Seguramente a cada escritor le sirve de inspiración una cosa distinta, o un conjunto distinto de cosas distintas.
Tal vez una música o un tipo de música; tal vez la observación detallada de una obra de arte; tal vez la lectura apasionada de un libro (incluso del libro más aburrido jamás publicado que también fue parido con un objetivo sublime aunque probablemente no alcanzado); tal vez hablamos de un paisaje, de un paisaje sonoro y visual, una puesta de sol sobre el mar con un suave oleaje, o un amanecer empapado de trinos y gorjeos.
Tal vez un objeto del pasado imantado de vivencias que le pone a uno los recuerdos de punta. Tal vez esa prenda de la infancia en la que todavía sigue viviendo de alguna manera el niño que uno fue.
Tal vez esa fragancia de la que se perdió todo nombre y razón, pero que se ancló un buen día en nuestros recuerdos, en nuestra piel, que tal vez se instalara para siempre en un roce eterno. Tal vez una palabra o una frase que podría titular toda época pasada de nuestra vida. Un rostro desconocido que nos resulta turbadoramente familiar.
Tal vez, después de todo, la inspiración quizás habite en la punta del bolígrafo ante la inmensidad del folio en blanco, o en las teclas de una máquina de escribir o de un ordenador ante el desierto blanco de un documento virgen.
Entre otras muchas cosas, a mí me sirve de inspiración hacer cada día algo que nunca antes había hecho. Por ejemplo, recorrer una calle que nunca había recorrido, incluso recorrer una calle conocida pero en el sentido inverso al habitual. Por ejemplo, mirar un edificio, incluso un edificio muy conocido, pero desde un punto de vista especial, desde un ángulo casi imposible y, por supuesto, totalmente nuevo. Cada nueva vista de la misma realidad puede situarnos en el camino de la inspiración. Porque escribir es contar la vida con otros ojos. Si la realidad no cambia, cambiemos nuestra forma de mirar esa realidad, pues contribuirá a que cambie nuestra forma de contarla a otros. Busquemos esa inspiración donde quiera que se esconda.
Tal vez una música o un tipo de música; tal vez la observación detallada de una obra de arte; tal vez la lectura apasionada de un libro (incluso del libro más aburrido jamás publicado que también fue parido con un objetivo sublime aunque probablemente no alcanzado); tal vez hablamos de un paisaje, de un paisaje sonoro y visual, una puesta de sol sobre el mar con un suave oleaje, o un amanecer empapado de trinos y gorjeos.
Tal vez un objeto del pasado imantado de vivencias que le pone a uno los recuerdos de punta. Tal vez esa prenda de la infancia en la que todavía sigue viviendo de alguna manera el niño que uno fue.
Tal vez esa fragancia de la que se perdió todo nombre y razón, pero que se ancló un buen día en nuestros recuerdos, en nuestra piel, que tal vez se instalara para siempre en un roce eterno. Tal vez una palabra o una frase que podría titular toda época pasada de nuestra vida. Un rostro desconocido que nos resulta turbadoramente familiar.
Tal vez, después de todo, la inspiración quizás habite en la punta del bolígrafo ante la inmensidad del folio en blanco, o en las teclas de una máquina de escribir o de un ordenador ante el desierto blanco de un documento virgen.
Entre otras muchas cosas, a mí me sirve de inspiración hacer cada día algo que nunca antes había hecho. Por ejemplo, recorrer una calle que nunca había recorrido, incluso recorrer una calle conocida pero en el sentido inverso al habitual. Por ejemplo, mirar un edificio, incluso un edificio muy conocido, pero desde un punto de vista especial, desde un ángulo casi imposible y, por supuesto, totalmente nuevo. Cada nueva vista de la misma realidad puede situarnos en el camino de la inspiración. Porque escribir es contar la vida con otros ojos. Si la realidad no cambia, cambiemos nuestra forma de mirar esa realidad, pues contribuirá a que cambie nuestra forma de contarla a otros. Busquemos esa inspiración donde quiera que se esconda.
