13 junio, 2013
Nadie me escuchaba
Por mi boca se asoman.
Otra vez. Son esos ruidosos espasmos carentes de sentido, cada vez más incongruentes, que cabalgan atropellados como una jauría, que cortan el aire, que abollan el silencio con sus coces. Esos que adormilan las iniciativas y despiertan las alertas. Esos que son capaces de acobardar al más valiente defensor de sus ideales.
Sí. Lo sé. Sé que ellos, los que los escuchan, a mis espaldas se refugian en sus cuevas, y sus silencios iniciales poco a poco se convierten en una coral de susurros que me juzgan, lejos, para que no los escuche. Lo que no saben es que sus ecos me llegan en forma de cruces de miradas, sonrisas impuestas, espásticas, gestos cómplices y delatores.
A mí no me queda otra que seguir haciendo resonar mi estómago. Ya no recuerdo cuándo dejé de hablar, ni cómo sonaba mi voz. Sólo sé que nadie me escuchaba.
Texto: Miguel A. Brito
Narración: La Voz Silenciosa
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Qué duro! Cuánta soledad!
ResponderEliminarLa única solución contra los que te ignoran es gritar con más fuerza, si no te sentirás menos persona.
ResponderEliminarEl silencio a veces tiene más volumen que las palabras.
ResponderEliminarUn aterrador silencio...
ResponderEliminarUn placer leerte
María Estévez.
El silencio causado por la indiferencia hace sufrir. Mejor es mirar hacia delante.
ResponderEliminarMe ha encantado el texto.
El grito no es solo un sonido, también puede ser una actitud en la que no podemos cejar, aunque no nos escuchan
ResponderEliminarSilencio por mi parte.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestros comentarios. Un placer escribir para tan buenos lectores.
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