Le cedió la palabra,
pero sólo brotó silencio
en la tenue luz de hielo,
en la tenue luz azul.
Y su rostro marmóreo y quieto
en el persistente silencio.
Como en un cuadro,
permanecía sordo
el ruido de los aplausos.
Como en un cuadro,
yacía la codorniz
sobre un negro manto.
Dentro en la pared,
alumbraba una lámpara,
y de rojo,
grabado su nombre.
y de rojo,
grabado su nombre.
El público en pie
palmeando sus manos:
dos, tres, uno, dos,
que imitaba el piano.
Sin prejuicios ya,
seguía tocando.
Sonaba artificial,
a golpes de un punzón
en una maceta,
en un cristal,
dos, tres, uno, dos.
Sonaba
a eco de golpes sordos,
que imitaba el piano.
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