Artículo: Victor J. Sanz
Artículo: Victor J. Sanz
Esta cuestión de la inspiración es uno de los temas relacionados con la tarea de la escritura más sinuoso.
ResponderEliminarHay dos extremos: quien piensa que la inspiración es como un don divino y quien escribe es mero instrumento que se limita a hacer de amanuense y, al otro lado, quien piensa que la inspiración no existe, sino el trabajo del autor.
Entre ambos puntos está lo que vienes a sugerir en esta entrada. La inspiración hay que buscarla. Tal y como lo planteas -y también estoy de acuerdo- el escritor es un cazador de ideas allá donde esté. Todo es susceptible de ser aprovechado.
Por tanto se podría concluir que la inspiración es la consecuencia de una observación atenta y activa.
Claro que en muchas ocasiones -a mí me ha pasado, y también citas esa opción- la mejor inspiración es ponerse a escribir, el mero acto mecánico de la escritura: cerrar los ojos y comenzar a teclear...
Qué gusto da hablar con personas que le entienden a uno por dentro.
ResponderEliminarTu exposición no puede ser más clara de cómo son los entresijos de la escritura.
Gracias, Amando.
Qué cosa tan extraña, eso de la inspiración!
ResponderEliminarSupongo que casi todos transitamos el amplio margen que hay entre ambos extremos, el destello súbito que ilumina una idea y el trabajo puro y duro.
La observación activa es necesaria, el trabajo es necesario, ¿cuánto de una y cuánto de otro?
Pues, depende.
A mí me suele venir mejor el trabajo (teclea y calla), que la "inspiración", aunque si lo que quiero es escribir una historia larga (que es lo que realmente me gusta y hace que siga escribiendo después de tantos años), necesito un detonante.
Y ese detonante puede encontrarse en cualquier lugar o en cualquier detalle.
Has dado varias claves que creo que son comunes para muchos de nosotros: la música, lo que se sale de lo cotidiano en nuestra cotidianeidad, una frase captada al azar...
Como siempre, una entrada que hace reflexionar y mueve a escribir.
ResponderEliminarA mi entender, la inspiración es como la mitológica quimera, un híbrido de ambas cosas: ni tan divina que no necesite del trabajo del escritor para convocarla, ni tan mecánica que no pueda surgir de estímulos externos, por mínimos e inesperados que sean. En ese sentido, me gusta mucho lo que una vez, en un taller online que impartió, me dijo Ana María Shua: "Si la inspiración llega a tu casa y te encuentra comiendo una picadita con tus amigos, se ofende y se va", es por eso que siempre tengo mi anotador a mano, lista para garabatear y garrapatear lo que me surja (Ahora que lo pienso, sería bueno tener lista también la picadita, para convidarle a la inspiraciónn cuando llegue ;) ...). Muy bueno y movilizante el artículo de hoy, me gustó. Cariños, Mariángeles
Victor dices que "busquemos esa inspiración donde quiera que se esconda" y pienso que si no será la inspiración quién camino a nuestros encuentro.
ResponderEliminarHola Ana J., muchísimas gracias por tu siempreenriquecedora participación.
ResponderEliminarSaludos.
Hola Mariángeles Abelli Bonardi, gracias por participar.
ResponderEliminarYo tendría la libreta y la picadita preparadas, por si acaso ;-)
Saludos.
Francisco, si no te pones en el camino correcto la inspiración nunca te encontrará, eso es cierto, pero a veces, además hay que buscarla por lo esquiva que parece, más que nada, porque ella siempre está ahí, en el mismo sitio..., escondiéndose...
ResponderEliminarDiego, justo esa es la misión de la nota, dejar constancia de nuestro sentir de ese momento, justo de ese y no de otro, pues su volubilidad es tan alta que en apenas un segundo se puede olvidar.
ResponderEliminarSaludos y gracias por participar.