Cuando florecen los flamboyanos la plaza parece un lienzo de tornasolados tonos. Viene sonriente, con presteza, con sus ojos menudos y el vaquero de siempre, el de todas las estaciones. Y llegan sus brazos para socorrer los míos, que llevan una torre de papel fotocopiado. La alfombra de adoquines cubre la plaza; hay dos hileras de ellos desdentados, con dolor de huesos; el sol hace rato que acaricia los lomos de los tejados y las ramas de los árboles que parecen sonreír. Transcurre la mañana entre el fragor de los golpes de las teclas, de los timbres de teléfonos; de nuestras voces, de un ir y venir agitado. A lomos de mi caballo blanco te llevaré por los prados. Yo le devuelvo una sonrisa afirmando. El texto justificado, Times New Roman y tamaño de fuente doce. Píe de firma y fecha. Los informes impresos esperan en la mesa; les doy la última puntada, los doblo asimétricos y los introduzco en los sobres. Quedan en pequeños montoncitos, igual que la ropa doblada y recién planchada. Parece que llueve, son las primeras gotas del otoño. Él vuelve siempre, lo hace desde que una madrugada marchó no sin antes despedirse sonriente, con un beso y con el vaquero de todas las estaciones.
Me gustan mucho todas las sensaciones y sentimientos que despierta este micro estacional, muy bueno. Desde la primavera argentina, un saludo, Mariángeles.
ResponderEliminarMe gustan mucho todas las sensaciones y sentimientos que despierta este micro estacional, muy bueno.
Desde la primavera argentina, un saludo, Mariángeles.
Gracias Mariángeles...
ResponderEliminarSaludos cordiales
Pura nostalgia.
ResponderEliminarMuy bello.
Acuarela de palabras
ResponderEliminarGracias Ana. Gracias Amando.
ResponderEliminarAbrazos