Me sentí atraída por el coro y el olor a incienso. El portalón crujió y pude sentir cómo le dolían los siglos. Lentamente caminé por el largo pasillo de mosaicos con escenas de la liturgia; el eco de las voces envolvía el templo abrigando sus frías paredes.
Los rostros se mostraban borrosos, algunos lloraban incansables. Por mucho que quise no pude reconocer a nadie. El olor de los cirios cada vez era más intenso, una niebla de humo bordeaba el féretro. Me acerqué temerosa. El anillo de plata con incrustaciones de zafiros que recibí por mi aniversario, se encontraba en uno de sus dedos. Mis rosas preferidas adornaban su pecho y en la primera fila, se encontraba él, con la mirada perdida.
Texto: María Estévez
Narración: La Voz Silenciosa
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Uno no termina de estar seguro. La razón dice una cosa, pero me encantaría estar convencido de que podré asistir a mi funeral, sabiendo que sigo vivo, que sólo se entierran mis despojos.
ResponderEliminarEso me pareció, que alguien asiste a su propio funeral, pero hoy debo de estar un poco espesa, porque me ha costado pillarlo.
ResponderEliminarAmando,Ana: Muchas gracias por sus comentarios...
ResponderEliminarAbrazo.
María Estévez