La noche más oscura había cubierto de silencio
sus palabras aun cuando todavía no se habían percatado de que esa oscuridad que
había tomado al asalto sus vidas, tardaría mucho en desaparecer.
Esa terrible certeza que se había abatido sobre
la pareja, había llegado sin aviso previo, como suelen acercarse siempre las
malas noticias.
Cuando se encontraban, como todos los años,
solazándose en la playa, un sobrecogedor silencio, evidencia de un presagio, lo
invadió todo.
Los niños que jugaban unos metros más allá con
la arena, construyendo murallas de castillos imaginarios, abandonaron sus
juegos, para dirigir sus miradas hacia donde señalaba un hombre achicharrado
por el sol.
Este gritaba de forma
desgarradora, alertando de algún peligro, mientras señalaba estirando su mano
todo lo lejos que podía, hacia el mar desde donde asomaba la aleta de un tiburón.
Allí, muy cerca y, completamente ajenos al peligro, chapoteaban
alegremente varios bañistas, entre ellos su hijo Diego, de ocho años.
Y así, sin que pudieran hacer nada para evitarlo, las fauces del tiburón
atraparon con un ataque certero a su pequeño, que desapareció en apenas unos instantes bajo las aguas
teñidas de rojo.
En aquel momento se vino abajo el mundo para la pareja. Y la oscuridad lo cubrió todo, en una negrura, que nunca más
abandonaría sus vidas.
Texto: Gloria Arcos Lado
Particularmente me aterra lo premonitorio...
ResponderEliminarUn placer leerte
María Estévez.
Muchas gracias por leerme y comentar. Gloria Arcos
ResponderEliminarAterrador!
ResponderEliminarGracias por leerme. Ese es el sentimiento que pretendía expresar. Me alegro que te haya llegado. Gracias. Gloria Arcos
ResponderEliminar