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La Cara Oculta de la Luna no está tan mal si uno se acostumbra a no ver la superficie de la Tierra desde ella. Al principio cuesta cierto trabajo adaptarse -sería absurdo negarlo- y da la impresión de que ya no vas a poder regresar, de que alguien hubiese cortado el cable que te unía con el mundo conocido, pero es tanta la poesía que desprende aquel hemisferio lunar remoto que en cuestión de un par de días tenemos la sensación de haber vivido allí toda la vida. Aquel verano necesitaba hacer algo que no me trajera recuerdos de ningún tipo, ya fueran buenos o malos, y que me aislara de las principales actividades a las que se dedican mis congéneres llegado el tiempo de estío. El turismo de montaña tampoco me convencía, dado que algunos de mis amigos habían amenazado con hacer ciertas rutas que sabían perfectamente que me fascinaban, y por otra parte me daba un poco de vergüenza volar a Europa debido a los escándalos políticos que habían dado tanta fama a mi país. Eso me decidió a alquilar un apartamento, a través de un modesto anuncio de internet, situado
en primera línea de playa del Mare Moscoviense, entre los cráteres Komarov y Titov. La razón de tanto topónimo ruso es que las primeras fotografías existentes de la Cara Oculta de la Luna fueron realizadas por la nave soviética “Luna 3” en 1959, como indicaba el folleto que me proporcionaron amablemente en recepción. Para evitar caer en la monotonía de unas vacaciones exclusivamente playeras, me apunté a una excursión al Mare Ingenii, en el sur, donde nos enseñaron otros cráteres como el Obruchev o el Thomson. El guía nos explicó que casi todos estos accidentes lunares se remontan al Periodo Ímbrico Superior. Semejante nomenclatura inicialmente suena rara, estando habituados a nombres como Paleozoico, Pleistoceno y Jurásico, pero al final acabas soltándola en cualquier conversación de chiringuito como si te la hubieras aprendido de memoria en el colegio. Mis vacaciones en la Cara Oculta de la Luna dieron mucho más de sí de lo que esperaba, la verdad. Tuve mucho tiempo para leer durante el trayecto de ida y vuelta en el cohete low cost (sobre todo cosas de Julio Verne). Además, eso de ahorrarse la crema de protección solar también supone un alivio para el bolsillo. Tengo pensado volver el año que viene, aunque me temo que para entonces se haya convertido en un destino mucho más conocido, pero qué se le va a hacer…
—¿Y a ese qué le pasa? ¿Habla solo?
—No, es lo de siempre. Cuando vuelve de veranear en el pueblo y se encuentra con todo el trabajo pendiente para septiembre aguardándole sobre su escritorio, empieza con la misma cantinela.
—Pues como le oiga el jefe…
Narración: La Voz Silenciosa
Ese quiebro final me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo, Ricardo.
Soñar no cuesta nada, no? Muy bueno Ricardo. Gracias por compartirlo!
ResponderEliminarSin embargo, a mí me ha sobrado la vuelta a la realidad del diálogo final. En fin, que cada uno tenemos nuestros gustos.
ResponderEliminarEn cualquier caso, me ha parecido un texto muy bueno (la parte lunar la releeré. Me encanta).
Y la interpretación de la Voz, genial!!!!
A quien no le gustaría estar en un crater perdido... a veces a quince centímetros de la tierra? La cruda realidad es plantar los pies.
ResponderEliminarMuy bonito. Tulipan
A quien no le gustaría estar en un crater perdido... a veces a quince centímetros de la tierra? La cruda realidad es plantar los pies.
ResponderEliminarMuy bonito. Tulipan