14 febrero, 2013

El embudo de latón



Cuando llega Diciembre siempre echo mano del embudo…

Jaime es idiota. Recuerdo aquel día, la víspera de navidad, cuando nevó tanto que Papá no pudo salir a trabajar y tuve que ayudarle a despejar el camino. El estúpido de mi hermanito, haciendo gala de su condición, se sumó a la tarea, sin más herramienta que un viejo embudo de latón que sabe Dios de dónde lo sacó. «No puedes recoger la nieve con eso; se saldrá por el otro lado», le aconsejé. El cabeza de serrín hizo caso omiso, por supuesto. Me desentendí de él durante un tiempo. Luego le vi meter la mano en el embudo, como si algo hubiera atascado el orificio. Curioso, me aproximé, pensando en la forma de burlarme de él y hacerlo llorar. No tuve oportunidad: Jaime echó a correr, preso de una extraña excitación. «¡Mira, mira, Papá, qué piedra tan bonita», gritaba el muy atontado.

No sé que fue del diamante, pero el enano hace tiempo que dejó los estudios y el edificio donde trabajo lleva su nombre.

Cuando llega Diciembre siempre echo mano del embudo.

Texto: M. Gotcha P.

Narración: La Voz Silenciosa

2 comentarios:

  1. El lunes nevó en Segovia. Y cogí un embudo que había por casa, pero nada, oye, nada. Aunque no lo descarto, quíén sabe

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  2. También yo echaría mano del embudo. Pero no solo en diciembre, también en enero, febrero, marzo, abril...

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