a intuirlo.
Me ha emocionado.
La luz que brilla en el umbral de la muerte. Buena historia Ana y bien hilvanada.
ResponderEliminarMe acabo de enterar de que la banda sonora de la serie "Hitchcock presenta" era una marcha fúnebre del siglo XIX. Por lo menos, durante cuatro minutos, he compartido con mi admirado director algo más que el gusto por el misterio.
ResponderEliminarVoz, gracias por partida doble.
A ti Ana. Una bonita historia, fácil de narrar. Quiero decir de meterse en ella.
ResponderEliminarEstremecedor y estoico momento!!
ResponderEliminarQue bonita historia Ana me ha emocionado.