Se zafó de su abuelo con un quiebro, culebreando pared abajo, esquivando los brazos que la sujetaban. El pelo mojado azotó al hombre al escapar de su lado.
—¡Que me dejes en paz!
Subió las escaleras de dos en dos. Los pechos saltaban bajo la fina tela húmeda, al compás de sus zancadas, las largas piernas, morenas y firmes, desafiantes.
El portazo sonó a bofetón.
Soltó el pareo en el suelo, se sacó el bañador a tirones. Sobre la cama, el vestido negro parecía hacerle muecas. Esperaba su cuerpo con las mangas como brazos abiertos y el cuello, opresivo, cerrado con botonadura inexpugnable.
El sabor amargo de la cólera se sumó al de la sal que se acumulaba en sus labios, el estómago se le contrajo en una gran arcada. No la encerrarían en ese traje.
—¡Noooooooo! —aulló, asomando el torso desnudo por la ventana, sin importarle que Feliciano estuviera sentado en el tranco de su casa, vigilando, como siempre, por si se
escapaba algo con que llenar su mirada—. ¡No, no, no, no, no!
Se volvió hasta la cama y se abalanzó sobre el vestido y, sin pensarlo dos veces, lo lanzó por la ventana.
Feliciano lo vio caer, como un fantasma de luto, flotando, temblando, silencioso suicida, y de un salto se plantó en la acera contraria para apropiarse de algo que pertenecía a la mujer que deseaba. Lo olisqueó, buscando el rastro de Viviana.
—¡Mierda! —escupió— ¡Pero si solo huele a suavizante!
Soltó el vestido y lo apartó de sí con una patada para volver a su puesto y esperar una nueva visión afortunada que hiciera que el día mereciese la pena.
Subió las escaleras de dos en dos. Los pechos saltaban bajo la fina tela húmeda, al compás de sus zancadas, las largas piernas, morenas y firmes, desafiantes.
El portazo sonó a bofetón.
Soltó el pareo en el suelo, se sacó el bañador a tirones. Sobre la cama, el vestido negro parecía hacerle muecas. Esperaba su cuerpo con las mangas como brazos abiertos y el cuello, opresivo, cerrado con botonadura inexpugnable.
El sabor amargo de la cólera se sumó al de la sal que se acumulaba en sus labios, el estómago se le contrajo en una gran arcada. No la encerrarían en ese traje.
—¡Noooooooo! —aulló, asomando el torso desnudo por la ventana, sin importarle que Feliciano estuviera sentado en el tranco de su casa, vigilando, como siempre, por si se
escapaba algo con que llenar su mirada—. ¡No, no, no, no, no!
Se volvió hasta la cama y se abalanzó sobre el vestido y, sin pensarlo dos veces, lo lanzó por la ventana.
Feliciano lo vio caer, como un fantasma de luto, flotando, temblando, silencioso suicida, y de un salto se plantó en la acera contraria para apropiarse de algo que pertenecía a la mujer que deseaba. Lo olisqueó, buscando el rastro de Viviana.
—¡Mierda! —escupió— ¡Pero si solo huele a suavizante!
Soltó el vestido y lo apartó de sí con una patada para volver a su puesto y esperar una nueva visión afortunada que hiciera que el día mereciese la pena.
Vaya crueldad tan bien descrita. Hay frases magníficas que definen la actitud despreciable de Feliciano. Claro que en muchos casos, las mujeres siguen actuando como las vuestras. Tod@s contra ella. Tenía que acabar así...
ResponderEliminar¿Cómo se hace para escribir conjuntamente? Me maravilla
Besos para las dos.
Hola Isolda, me alegra que te esté gustando el cuento. Escribir conjuntamente con Ana siempre resulta fácil y entrañable. Tal vez sea porque en ella es frecuente el estado de gracia. Fue contarle la idea del cuento y comenzar las dos a escribirlo de forma complementada. Lo curioso fue además, como ya ha comentado ella en el capítulo I, que teníamos la misma imagen mental de la historia.
ResponderEliminarEscribir entre varios una historia, sean siete, tres o dos..., es una experiencia recomendable. Les animo a que lo intenten.
Gracias Isolda por tus comentarios tan cercanos, un beso fuerte.
Dácil
Esperando la tercera entrega.
ResponderEliminarOtra experiencia de escritura en equipo.
Felicidades
Querida Isolda, como dice el refran: querer es poder. Y Dácil y yo queríamos.
ResponderEliminarFue una experiencia divertida, amable y excitante. Entrañable, suscribo sus palabras.
¿El secreto? Yo creo que el mismo que para Oscurece en Edimburgo: enfocarnos al resultado global y mucho respeto por la otra.
Muchas gracias por estar siempre ahí. Besos.
Gracias, Francisco.
ResponderEliminarEscribir a medias puede ser adictivo.
Besos
Desde fuera de Canarias, a veces se tiene la idea de que las costumbres y peso de las tradiciones seculares, allí, por influencia del todopoderoso turismo, han desaparecido. Pero se ve que los hábitos de la España profunda aún se alimentan en muchas mentes.
ResponderEliminar¿Viviana podrá derrotar la mentalidad de su abuelo y sus tías? ¿Feliciano se saldrá con la suya?
La rebeldía de una mujer que quiere ser libre de las ataduras de las viejas costumbres y del dominio machista, las ansias de una mujer que quiere vivir (¿El nombre de Viviana tiene que ver algo con la palabra vida?).
Al escuchar la Voz noté la belleza del título.
ResponderEliminarLeyendo a Amando me acuerdo de la hada Viviana.
Y ahora llega el mirón, el voyeur, este Fernando poco católico o muy conforme con los usos de esta época (¿cuál? la nuestra quizás).